El contacto
Con trabajos terminé
mis estudios de primaria. La pobreza de
mis padres era creciente y su economía no estaba para que yo siguiera en la
escuela. Mi tío, ya para entonces mi ángel guardián, mandó preguntar mis
calificaciones y encontró en ellas algún talento que le sirvió para aprontarse
con mi padre y pedirle que yo siguiera estudiando. Con su intervención impidió
que como a cientos de miles de mexicanos, ignorantes y plantados en los picos de
las montañas, muriera sin siquiera dejar impreso su nombre en algún dato estadístico
Por fin llegué a la
ciudad de México cargando un vejestorio de Veliz y adentro un puñado de ropas mal
hechas que mi madre me hiciera con todo cariño y esfuerzo. Bajo el amparo de mi
tutor oficial, me quedé unos meses como “gaviota” disfrutando de un espacio
compartido con él en el internado y comiendo las sobras de lo que dejaban los
alumnos que disfrutaban del derecho de comedor. Presenté el examen de admisión
a la secundaria anexa a la Escuela Nacional de Maestros cuyo resultado me llevó,
a los pocos días, a contar con derecho a cama y a comida con cargo al
presupuesto del Internado y del comedor
En esta escuela registré
la excelencia de dos grandes maestros. Ambos con sobrenombres puestos por los estudiantes. La “Gata” en la
Secundaria y el “Binomio” en cuarto año de normal. Estos dos maestros me
introdujeron al estudio más allá de las materias obligatorias que había que
cursar. Los viernes de cada semana la Gata nos hacía explicar lo que habíamos
entendido del libro que habíamos leído. Fue
la época que siendo estudiante más libros pasaron por mis manos. Un día y por primera vez me pasó al estrado para
explicar mi interpretación sobre el Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano. Al hacerlo,
mis compañeros se empezaron a reír, sin saber yo el motivo de su hilaridad.
Después supe que el motivo de sus burlas se debían a la pobreza de mi
vestimenta, a una actitud inhibida resultado de mi origen y al hecho de que mis
pies, partidos por la tierra del campo, apenas podían cubrirse con pedazos de
llantas de desecho
Al pasar a lo que
entonces era el cuarto año de normal, mi carácter se transformó de manera
radical. De pronto me di cuenta que en mi alma había algo más que humildad y abandono
de lo que yo significaba. A ciencia cierta no sabía qué era lo que
convulsionaba mi pensamiento, pero al romper con lo que hasta ese punto había
sido el cuarto oscuro de mi desarrollo cultural y de mis relaciones sociales,
me di cuenta que me estaba situando en aquel mundo del que me hablara mi
maestro rural Moisés Flores Guevara. A la chiquillada campesina nos tenía
encantados cuando se refería a lo que significaba la “Escuela socialista del Gral.
Cárdenas, de la necesidad de luchar por un mundo distinto, de acabar con el
oscurantismo clerical y de ir, siempre, en busca de la libertad y la justicia” Entonces
no les di importancia a estas palabras. Pasaron más de cincuenta años para que
hoy, con mucho orgullo, esté dando cuenta de lo mucho que me enseñaron estos
maestros
Aun siendo estudiante
empecé apoyando al Movimiento Revolucionario del Magisterio que encabezaba Othón
Salazar. Este movimiento encarnaba mis sentimientos proletarios sin que yo
supiera el significado y el compromiso que
representaban. En este mismo período, mis compañeros de mi corriente
estudiantil me hicieron Secretario General de la Sociedad de Alumnos, pero no
pude tomar posesión porque la nomenclatura de la Normal que obedecía al charrísimo
sindical del SNTE, encabezado por Alfonso Lozano Bernal, me quitó el triunfo y
se lo dio a un charrito apellidado Santana
En 1960 me fui a
trabajar a Tijuana, Baja California. El 16 de abril de 1961 los gusanos cubanos
apoyados por el imperialismo norteamericano invadieron Cuba por la región de
Bahía de Cochinos. El heroísmo de Fidel, de Raúl y de otros destacados
revolucionarios mostrados en la derrota aplastante de los invasores, nos impactó a los maestros que habíamos salido
unos meses antes de la Normal. Convocamos a una manifestación de solidaridad
que conmovió a los ciudadanos de este lugar. A los pocos días, en nuestros
espacios colectivos nos visitó un compañero para ofrecernos libros y apoyo a nuestras decisiones políticas. Le
tomamos la palabra e hicimos de su librería un Cine Club y un centro de lecturas
de libros marxistas
El dueño de este centro
cultural y político se llamaba Blas Manrique. El camarada que años atrás la CIA había aventado desde un peñasco a
las aguas del mar en las playas cercanas a Rosarito. Por fortuna, el costal en
que lo metieron para asesinarlo reventó al caer en el agua y de esa manera se
salvó. Cuando yo me enteré de esta persecución y de las convicciones revolucionarias
de Blas, le pedí que me ayudara a
ingresar a su partido, al Partido Comunista Mexicano
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