La poesía y la literatura en los
cementerios mayas
Por JESÚS SOSA CASTRO
Caminar
por la ribera maya tiene un encanto especial. Las aguas verdeazuladas,
transparentes y limpias del Caribe mexicano, son tan hermosas como sus arenas
blancas y sus selvas llenas de mitos y leyendas. Un día de no reciente mes y caminando
con el sol abrasando sin misericordia mi cuerpo, visité unas grutas en las que
los antiguos mayas enterraban a sus muertos. Un lugar venerable, limpio y con vestigios
añosos de costumbres milenarias y tradiciones que, por fortuna, los hoteleros
no han podido desaparecer. Los silencios que allí están albergados, solo se
perciben porque la oquedad guarda celosamente los símbolos de esta importantísima
cultura.
.
En ese
andar, llegué a la parte alta de una colina donde destacaban varias tumbas con
torres y fachadas asombrosas. Seguramente allí descansaban los restos de la
élite maya, de los sacerdotes o de los chamanes. En la parte baja del
promontorio lleno de vegetación, había un boquete oculto que daba entrada al
cementerio escondido debajo de la gruta. ¡Fue algo inenarrable! El respeto, la
admiración y el silencio, parecían desembocar en la angustia que seguramente se
percibe cuando se está cerca de la muerte.
Allí
comencé a leer un sin fin de epitafios, de versos y oraciones que guardan símbolos
y reliquias que los mayas aportaron al mundo de ayer y de hoy. La fuerza de
esta cultura es un espejo donde el orgullo, el respeto y su grandeza, no solo
son un reflejo que los llenan de fervor, sino entendidos reclamos para que la
gente no se vaya de largo ante su arte, su ciencia y su cultura. En ningún otro
cementerio he encontrado un muestrario tan rico en estos símbolos. Cada tumba
tiene un verso nacido de las entrañas del pueblo
Sus
Dioses, sus mitos y sus costumbres encontraron aquí los espacios buscados,
necesarios y suficientes para no dejar que los ríos subterráneos se llevaron
sus insignias, sus retratos sociales y las ideas que, a pesar del olvido de
muchos, su lucidez y su enorme capacidad intelectual, quedaron grabados para
siempre en la historia, en sus pirámides, en sus grutas y en su poesía. Los
mayas dejaron en piedras y tumbas, una especie de homenaje a la vida, a sus
dioses y a la muerte
Ya por
la tarde, me senté a la orilla de una cárcava. Al lado, un cenotafio a punto de
caerse, triste, humilde, lleno de abrojos, de flores secas y de olvidos. Allí
encontré lo que José Emilio Pacheco quiso dejar entendido acerca de la vida y
de la muerte La poesía y la literatura, escribió, “son la clarificación de la
abrumadora experiencia de la humanidad y el único lugar donde los vivos hablan
con los muertos” Ya para irme del lugar limpié con mis manos la piedra terrosa
y leí el texto escrito en la cruz ¡Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al
partir la nave que nunca ha de tornar, me encontrarás a bordo, ligero de
equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar! (*)
(*) Extracto
de un poema de Antonio Machado
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