viernes, 24 de octubre de 2025

 

Los muertos de otros también son mis muertos

Por JESÚS SOSA CASTRO

En el Luto humano, José Revueltas describe con maestría toda la voluntad y la capacidad de los mexicanos para mirar a la muerte como un destino, como una forma de entender el mundo a partir de sus creencias. Para Juan Rulfo, donde ocurren las muertes es el lugar que conserva las almas en pena, es la ultratumba donde al final cobran vida los murmullos de su existencia. Más allá de los conceptos sobre las muertes que se hallan en la narrativa mágica de estos escritores, se percibe que su intención se centra especialmente en exaltar un escenario donde apenas se alcanza a discernir en dónde acaba la vida y en donde comienza la muerte

Ambos, intentan describir el lugar al que irían las almas de quienes mueren sin el bautismo obligado antes de tener uso de razón. Allí sucumbirían quienes tuvieron la esperanza de que no habría olvido de aquellos que se atormentaban ante la imposibilidad de vivir una eternidad. En ese lúgubre estado de no SER, donde se recuerda a los muertos y se habla constantemente de su último suspiro, Rulfo nos prepara con sus fantásticas alusiones mortuorias en sus cuentos de El Llano en llamas, diciendo: “Diles que no me maten porque los muertos pesan más que los vivos y sus recuerdos casi siempre nos aplastan” Quienes esto escriben, lo hacen en uso de su libertad literaria, dándole vida a la poesía y a la largueza incuestionable de sus sentimientos

Jaime Sabines, en cambio, defiende el derecho a sentir dolor por la muerte. En su texto sobre el fallecimiento de su padre, tritura en finas hebras emocionales la aguda añoranza de traer de vuelta a la vida, a su progenitor. Este es uno de sus poemas más extensos, cargado de ritmos tan distintos como sorpresivos con un final astronómicamente místico. La angustia y la debilidad que le provoca la muerte de su ser querido profundiza la frecuente batalla del hombre contra el miedo a la condición terminal. Y en esta ruta, nuestro pueblo y su gobierno, desde hace siete años, no se olvidan de nuestros difuntos. Las palabras de Sabines las hacen suyas, no tenemos la costumbre de “olvidar a los muertos, de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra”

Estos textos sacaron de mi alma las congojas y los sentimientos que me han producido las memorias de mis muertos. Han sido sus recuerdos los que han alimentado el amor y la evocación que han horadado las fibras de mi corazón. Por eso, lo que la naturaleza convirtió en anegamientos en cinco Estados del país, es algo que nos dolió como pueblo y gobierno trastocándonos las fibras del alma. Las lluvias nos estremecieron el corazón por los fallecidos, por eso en nuestro ánimo se sembraron gotas de impotencia, de llanto y desolación. Pero ese dolor, como decía Jaime Sabines, no lo borramos de nuestra historia, lo convertimos en una ofrenda, en una fusión misteriosa entre el cempaxúchitl y el copal, en rezos, mole y tequila. A los caídos les levantamos un altar en el que todos los dolientes encuentran, siempre, el nombre, el recuerdo y el alma de sus muertos

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