Tlatelolco, dos de octubre (1)
Por JESÚS SOSA CASTRO
Eran las seis de la
tarde del día dos de octubre de 1968 cuando subía el puente de Nonoalco para
tomar el Ómnibus de México que me llevaría a la ciudad de Chihuahua capital.
Con mis camaradas Antonio Becerra Gaytán y Jesús Orozco Mendoza, ambos
dirigentes del Partido Comunista Mexicano, teníamos programadas varias actividades
en la Tarahumara para organizar la resistencia de los indígenas en esa época ya
víctimas de los caciques que se apropiaban de sus bosques. A la hora en que me
dirigía a tomar el autobús, por la parte alta del puente, se percibía un
ambiente lleno de tensión, de oscuros presagios en contra de los jóvenes que se
estaban reuniendo en la Plaza de las Tres Culturas
Abordé el camión cerca
de las 19 horas rumbo a Chihuahua. Después de viajar toda la noche, el transporte
hizo una parada en Torreón, Coahuila, lo que me permitió bajar y comprar la
prensa para enterarme del acto que se había programado para el 2 de octubre por
el Consejo Nacional de Huelga. Los periódicos daban cuenta de la masacre
ocurrida contra los jóvenes por parte del ejército mexicano. Se hablaba de
decenas de muertos, de centenares de heridos y de un número indeterminado de estudiantes
desaparecidos. De Momento pensé en regresar al DF. Me preocupaba la suerte de
mis camaradas, de mis amigos y de mis familiares que, todos, estaban listos para
estar presentes en esa concentración
No me regresé porque el
boleto estaba pagado hasta la ciudad de Chihuahua y apenas llevaba dinero para
pagar los gastos del camino. Un regreso desde Torreón significaba desembolsar
un recurso que no poseía, era la época de andar a salto de mata y el trabajo de
finanzas estaba dislocado. A mi llegada a Chihuahua mis camaradas ya disponían
de información amplia de lo que había ocurrido en la capital del país. Nos
reunimos para intercambiar opiniones sobre este hecho cuasi fascista del
gobierno de Díaz Ordaz y acordamos hacer una declaración pública repudiando los
acontecimientos. Ningún periódico dio cuenta de nuestra posición
Podría decir que el
objetivo que perseguíamos en la Tarahumara fracasó. Al través del camarada
Valentín Campa, miembro de la Comisión política del Comité Central del partido,
fui requerido para regresar a la capital para participar en una reunión semi clandestina
que ya se había convocado. Lo primero que acordamos fue llamar al pueblo a la
unidad en contra de las políticas represivas del gobierno, participar en todas
las acciones públicas que se convocaran por el Consejo Nacional de Huelga,
exigir la liberación de todos los presos políticos, repudiar la participación
del ejercito y de la brigada blanca, dar los nombres de quienes habían sido
asesinados en la Plaza de las Tres Culturas y la desaparición del Artículo 145 Bis
del Código Penal Federal sobre el delito de disolución social
De esos repudiables hechos
han pasado cincuenta años. La estructura del poder que siempre ha servido a la
clase dominante sigue intacta. Enrique Peña Nieto ha formado y fortalecido a un
ejército clasista cuya cultura militar ha sido impuesta por las necesidades
geopolíticas y expansionistas del Pentágono y del imperio que manda en buena
parte del mundo. Se ha comprado equipo militar que no necesita el país por
miles de millones de pesos. Se adquirieron helicópteros, aviones, tanques y
misiles, como si estuviéramos preparándonos en contra de la intervención
militar de una fuerza extranjera
Tenemos aprobada una
Ley de Seguridad Interior que no es otra cosa que la espada de Damocles
pendiendo de las cabezas de quienes luchan por la democracia y por acabar con
el régimen que ha envilecido nuestra cultura, nuestras tradiciones y entregado nuestras
riquezas naturales. Sin embargo, la confrontación política de los estudiantes
del sesenta y ocho con el régimen priista, fue la semilla que en cincuenta años
ha venido germinando en el pueblo para que aquella gesta gloriosa de los
estudiantes y el pueblo sea otra vez la protagonista de una victoria merecida y
la puntilla para infringirle al priismo la más aplastante derrota de la que
México tenga memoria
Los jóvenes que
lucharon y murieron por la libertad y la justicia el dos de octubre del sesenta
y ocho, percibieron con anticipada sensibilidad que México estaba viviendo los
prolegómenos de un fenómeno social en el que la suma del pluralismo político y
la unidad de la mayoría de las resistencias populares, podría convertirse en el
patrón de una fuerza que conduciría a los cambios que México estaba reclamando.
El 1º de julio del 2018 es la concreción de estos anhelos juveniles
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