Dos
presos que se hicieron amigos
Por JESÚS
SOSA CASTRO
La relación de amistad no es fácil lograrla ni menos
mantenerla. Generalmente son las coincidencias ideológicas, políticas y los
valores sociales y culturales los que generan las condiciones para que nazca
una amistad seria, profunda y duradera. Efraín Alcaraz Montes de Oca, alias “El
Carrizos” fue una amistad especial para mí. Era un joven mexicano conocido por
robar casas, incluyendo las de Luis Echeverría en 1972, la del expresidente
López Portillo y la del futbolista Hugo Sánchez, entre otras. Hoy hablaré un
poco de mi relación con un preso caracterizado por las autoridades como un delincuente
“común”
La primera noche que el “árabe” me lleva arrastrando a una
celda en los sótanos de Tlazcoaque ha sido el momento más bestial que he padecido
como preso político. La tortura fue tan cruel que por varios días no pude
caminar ni sostenerme de pie. Esa 1ª noche que pasé en una cárcel fui tirado como
un hilacho en la celda helada donde doce presos comunes también sufrían las de
Caín. De esas 12 personas destacaba un joven de cuando más 25 años. Con rasgos
de humanidad que hasta ahora recuerdo y valoro, recogió las hojas dispersas del
periódico Alarma y presto las tendió en el piso mojado para que en esas bojas
me acostara. Al día siguiente por la mañana los policías del “árabe” lo sacaron
de la celda. Pensé que lo habían sacado para torturarlo. Todo el día
desapareció. Esa noche y las demás, los policías lo regresaban a su celda. Me
platicó que los guardias lo obligaban a que los llevara a desayunar y después
le asignaban un tiempo para que se dedicara a robar para cubrir la cuota que
tenía que pagarles
Desde entones hicimos una gran amistad. Un preso por razones
políticas y un joven “zorrero” que robaba a los ricos porque a éstos les
sobraba lo que les robaban a los pobres. A partir de entones nuestra amistad
creció como nunca. Después de las torturas en mi contra y de su regreso de entregar
su cuota diaria a los policías, platicábamos sobre nuestros quehaceres y sobre los
sufrimientos que vivíamos en manos de los trogloditas del sistema. En esos 45
días de estar presos, descubrí el alma, el corazón y la nobleza de un presunto
delincuente. Todas las noches, cuando no nos sacaban a torturas, nuestra amistad
crecía al parejo de los sentimientos de repudio contra los monstruos que sin
piedad cebaban sus instintos animalescos en contra de seres humanos que no
podían defenderse
La amistad que nació en nosotros fue una relación que se fue
haciendo grande. Cuando se enteró que me iban a liberar, me pidió que le fuera
a prender una veladora a la virgen de los zorreros en la basílica de Guadalupe.
¡Lo hice, desde luego! Después de 1972 hasta el 2021 pasaron 49 años. En todo
este período siempre conservé buenos recuerdos con “El Carrizos” Un día,
después del 2018 lo busqué por internet. Me dio mucho gusto encontrarlo vivo y en
libertad. Acordamos reunirnos para desayunar y hablar de nuestras penas y de nuestras
experiencias de vida. ¡Lo hicimos! Hablamos de todo lo que vivimos en la cárcel,
de su película “Los presos viejos” que sobre su vida le hicieron. Hablamos de trabajar
en la publicación de un libro sobre lo que vivimos juntos en la prisión de
Tlazcoaque. ¡Durante la pandemia, nos perdimos! Hoy escribo estas líneas con la
esperanza de que siga vivo y libre. Quiero que sepa de mi aprecio y de mi
respeto a un hombre apodado por el gobierno como “El carrizos” mientras que
para mí siempre fue un joven que vio en un preso político el defensor de la
libertad y la dignidad de las personas perseguidas por el sistema. Informo a mis
lectores que después de publicar el artículo anterior, me buscó por internet. Hablamos
de otro encuentro posible