A mi me encanta Dios (1)
Por JESÚS SOSA CASTRO
Tomé
el autobús a las 10.25 de la mañana rumbo a la Ciudad de México. Venía dolido, muy dolido. El domingo en
Oaxtepec me lo pasé solo, acompañado solo de mi soledad. Viví un estado de
ánimos que paraliza, que te anonada y te pone entre melancólico y triste. Entras
y sales, subes y bajas y no encuentras nada que te acomode. Tu mente toma un
asunto y luego lo pierde porque el sentido anda distraído mirando o inventando otros
universos. A los pocos minutos quise cambiar este estado de cosas y decidí
apurar el termino de una lectura que traía en retraso. Abrí las páginas
faltantes de “Examen de mi padre” de Jorge Volpi y a los pocos minutos me di
cuenta que mi congoja no encontraba sosiego. Algo empujaba la prisa como si un mastodonte
me estuviera presionando para terminar esa lectura. Mis viejos ojos corrían
renglón por renglón solo para pararse absortos en el cráneo de Velasio que, recargado
sobre otro cráneo, ve fascinado cómo “nuestro cuerpo se volvió el centro de la
naturaleza y una máquina cuyos componentes pueden ser desmontados y escrutados
como los pernos y engranajes de un reloj. De allí, quizás, la melancolía de ese
cráneo, mirando resignado, otro cráneo” (2)
Mi
estado de pesadumbre médico-poética me lo
alteraron Enrique Peña Nieto y Miguel Ángel Mancera. Desde la caseta
cercana al Colegio Militar hasta la zona hospitalaria de San Fernando, en
Tlalpan, la autopista de cobro y la parte a ras de suelo, son un verdadero
muladar. Por la autopista nadie circula, seguramente sigue sin terminarse
después de la cacareada inauguración de hace más de dos meses que hicieron
estos dos funcionarios buenos para nada. Por la parte baja, se produce tal atiborramiento
de transportes, grandes y pequeños, que hacen perder los estribos a los más
pacientes conductores y pasajeros. Hay señalizaciones que uno no se explica
para qué carajos sirven, material de construcción por todas partes y los
llamados fantasmas amarillos para abrir o cerrar espacios, están tirados por
doquier
Con
los ánimos encrespados hasta el copete llegamos a la Central Sur de los
autobuses Cristóbal Colón. Muchos que seguramente llevaban el tiempo medido,
sudorosos y molestos casi corrían por los corredores de la terminal Taxqueña
para tomar el Metro y llegar cuanto antes al trabajo o a sus domicilios. Ya en
el andén con dirección al zócalo, miles y miles nos juntamos en pocos minutos.
Los ánimos se convirtieron en un pandemónium. Todo mundo quería ganar un
asiento para sentar la humanidad que todos ya traíamos arrastrando
Por
fin pudimos abordarlo. Como por arte de magia aparecieron decenas de personas,
desde niños hasta ancianos, ofreciendo todo tipo de cosas. Desde libros de auto
ayuda, pasando por llaveros, lámparas, pilas, cinturones, calcetas para el frio,
hasta pomada a base de mariguana para los que ya andamos con reumas. Los pisotones
y el sudor hacían una mezcla de
encabronamiento con olor a vinagre. Apenas se llegaba a una estación cuando
otra oleada con mochilas a todo volumen te vendían todo tipo de discos de
cuanto cantante ha parido esta sociedad. El Metro se ha convertido en la
farmacia, en el mercado y en el muro, donde los políticos están retratando el
hambre y los problemas del pueblo gracias a su infinita incapacidad para entender
el sentido del artículo 39 constitucional
Yo
preguntaba en que estación íbamos porque el congestionamiento interno me
impedía ver en que parada nos encontrábamos. En San Antonio Abad se bajaron
miles de personas y un chiflón de aire fresco pudo inundar momentáneamente los compartimentos
del metro. Apenas acabábamos de limpiarnos el sudor y de respirar aire que no
estuviera contaminado de los humores de los chupirules, cuando en la estación
Pino Suarez se sube una jovencita como de quince años amantando a su niña.
Varios de los que iban sentados, dilectos le ofrecieron el asiento para cumplir
con una regla de urbanidad cada vez más olvidada por los dormilones de siempre
La
muchacha rechazó el ofrecimiento y sin decir agua va, se puso a declamar el
poema de Jaime Sabines “A mi me encanta Dios” Yo como venía entre cansado y
emputecido, me le quedé mirando escrutadoramente para poder descubrir si lo de
ella y lo mío tenían cierto parecido. En sus ojos jóvenes no había alegría, más
bien brotaba la misma irritación que yo traía y que sólo para explicaciones
sociales llamaremos tristeza, o desaliento.
Curiosamente
me fue ganando su voz, su pasión. Sentí que vivía el poema, y eso me
enterneció. Se aflojaban mis facciones que traía tremendamente endurecidas por
un fin de semana, de esos que se te presentan una, y otra y otra vez, y que tú,
no quieres entender que eso que tanto vuelve sobre sus pasos, ya se acabó. Pues
bien, esta mujer casi niña me cambió el ánimo. Llegué al Metro Hidalgo donde
tenía que bajarme para tomar la línea CU Indios Verdes y llegar a mi casa. ¡No
me bajé allí! Lo hice dos estaciones más adelante para oír terminar en su voz
el poema que solo Sabines y ella saben declamar
Tal
vez la parte que dice que “Dios es un viejo magnífico que no se toma en serio,
que le gusta jugar y juega, y que a veces se le pasa la mano y nos rompe una
pierna o de plano nos aplasta, es porque es un poco cegatón y bastante torpe
con las manos”…..A mí me encanta Dios, porque nos ha enviado algunos tipos
excepcionales como Buda, como Cristo, como Mahoma o como a su tía Chofi”… porque él como muchos de nosotros, sabe que
“el pez grande se traga al chico, y que el hombre se traga al hombre. Y por eso
inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo- sea para siempre”
(1) A
mi me encanta Dios, poema de Jaime Sabines
(2) Examen
de mi padre de Jorge Volpi, 10 lecciones de anatomía. Editorial Alfaguara
PD.- Felicitaciones a Carmen Aristegui por su regreso. Nunca
se fue, pero algunos hubieran querido que se fuera
No hay comentarios.:
Publicar un comentario