Volviendo sobre mis pasos
Por JESÚS SOSA CASTRO
Escribo estas líneas el
21 de marzo desde Acatlán de Osorio, Puebla, cerca de Oaxaca, Estado al que
llegó el presidente de la República para conmemorar, en Guelatao, el 213
aniversario del natalicio de Don Benito Juárez García. Prácticamente estoy en
el centro del triángulo que forman la mixteca poblana con la tierra de Juárez y
la de Vicente Guerrero. En esta región inhóspita, fraterna y fantasmal, nací el
25 de diciembre de 1937. Hace más de sesenta años que salí de estas agrestes montañas
para venirme a terminar la educación primaria donde vivía una parte de la
familia de mi madre. Era una familia muy
religiosa pero en los dos años que me dio cobijo, jamás pidió a mis
progenitores campesinos un apoyo económico para mi manutención
En la escuela primaria
de esta ciudad aprendí de mi maestro Juan Ramírez un madral de historia,
ubicaba sin equívocos las montañas, los ríos, las islas y capitales de casi
todos los países del mundo. También aprendí los ritos religiosos, mezcla de
ignorancia y fanatismo que el cura de la iglesia nos metía por los cinco
sentidos en los viernes de doctrina. De tiempo en tiempo volvía a estos
lugares. Me cautivaron mis maestros, me enseñaron a querer mis raíces, recorría
mentalmente mis pasos llenos de sufrimiento infantil. Como niño campesino
ayudaba a mi padre en los quehaceres del campo, montaba mi caballo asido de las
crines y a lomo pelado corría por el lomerío correteando las vacas que
hambrientas entraban al potrero para comerse lo que habíamos sembrado. De
madrugada bajaba de los cerros los bueyes que tiraban del arado para sembrar todo
el día maíz y frijol. Al término de la cosecha arriaba una fila de burros
cargados de mazorca o de granos diversos para depositarlos en las trojes. Me
dolía ver que algunas de estas bestias sangraban del lomo por las cargas que
transportaban por veredas y hondonadas cerca de ocho kilómetros tres veces al
día
En esos andares viví la
solidaridad y la ayuda mutua que se daba entre las personas, hombres, mujeres y
niños, de todos los pueblos y rancherías. Los trabajos se hacían entre todos,
se comía mole de guajolote y se bebía aguardiente hasta que llegaba la noche o
se terminaba la jornada de trabajo. Se practicaba el tequio, aunque yo entendí su
significado muchos años después. En fila india, iba agarrado de la cola del último
de los burros para no extraviar mis pasos en las madrugadas o en las noches
oscuras de noviembre
Décadas después y en
distintos momentos recorría los mismos caminos haciendo memoria de los años que
me han hecho viejo. Volví a ver la pobreza y el abandono de la gente. Nada había
cambiado, el hambre y la desesperanza seguían siendo el frío referente de las zonas
mixtecas. Hoy volví a esos pueblos a invitación de mis paisanos. Mas bien de
esos seres añosos que se quedaron asidos a sus tierras porque ya no tuvieron
tiempo para emigrar a distintos lugares en busca de trabajo. Los que salieron
de los pueblos, abandonaron sus familias, sus raíces y su historia. El 21 de
marzo y después de mediodía, por la radio oía a López Obrador hablando de la
grandeza y del ejemplo de Don Benito Juárez. Sentía orgullo cuando el
presidente hablaba de la cultura, de los usos y costumbres que en otros tiempos
se extendieron por los pueblos tlapanecos, hoy olvidados por todos los
gobiernos pero que felizmente también viví cuando era un chamaco
Solo la heroicidad, la
leyenda y el ejemplo juaristas siguen manteniendo el sentido de una patria que
soñó ser independiente, libre y soberana. El hombre que derrotó al segundo
imperio que se quiso instaurar en nuestro país, el que acabó con la segunda
intervención francesa, con el archiduque que soñó conquistarnos y terminó
fusilado en el cerro de las campanas en el Estado de Querétaro, camina enhiesto
su nombre por los senderos y montañas de esa patria que hace 213 años lo trajo
a este mundo. Entre orgulloso y nostálgico me preguntaba el por qué de mi
presencia en estos lugares que ya poco tienen de mí. Y es que el 2 de junio se
volverá a elegir gobernador de mi Estado y las huestes mixtecas ya se andan
calentando
En eso andaba cuando
Jannette Martínez, lideresa del colectivo en el que participo en la Alcaldía de
Gustavo A Madero me convocó vía internet a una reunión con el alcalde Francisco
Chíguil Figueroa. Decidí regresar por unas horas a la CDMX y participar en este
encuentro largamente buscado y hasta ahora atendido. Con él hablaremos del
retraso en la atención de las demandas ciudadanas y de las tantas tareas de
gobierno que hay que aterrizar. Ya les platicaré a mis lectores de qué lado
encontramos mascando a la iguana
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