Las causas de Espartaco, Tzilacatzin
y Emiliano Zapata
Por JESÚS SOSA CASTRO
En un viaje por mar, Craxio,
el esclavo galo condenado a remar de por vida, le decía a Espartaco que alguna
vez él había sido libre. Espartaco, que no había conocido otra amistad que el
chasquido del cuero en las costillas, le preguntó en un tono silencioso:
¿Libre? ¡Sí, contestó Craxio! Originariamente nosotros fuimos “los dueños del látigo
y la lanza, los vencedores sobre las legiones romanas, los que organizamos
nuestra vida comunitaria, los que finalmente rompimos todas las fustas, las
lanzas y todas las espadas”
Al oír las palabras de
Craxio, a Espartaco le fueron sabiendo diferentes las picaduras del látigo. Elaboró
su dolor y lo convirtió en conciencia, y la conciencia movilizó su voluntad
para poner fin a las causas de su padecimiento. Reunió a los demás gladiadores
en un momento de descanso y les dijo: “Mirad a vuestro alrededor y decidme si
hay una sola cosa que no hayáis creado vosotros, algo que no haya sido vuestro”
En forma sentenciosa señaló: en la lucha no tenemos nada que perder, sólo nuestras
cadenas. Entonces fue cuando la voluntad se le convirtió en poder y el poder,
en emancipación. Llegó a la conclusión que cuando un Estado imperial se
sobrepone a los intereses de los oprimidos, entonces el dolor, el querer y el hacer,
se convierten en la expresión de la conciencia. En ese momento se crean las
condiciones para impedir que un pueblo sea derrotado (*)
Miguel León Portilla nos
habla del guerrero otomí Tzilacatzin que luchó como un águila agigantada en
contra de la intervención española encabezada, entre otros, por Pedro de
Alvarado. Se puso al frente de sus hombres para defender la independencia y la
soberanía de la antigua Tenochtitlan. Sus ansias libertarias y su genio militar
fueron tan grandes que cabalgaron por donde se dieron las grandes batallas por
la libertad. A él y a sus soldados, va mi admiración y mi recuerdo porque supieron
estar a la altura de otros héroes que, con mayor suerte, están reconocidos por
la historia universal. Tzilacatzin pedía a sus hombres que ellos y nosotros, todos
los que vivimos en este territorio sagrado, deberíamos luchar contra los que
han querido someternos. Eso hacemos ahora la mayoría de los mexicanos
El 10 de abril se
cumplieron ciento dos años del asesinato de Emiliano Zapata. El caudillo del
sur que Howard Fast debió hablar de su vida y de su lucha como lo hizo con
Craxio y Espartaco. Pero como ellos, Zapata organizó a los indígenas con siglos
de dominación y convirtió su voluntad y su pobreza en conciencia, empoderó a
miles de sombrerudos indígenas y campesinos y a la cabeza de ellos organizó un
movimiento militar, político y cultural que hizo temblar a los hacendados y explotadores
de Morelos, Guerrero, Puebla Oaxaca y Tlaxcala
Las
comunidades agrarias y los sectores oprimidos encontraron en el movimiento zapatista
una identidad con grados de conciencia muy importante que los llevó a luchar
contra la opresión y por la libertad. Zapata supo en todo momento
que él se debía a los demás, a su gente. Asumió su liderazgo como un deber para
con su pueblo, y en su acción revolucionaria, fue intransigente con sus
principios. Jamás traicionó, ni se ubicó por encima de sus bases. Tuvo la
visión y el arrojo para hacer de su fuerza una expresión autónoma y soberana,
para desprenderse de direcciones ligadas a la burguesía, en cuyo proyecto no se
contemplaban las demandas del pueblo
Contrario a
lo que sucede hoy con grandes estamentos sociales en todos los pueblos del
mundo, estos hombres nunca se quedaron en el marco de sólo pedir que les
resolvieran sus problemas. Como Espartaco y Tzilacatzin, Zapata y muchos otros
que ofrendaron su vida por la libertad, la soberanía nacional y la justicia, se
adueñaron de la historia y se dispusieron a ser los actores que definieron el
curso en que la dignidad de los pueblos, de sus mujeres y sus hombres, fueran
los referentes para que el mundo de hoy no se convirtiera en colonias de los
grandes imperios y de los detentadores del poder económico, político y militar
Espartaco, Tzilacatzin
y Emiliano Zapata siempre estuvieron a la ofensiva en el despliegue de su
pensamiento y de sus liderazgos políticos y militares. Privilegiaron en su
acción el peso de la voluntad popular. Fueron auténticos constructores de la
lucha revolucionaria y por eso son reconocidos como grandes luchadores de la
justicia y de la libertad
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