Los
muertos de otros también son mis muertos
Por JESÚS
SOSA CASTRO
En el Luto humano, José Revueltas describe con maestría toda la
voluntad y la capacidad de los mexicanos para mirar a la muerte como un destino,
como una forma de entender el mundo a partir de sus creencias. Para Juan Rulfo,
donde ocurren las muertes es el lugar que conserva las almas en pena, es la
ultratumba donde al final cobran vida los murmullos de su existencia. Más allá
de los conceptos sobre las muertes que se hallan en la narrativa mágica de
estos escritores, se percibe que su intención se centra especialmente en
exaltar un escenario donde apenas se alcanza a discernir en dónde acaba la vida
y en donde comienza la muerte
Ambos, intentan describir el lugar al que irían las almas de
quienes mueren sin el bautismo obligado antes de tener uso de razón. Allí sucumbirían
quienes tuvieron la esperanza de que no habría olvido de aquellos que se atormentaban
ante la imposibilidad de vivir una eternidad. En ese lúgubre estado de no SER,
donde se recuerda a los muertos y se habla constantemente de su último suspiro,
Rulfo nos prepara con sus fantásticas alusiones mortuorias en sus cuentos de El
Llano en llamas, diciendo: “Diles que no me maten porque los muertos pesan más
que los vivos y sus recuerdos casi siempre nos aplastan” Quienes esto escriben,
lo hacen en uso de su libertad literaria, dándole vida a la poesía y a la
largueza incuestionable de sus sentimientos
Jaime Sabines, en cambio, defiende el derecho a sentir dolor
por la muerte. En su texto sobre el fallecimiento de su padre, tritura en finas
hebras emocionales la aguda añoranza de traer de vuelta a la vida, a su progenitor.
Este es uno de sus poemas más extensos, cargado de ritmos tan distintos como
sorpresivos con un final astronómicamente místico. La angustia y la debilidad
que le provoca la muerte de su ser querido profundiza la frecuente batalla del
hombre contra el miedo a la condición terminal. Y en esta ruta, nuestro pueblo
y su gobierno, desde hace siete años, no se olvidan de nuestros difuntos. Las
palabras de Sabines las hacen suyas, no tenemos la costumbre de “olvidar a los
muertos, de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra”
Estos textos sacaron de mi alma las congojas y los
sentimientos que me han producido las memorias de mis muertos. Han sido sus
recuerdos los que han alimentado el amor y la evocación que han horadado las
fibras de mi corazón. Por eso, lo que la naturaleza convirtió en anegamientos
en cinco Estados del país, es algo que nos dolió como pueblo y gobierno trastocándonos
las fibras del alma. Las lluvias nos estremecieron el corazón por los
fallecidos, por eso en nuestro ánimo se sembraron gotas de impotencia, de
llanto y desolación. Pero ese dolor, como decía Jaime Sabines, no lo borramos de
nuestra historia, lo convertimos en una ofrenda, en una fusión misteriosa entre
el cempaxúchitl y el copal, en rezos, mole y tequila. A los caídos les levantamos
un altar en el que todos los dolientes encuentran, siempre, el nombre, el
recuerdo y el alma de sus muertos