Yari y
yo, solos
Por
JESÚS SOSA CASTRO
Hoy que están ausentes mi esposa y mi hijo, la soledad
de Yari y mía se están convirtiendo en una cercanía inexplicable. Por muchos
años siendo un niño campesino, a mi lado siempre había varios perros. Como yo,
vivían y sufrían en el campo. Sólo el silencio de las noches y el parpadeo de
las estrellas, nos hacían menos difícil nuestra soledad
En esos lejanos tiempos no comprendí por qué los
perros siempre andaban conmigo o con mi padre. Cuando salíamos de casa a roturar
la tierra para echar en ella la simiente que más tarde se convertiría en el
sustento familiar, nuestros acompañantes eran nuestros perros. Ni mi padre ni
yo, nos preguntamos en alguna ocasión si estos nobles animales habían recibido
algún alimento. ¡Pasábamos por alto estos importantes detalles! Hoy que estamos
solos, ni Yari ni yo tenemos apetito. ¡Estamos tristes y solos! Cuando lo saco
a caminar, me mira a los ojos como reclamando la ausencia de Canek o de Carmen.
Con cualquiera de ellos, siempre expresa anticipadamente su felicidad
Reconozco su nobleza y su cariño. Nuestra cercanía se
está llenando de algo extraño. Cruzamos nuestras miradas y algo va en ellas que
estremecen nuestra relación. A muchos años
de distancia han cambiado mis comportamientos campesinos. En la vida de Yari estoy
reivindicando la falta de respeto y de cariño que les negué a mis perros cuando
vivíamos en el campo. Hoy, ya viejo y cerrando mi ciclo, trato de mostrar lo
que es la soledad y la nostalgia. Seguramente muchos no lo van a entender
porque no han tenido un perro en su casa. Ojalá que la vida de Yari, ese perro que
tanto quiero, no muera viejo y en la calle. Espero que el ser humano, en un
rasgo de justicia y de reconocimiento, no permita que nadie, incluidos los
animales, mueran de hambre o de frío. Nadie debe sufrir, ni llorar su soledad o
su hambre
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