viernes, 17 de mayo de 2024

 

Yari y yo, solos

Por JESÚS SOSA CASTRO

Hoy que están ausentes mi esposa y mi hijo, la soledad de Yari y mía se están convirtiendo en una cercanía inexplicable. Por muchos años siendo un niño campesino, a mi lado siempre había varios perros. Como yo, vivían y sufrían en el campo. Sólo el silencio de las noches y el parpadeo de las estrellas, nos hacían menos difícil nuestra soledad

En esos lejanos tiempos no comprendí por qué los perros siempre andaban conmigo o con mi padre. Cuando salíamos de casa a roturar la tierra para echar en ella la simiente que más tarde se convertiría en el sustento familiar, nuestros acompañantes eran nuestros perros. Ni mi padre ni yo, nos preguntamos en alguna ocasión si estos nobles animales habían recibido algún alimento. ¡Pasábamos por alto estos importantes detalles! Hoy que estamos solos, ni Yari ni yo tenemos apetito. ¡Estamos tristes y solos! Cuando lo saco a caminar, me mira a los ojos como reclamando la ausencia de Canek o de Carmen. Con cualquiera de ellos, siempre expresa anticipadamente su felicidad

Reconozco su nobleza y su cariño. Nuestra cercanía se está llenando de algo extraño. Cruzamos nuestras miradas y algo va en ellas que estremecen nuestra relación.  A muchos años de distancia han cambiado mis comportamientos campesinos. En la vida de Yari estoy reivindicando la falta de respeto y de cariño que les negué a mis perros cuando vivíamos en el campo. Hoy, ya viejo y cerrando mi ciclo, trato de mostrar lo que es la soledad y la nostalgia. Seguramente muchos no lo van a entender porque no han tenido un perro en su casa. Ojalá que la vida de Yari, ese perro que tanto quiero, no muera viejo y en la calle. Espero que el ser humano, en un rasgo de justicia y de reconocimiento, no permita que nadie, incluidos los animales, mueran de hambre o de frío. Nadie debe sufrir, ni llorar su soledad o su hambre

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