miércoles, 14 de noviembre de 2018


Morir pegado a la cuña

Por JESUS SOSA CASTRO

 En unos días más cumpliré ochenta y un años de vida. ¡Un titipuchal! En este largo tramo, muchos momentos me han marcado: de pequeño disfrutaba ver las estrellas acostado en petates de palma oyendo a mi padre hablar de cómo orientarse viendo las estrellas; ver arar la tierra e ir sembrando atrás del arado con mis pies pelones agrietados por el lodo y el maltrato; vivir en una cueva en las faldas de una montaña ante la imposibilidad de  contar con un techo; ser alumno de un maestro rural, sabio, que a la fecha recuerdo con una enorme devoción; atestiguar los estropicios que Leodegario Cortés, un campesino cristero de la Mixteca, dedicado a matar, robar y violar en nombre de su religión
Fui, así lo creo, un niño campesino feliz. De adulto primero y de viejo después regreso frecuentemente a los tiempos en que siendo estudiante me apantallaban los niños fifís, aquellos que llegaban con zapatos, mientras yo andaba con huaraches. Siendo aún estudiante apoyé a los maestros encabezados por Othón Salazar, me criticaban los sabios de entonces cuando en mis intervenciones no hablaba con propiedad. Fui despojado de mi triunfo como Secretario General de la Sociedad de alumnos por los charros de la Nacional de Maestros
Al correr de los años he ganado en experiencia y en edad. Sin embargo, concluyo que fue en el vientre de este monstruo, donde me hice hombre en la mejor acepción de la palabra. En el DF nací a la vida política y cultural. Mi mayor orgullo siempre estuvo ligado a un número indeterminado de luchadores por la libertad y la justicia. Fui dirigente con Othón Salazar del Movimiento Revolucionario del Magisterio. En Baja California donde trabajé unos meses, conocí al ejemplar comunista Blas Manrique y participé en la fundación en ese Estado, del Movimiento de Liberación Nacional que promovía el Gral. Lázaro Cárdenas del Río.
Si algunos contribuyeron a mi formación política tengo que mencionar a Arnoldo Martínez Verdugo, Gerardo Unzueta Lorenzana, Eduardo Montes Manzano, Demetrio Vallejo, Valentín Campa y Blas Manrique. En contra del oscurantismo que se vivía, logramos la legalización del Partido Comunista Mexicano. Allí anduvimos miles y miles de mujeres y hombres poniendo por delante la mística revolucionaria, sin miedo a las amenazas de la represión o la cárcel
Los comunistas escribíamos, debatíamos, organizábamos a los obreros y exigíamos justicia y libertad. Algunos de los “revolucionarios” de hoy, sólo les cautivan las mieles del poder, pero nunca repartieron un volante o hablaron con los obreros a la salida de las fábricas. En esos años, sin recursos, sin derechos y perseguidos, la ciudad de México se cimbró con la presencia de la gente, especialmente cuando logramos la legalidad del PCM y cuando tuvimos como candidatos a la presidencia de la República a Valentín Campa y a Arnoldo Martínez Verdugo
Pero en esta última década mi largo andar ha sido llenado de hechos grandiosos. Estoy participando en la construcción de un nuevo país con todo lo que esto significa. Treinta millones de electores votamos por un nuevo proyecto de Nación al que hay que defender. Ambicionamos hacer una nueva historia en la que los niños, los jóvenes, los ancianos y el pueblo trabajador, ocupen el lugar central de este esfuerzo inaudito. El triunfo del 1º de julio y la derrota de la derecha con relación al aeropuerto de Texcoco ha sido sólo el primer paso. Lo que sigue, tiene que ver con el cumplimiento de las propuestas de gobierno, con el papel que debe jugar el partido, con la eficiente actividad parlamentaria y con la atención que seamos capaces de darle a los que votaron por el Proyecto de nación
Los que murieron, se hicieron viejos o defeccionaron de la lucha revolucionaria, no tuvieron tiempo de darle seguimiento a la historia. Algunos de los que quedamos seguimos empeñados en cambiar las cosas. Mi sueño es ver a México gobernado por el pueblo. Si eso ocurre, como ocurrirá, Moriré pegado a la cuña, a ese aditamento tan rudimentario y tan importante que aprieta el timón y hace posible el cultivo de la tierra. Si esto es lo único que puedo ver, me iré con mi equipaje a cuestas, satisfecho de haber hecho algo por mi gente y por mi país    

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