Por qué me hice ateo y luego
comunista
Por JESÚS SOSA CASTRO
Era una noche de lluvia
y la oscuridad se había hecho intensa en la cresta de la montaña del nudo
mixteco. El rompimiento de mis padres con mis abuelos paternos los llevó a una
situación de incertidumbre y a la búsqueda de una libertad que no habíamos
conocido años atrás. La vieja organización familiar en la que los
patriarcas eran poseedores del control y
mando de las nueras, yernos y nietos, puso en la mente de mi madre lo que
Sísifo llamaba la otra alternativa: Luchar o morir. No concebía que fueran los meros machuchones los que determinaran el
sentido de su papel como madre y esposa. Mi padre por obligación, entregaba el
gasto a su madre, mi abuela. Las madres de la chiquillada que vivía en ese manicomio
no tenían autoridad ni siquiera para corregir a sus hijos. Ese privilegio era de los abuelos cuya
autoridad la imponían haciendo uso de un látigo llamado eufemísticamente disciplina,
en cuyas puntas se adherían bolas de cera de campeche
Mi madre emplazó a su
esposo a romper con esa organización familiar. No tenía libertad ni
independencia para atender la vida de su esposo o de sus hijos. Las
consecuencias de esta separación fueron inmediatas. Mi padre fue despojado de todos
sus derechos y de la tierra que ocupaba para sembrar. Dados estos hechos, como
le ocurre a todos los que son desplazados por la “civilización” o por los tatas
mandones, la pobreza nos fue llevando a las faldas de las montañas. En ellas mi padre desmontó varias
hectáreas que le rentaron y construyó un cuarto de 4x4 m2 en el que vivíamos
siete personas y dos perros que nos
protegían de los animales salvajes
Un día de diciembre
llegó de vacaciones mi Rutilio pasante de medicina de la UNAM y maestro de
primaria y de secundaria, para pasarse unos días de vacaciones en el campo al
lado de la naturaleza y de su hermana, mi madre. Comiendo todos alrededor del
molendero donde se hacía la comida, preguntó en voz alta la razón por la cual
yo ya no iba a la escuela. Mi padre le dijo que ya no aprendía nada nuevo, que solo
me utilizaba el maestro para entretener a sus otros alumnos, pues la escuela
rural era unitaria. Solo está perdiendo el tiempo, mejor que aprenda a trabajar
Mi tío convenció a mi
padre para que yo continuara los estudios en Acatlán de Osorio distante cerca
de ochenta km de distancia. Me ofreció el apoyo de su familia para vivir y
estudiar. Mi madre me arregló alguna ropa
y me fui a una ciudad cuya forma de vida social y cultural me era completamente
ajena. Cruzaba las calles corriendo, no sabía para qué servían los semáforos.
Un niño campesino criado en las montañas reaccionaba así contra las normas citadinas porque en el campo
no existía límite a ninguna libertad
Me inscribieron en el
cuarto año cuando ya tenía catorce años de edad. A los tres meses me pasaron al
quinto año. La familia de mi tío y él mismo, eran fieles seguidores de las
prácticas religiosas. Se confesaban cada viernes de fin de mes, comulgaban en la misa de los
domingos y por las noches los rezos eran obligatorios. En mi calidad de
arrimado tuve que entrarle a esas prácticas. La doctrina los viernes por la tarde era
obligatoria
Un día el cura nos dijo
a los niños que para tal fecha se iba a producir una oscuridad en toda la
tierra como castigo por no creer suficiente en la palabra de Dios. Todos los herejes
serían castigados. Oído esto me fui a la terminal de autobuses para irle a informar a mis padres de este terrible acontecimiento. Pensé que para ellos
éste sería más duro tomando en cuenta que vivían completamente alejados de las
prédicas del Señor. El autobús me dejó a la orilla de la carretera cuando ya eran
casi las nueve de la noche. A pié y en la obscuridad caminé cerca de quince kilómetros hasta llegar al lugar donde
mis padres se encontraban
Estuve a punto de
rendirle cuentas anticipadas al Señor. Mi padre, con arma en la mano casi me
dispara en la oscuridad creyendo que se trataba de algún delincuente. ¡Qué te
pasa, me preguntó entre sorprendido y encabronado! “Vengo a decirles que se va
a oscurecer por mucho tiempo como castigo a quienes no van seguido a la
iglesia” Mi padre me llenó de improperios y me dijo emputecido. ¡Te me regresas
ahora mismo. Nada más andas perdiendo el tiempo a lo baboso! Cabizbajo y
desorientado tomé el camino de regreso. Al regresar a la doctrina el viernes
siguiente el cura nos dijo. “Dios se dio cuenta de su arrepentimiento y por eso
no se oscureció” Días después supimos que en sus tiendas se habían agotado todas
las mercancías de uso doméstico, los candiles, las lámparas, el petróleo, los cerillos.
Desde entonces empecé a odiar a los curas y a sus prédicas. Pocos años después,
con el estudio me hice ateo y luego, comunista
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