lunes, 1 de noviembre de 2021

La deuda que no le había cubierto a mi madre

Por JESÚS SOSA CASTRO

En la parte alta del nudo mixteco, allá en la Sierra Madre del Sur, nació una mujer campesina que a los 18 años se convirtió en mi madre. En esas montañas inhóspitas, agrestes y alejadas de la civilización, procreo a sus nueve hijos, Yo fui el mayor de ellos y obvio, soy el más viejo de la camada. Haber nacido y sobrevivido por muchos años en esos lugares, no dejó de ser un triunfo de la naturaleza. Pues mis progenitores venían de familias numerosas, analfabetas y empobrecidas hasta lo indecible

Los primeros años de mi vida los pasé como peón al lado de mi padre. Tuve la fortuna de respirar aire puro, oír el gorjeo de los pájaros, ver correr el agua cristalina por los arroyos y por las noches observar las estrellas acostado en un petate de palma en el patio de mi casa. A las cinco de la mañana empezaba el ajetreo. Había que ir al monte donde pastaban los bueyes, uncirlos al yugo, empezar las labores de labranza, darles agua, subirlos al monte para que se alimentaran y regresar a la casa donde mi madre nos esperaba para comer lo que había logrado para alimentar a su esposo y a su hijo

Este era el quehacer cotidiano. Una rutina que me fue haciendo hombre sin haber tenido tiempo para el juego o la distracción. Toda mi niñez giraba alrededor del campo y yo, no me sentía mal. Me hacía feliz el trabajo y el disfrute de una paz y de una quietud que no perturbaron nunca las fibras de mi alma. Al paso de los años y de cuando en cuando he recorrido mi pasado campesino. El que más influyó en mi vida y en mi formación fue mi padre, pues siempre andaba con él. No reparé en el trabajo y en el silencioso sufrimiento de mi madre. Pues antes que todos y en toda su vida, era la primera que se levantaba a moler y hacernos el almuerzo. Su vida de mujer campesina no le permitió conocer la tecnología que aligerara su trabajo y lo hiciera menos penoso. Siempre estuvo pegada al metate haciendo tortillas, salsas de chile guajillo y frijoles de la olla

Años después a mi padre le quitaron la tierra que le rentaban para trabajar. Y como ocurre con los pobres y con los pueblos originarios, los poderosos nos fueron echando hacia los lugares más inaccesibles. Vivíamos en constantes peregrinaciones en busca de espacio para trabajar. Nos fuimos montañas arriba, y allá, en la cresta de una de ellas, limpiamos una cueva natural para convertirla en nuestra vivienda. Una vez instalados nos pusimos a desmontar pequeñas parcelas para luego ponernos a sembrar. Allí fue donde por primera vez, vi llorar varias veces a mi madre. ¡No tenía nada que saciara el hambre de su prole

Supongo que por andar todo el día trabajando con mi padre, no me daba cuenta de los sufrimientos de esta diligente mujer. Tampoco entendí la actitud parcial y a veces grosera de mis abuelos paternos. Estos, poco duraron en mis recuerdos. Siempre vieron con malos ojos a mi madre que quiso ser independiente del tutelaje que por años ejercían los padres con los hijos y con las nueras. El núcleo familiar lo conservaban los “papás grandes” y los hijos con sus mujeres, tenían que vivir hacinados bajo el techo de los tatas mandones. Hoy, siete décadas después, estoy convencido que esa fue la causa de sus constantes desavenencias con mis abuelos

Además de esos hechos, harto difíciles que vivíamos, se sumaban circunstancias políticas que en ese entonces recorrían los caminos del Sur. Por las noches, veía que mi padre se despedía de nosotros y le recomendaba a su esposa que nos cuidara. Tomaba su vieja escopeta calibre doce, unos harapos que hacían las veces de cobija y se iba de la cueva sin que supiéramos hacia dónde. Varios días después me enteré que la leva, andaba levantando a los hombres en edad de ser incorporados en las filas del ejército, para luchar contra las bandas que había dejado la guerra cristera. Mi madre y sus hijos, habían sido abandonados por meses, mientras mi padre era obligado a pelear en defensa del Estado “revolucionario” y librar, contra su voluntad, batallas que, en nombre de Cristo Rey, los cristeros habían convertido en un propósito indecible. Hoy cubro una deuda que tenía con mi madre, recordándola con todo el amor, el respeto y la devoción que le debía

  

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