Las
lágrimas de un hombre y la nobleza de su perro
Por JESÚS
SOSA CASTRO
De un tiempo acá, suelo caminar por las calles cercanas a mi
casa. Lo hago todos los días, ya casi cuando las sombras de la noche empiezan a
cercar los rumbos de mi camino. A estas horas el viento cala los huesos y la
paranoia que nos dejó la pandemia nos vuelve a la costumbre de cubrirnos la
boca para evitar contagios o resfriados ocasionales. Una de estas últimas tardes,
iba con mi perro caminando por una de las calles que me miran pasar. De pronto,
veo que en una de las esquinas se encuentra un hombre joven recostado en una
vieja cobija acompañado de su perro. Supuse, con razón, que se trataba de uno
de esos seres humanos que el sistema, la miseria económica y los consiguientes
problemas familiares, han aventado a la calle. No importando que sean niños, jóvenes
o adultos
No fue mi curiosidad sino la exigencia de mi perro la que me
obligó a acercarme más a ese joven en “situación de calle” y a su perro. En su
actitud y en sus ojos había nobleza, dolor, hambre, frío y un amor invisible
hacia su acompañante. A casi medio metro de ambos, Yarí, le empezó a mover la
cola al que, recostado sobre sus patas delanteras, abrazaba las piernas de su
amo. Lo que vi me llenó de ternura y también de rabia contra quienes hacen
posibles estas situaciones tan dolorosas. Con el debido cuidado me acerqué a
ambos. Entre más avanzaba, por mis ojos se asomaban algunos indicios de llanto.
Ya junto a los dos le pregunté el porqué de su situación. Sentí que le molestó
mi pregunta. Levantando un poco su cabeza que tenía recostada en el cemento, me
miró con cierto desprecio
No tengo ni familia, ni amigos ni a dónde llegar. Llevo día y
medio sin comer. Hoy compartí un pedazo de pan que mi perro encontró en la
basura. Duermo en la calle. Hoy nos tocó quedarnos aquí. Nos calentamos
mutuamente. El único que me quiere y se la juega conmigo es mi perro. ¡No pude
más! Regresé a mi casa para llevarles algo que les aminorara su hambre y su
frío. Cuando hice entrega de estos modestos apoyos los encontré llorando. Me
senté un rato con ellos y compartí el dolor y el enojo que genera una sociedad
deshumanizada y un gobierno que aún no resuelve las necesidades elementales de miles
de mujeres, hombres y niños que viven en las calles, sufriendo el desamparo y la
inmoralidad de funcionarios ajenos a los sentimientos de muchos seres humanos
Me consta que en la calle viven su sufrimiento miles de
personas. Me humilla esta situación porque darles comida o una cobija no le
resuelve el problema a nadie de los que padecen esta situación. No se trata de
resolver momentáneamente un problema social que está envileciendo a la sociedad
y a los gobiernos. Porque el ver escurrir lágrimas y pasar de largo ante los
seres que han perdido su humanidad por culpa del sistema, es, por decir lo
menos, un paso a la falta de respeto a los sufrientes y un desprecio
inexplicable a los derechos humanos
Después de mi caminata me sentí anonadado por lo que vi y
sentí. Me trastornó el haber compartido con un joven y con un perro la soledad
y el abandono que la sociedad nos sigue imponiendo. Se ha perdido el humanismo
y la solidaridad. Ha ganado el individualismo, la competencia, la voracidad
económica. ¡Después de ver esto mi recorrido terminó! Asido de la correa de Yari,
fijaba mis ojos en los suyos. Quería encontrar alguna muestra de esos
sentimientos que muchos estudiosos afirman existen en algunos animales. Yari
también me miró. Creo que compartía la angustia y el sufrimiento de lo mismo
que mis ojos habían percibido en el joven y en su perro
Enrumbado hacia mi casa, recordé a Leonardo Padura, el
escritor cubano que en el 2009 escribió “El hombre que amaba a los perros” uno de los
libros más hermosos que yo haya leído Una historia convulsa, donde la narrativa
tiene que ver con la persecución y el asesinato de Trotsky y con los hilos que
llevan a pérdidas mayores, profundas y definitivas contra los seres humanos, donde
el sufrimiento de quienes luchan por su vida y por su libertad, son capaces de poner
su historia al lado de la nobleza de los perros. Una historia de hace más de
cien años pero que, ahora, entiendo la razón por la cual los perros son los
mejores amigos del hombre. Mientras éste, sigue expresando la miseria humana porque
en el centro de su ser, su Dios sigue siendo el dinero. ¡Lástima Margarito!
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