¿Cómo
explicar estos sueños?
Por JESÚS
SOSA CASTRO
Había ido de la pequeña muerte de la que habla Eduardo
Galeano (*) a los amores insomnes de Mario Benedetti. Mi veta imaginaria voló
incansable para transformar la lectura en un ventarrón de ideas y de
querencias. Tal vez era el reclamo de las mujeres que se han atravesado en mi
vida y que, olvidadizas y desamorosas como son, protestaban por mis omisiones involuntarias.
Querían brincar las entretelas de mis sentimientos y salieron corriendo como
gacelas que recién logran su libertad
Me dormí con El libro de los abrazos, por tal, no pude medir
el tiempo. Dos, tres o cuatro horas fueron suficientes para elucubrar, para dar
cuerpo y forma a un gigante fantástico parecido a un camello con la cara del
Guernica de Pablo Picasso. Su embestida y su fuerza agrietaron mi subconsciente
y en una loca y desenfrenada carrera hacia un lugar inexistente, me hicieron
correr desaforado por una multitud trotante que me arrollaba, cuesta abajo, sin
poder explicar lo que pasaba. Un camello con cuernos, hambriento y mitológico perseguía
mi humanidad sin que mis pies y mis brazos pudieran detenerlo y descubrir en su
mirar el porqué de su delirante persecución
En el entorno había una cerca de alambre, arbustos, polvo y
gente, mucha gente. En competencia similar, venían frenéticos, casi levitando,
personajes callados, pero con rostros que mostraban el miedo y el terror. Los
tumultos corrían en la misma dirección perseguidos por el mismo fantasma. En esa carrera incontinente, jadeante y con
un rostro expectante aparecía una mujer borbotando palabras que le espetaba a la
muchedumbre para que yo pudiera escapar. Huye, corre, corre. Y yo corría,
empujado por los gritos de esa multitud invisible que me echaba hacia adelante
sin saber hacia dónde. Tal fue mi carrera que creí despertarme. Sentía que el
sudor me escurría por el rostro mientras la mujer corría conmigo con un canasto
de flores que protegía como la niña de sus ojos
Íbamos juntos en un mar de gente, perdidos y sin rumbo. De
pronto llegamos a la parte baja de esa montaña de la que veníamos rodando.
Éramos dos torrentes humanos que escapábamos de algo. Huíamos, queríamos salir de allí y
refugiarnos en otro lugar que tampoco sabíamos donde se encontraba. La marea se
hacía un remolino y nos juntaba a gran velocidad. No había manera de escapar.
Alzábamos los brazos, gritábamos sin ser escuchados por nadie. La marea seguía,
iba perdida en una carrera sin sentido y viajando hacia el infinito sin saber
quién o qué nos empujaba
Mientras, la cara del toro de Picasso abría sus fauces más
que enloquecido. Por más que éramos llevados y traídos por ese mar de gente, el
fantasma con jorobas acercaba sus belfos a nuestra cara con un aire de
ensoberbecido triunfo. Entre sueños, me resonaban palabras al través de las
cuales el animal me recitaba las palabras de Eduardo Galeano “No te de risa el
amor cuando llegue a lo más largo de tu viaje, porque al final, tus vuelos alcanzarán
lo más profundo de tus sueños”
(*) El libro de los abrazos, Eduardo Galeano, Edición Siglo XXI
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