El Cristo que yo conocí
Por JESUS SOSA CASTRO
Enclavada en la región más árida de la mixteca poblana existe
una localidad llamada Tejalpa, lugar de las tejas. Esta aldea inhóspita,
olvidada por sus propios pobladores que han emigrado a quien sabe dónde, precaria
en todos los sentidos, me hizo recordar al Cristo que hace muchos años allí
conocí. La historia del pueblo no tendría registro alguno en los anales de la
región, si no fuera porque en ese lugar está
lo que hoy recuerdo con el mismo terror de siete décadas atrás. Su consecuencia
social, vivir una cultura religiosa que raya en el miedo y en el fanatismo.
El lugar está dentro de un triángulo formado por la mixteca
poblana, oaxaqueña y guerrerense. La naturaleza y los gobernantes dotaron a estos
pobladores de una sobrada aridez, un sol abrazador, un analfabetismo contumaz, una
incultura lamentable y una vasta pobreza. Un pueblo sufridor que se ha
resistido al infortunio, y que por definición de sus pobladores, vive porque el
“Señor de Tejalpa” los ha socorrido con sus milagros. Estos amerindios, tenían
fama de ser los mejores artesanos de América desde la época precolombina. A
pesar de que ya casi no viven de eso, sus viejas raíces y sus tradiciones le
siguen asignando ese merecimiento. Sin embargo, su sello principal es su
obstinación y su fervor por las creencias religiosas. En la guerra cristera
esta región aportó varios miles de soldados, comandados por Olegario Cortés, un
campesino cristero, que al grito de “Viva Cristo Rey”, dejó sembrados cientos
de muertos y niños en la orfandad
En medio de este paraíso de desamparo económico, social y
cultural, tuvo su origen mi primera frustración religiosa. De chamaco, iba con
mis padres a campo traviesa recorriendo montañas para ir a entregarle al “santo
patrono” las limosnas, los diezmos y las
primicias. Fue en esas visitas donde viví los miedos que aún traigo metidos en
el alma. Los íconos y la iglesia, parecían expresar lo que fue la Santa
Inquisición. Me llenaron de espanto la
oscuridad, el rostro y el cuerpo sangrante de JESUS. ¿Para qué mostrar ese
rostro de crueldad? ¿Por qué en nombre
de esta iglesia, se despojaba a mi padre, a los campesinos y a todos los demás,
de una parte de su trabajo, para pagar un impuesto a la iglesia y no al Estado?
¿Por qué al paso de los años el catolicismo se sigue
comportando así? ¿Es una iglesia mercenaria, ignorante, incitadora del espanto,
el engaño y el terror, que utiliza esos mecanismos para tener cautivos a sus
feligreses? ¿Pueden las catedrales y las iglesias,
sombrías, oscuras y con imágenes aterrorizadas y llenas de horror, atraer a los
fieles a sus filas utilizando estas presiones que solo cuestionan las razones
de su fe? ¿No sería mejor que la iglesia volviera a la austeridad y al concepto
original de su doctrina, que colocaba en el centro de su causa, la bondad, la solidaridad
y la justicia cristianas? ¿No era esto lo que querían y quieren el Obispo Don
Sergio Méndez Arceo, Don Samuel Ruiz, el TATI de los indios de Chiapas y el
Obispo emérito Don Raúl Vera?
La iglesia debe darse cuenta de que los católicos de hoy ya no
quieren que sus curas, obispos y cardenales conviertan las ideas religiosas en
un espectáculo paranoico en el que sólo importan el dinero y la insustancialidad. Ya basta
–gritan- de tener al frente de la iglesia, a pastores mercenarios, soberbios y ladrones.
Ya no más Cristos que pasan de largo sin importarles lo que
les sucede a sus hijos. Queremos, - reclaman - una iglesia que convierta su
doctrina en una herramienta que acabe con la violencia, con la injusticia, con
el AUTORITARISMO Y CON LA IMPUNIDAD. Hay que devolverle el rostro humano a las
ideas de JESUS. Que su “Pasión, Muerte y Resurrección” sean el resurgimiento de
una iglesia renovada y de un país nuevo. Que lleven a una era que permita el
comienzo de una cultura de solidaridad con sus fieles, que luche por la paz,
por la equidad y la Justicia. Volvamos la mirada al Cristo redentor, al luchador
social. A ese hombre que quiso para sus hijos un mundo de paz y de equidad. Hay
que ir en pos de una iglesia que practique la equidad y que llene a sus seguidores
de una fe diferentes. El pueblo de México quiere un Jesús esperanzador, que
esté de su lado, no bajo el control de los dueños de todo. Queremos un JESUS
con rostro humano, vigoroso y luchador. Un Cristo que levante la cara, que
acompañe a sus seguidores en sus reivindicaciones, y no un Cristo sufriente,
dolido y vejado como el Cristo que yo conocí
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