¿Hacia dónde apuntar
nuestras lanzas?
Por JESÚS SOSA CASTRO
Jorge Martínez Reverté, escritor español, escribió un libro cuyo
título es la Furia del silencio. En una de sus páginas narra que en la
primavera de 1962 se produjo en Asturias, en las cuencas mineras, una huelga
silenciosa y pacífica que llegó a acorralar al Gobierno de Francisco Franco. Relata
con detalle y con una gran carga de emoción, aquel estallido popular que supuso
un progreso muy significativo hacia el deseo de justicia y libertad. El símil
con este interesante capítulo de las luchas obreras de España, lo encuentro con
lo que el pueblo de México logró con su voto en el reciente proceso electoral
La derrota que el pueblo mexicano
le infligió al régimen político y a los partidos del sistema, fue una gesta poco
más que brillante. La vocación libertaria de estas franjas de pueblo, subestimada
por tirios y troyanos, fue resultado del trabajo, sistemático y silencioso, en
el que muchos luchadores sociales y políticos de ayer y de hoy, convirtieron en
un ato tan fuerte y efectivo que derivó en un acontecimiento de talla universal.
El líder de esta epopeya supo aprovechar calculadamente las contradicciones de
clase y el hartazgo político y social hartamente señalado en otros artículos
míos. La victoria electoral del pueblo puede ser comparada con la lucha que
Espartaco libró en su intento por tomar Roma
Lo del primero de julio pasó a la
historia como parte de esa épica que antaño sólo era posible atribuir a los
héroes. En busca de su libertad, treinta millones de mexicanos pudieron hacer
de las selvas de asfalto y de los asentamientos del México profundo, el
objetivo central de una estratagema en la que, sin violencia, fueron derrotados
los adversarios que habían convertido al pueblo trabajador en el objeto fundamental
de sus políticas rapaces. El sueño que iba impreso en el voto contenía no sólo
la ira de quienes por años fueron víctimas del atropello y la exclusión,
estaba, sobre todo, el deseo de cambiar el régimen político. Este sentimiento
de autodeterminación felizmente llevó al gobierno de la República a López
Obrador
La historia del primero de julio
es la continuidad de las luchas de los soñadores que se han venido quedando en el
camino. Ya en los prolegómenos del siglo pasado los utopistas mexicanos exigían
en su discurso el respeto y reconocimiento a todas sus libertades y derechos.
En una de sus proclamas señalaban que: “ha llegado la hora de conocer a los
hombres con el corazón bien puesto, es el día en el que los esclavos se
levanten como un solo hombre reclamando lo que les corresponde, será la hora de
que salgamos en defensa de nuestra libertad. Es el momento de despejar el campo,
de pedir cuentas a los que siempre nos las han exigido; es el día de imponer
deberes a quienes sólo han querido tener derechos” Nuestra lucha “fertilizará
nuestros campos; dará exuberancia a las plantas y dejará un rastro imperecedero
a la humanidad del futuro”
¿Qué poseemos las mujeres y los
hombres que vivimos clavados en el trabajo? ¿Quién se beneficia del sudor de
nuestras frentes, de las lágrimas de nuestros ojos, del dolor de nuestras
espaldas, del cansancio en nuestros brazos, de la fatiga en nuestros pies y de la
angustia en nuestros corazones? ¿Quién ha pensado alguna vez en recoger lo que
siembra, cuando todo se nos arrebata? El contenido de estas ideas no solo da
luz al pensamiento actual de los que ahora han decidido cambiar el estado de cosas.
Son ideas que salen del corazón y humedecen los ojos porque quienes las
pensaron y les dieron consecuencia, tenían claro que los cambios sociales sólo
son posibles si el pueblo se decide a luchar para alcanzarlos. En estos hombres
todo estaba claro, así estuviera en peligro su vida. Era el rescate irrestricto
de sus derechos y su dignidad lo que se colocaba en las líneas de un futuro que,
por derecho, era la razón de su lucha. ¡Ahora, son y no, otros tiempos! ¿Los
grandes sectores de pueblo que emergieron el 1º de julio con las mismas
banderas de los luchadores que murieron defendiendo sus derechos, serán capaces
de consolidar los resultados del primer triunfo popular?
En el 5º Congreso extraordinario de
Morena se dijo que habrá “victoria final cuando se acabe la corrupción, la
violencia y se logre la reconciliación nacional” Pero ¿se pueden lograr estos
objetivos cuando al interior del partido y fuera de él, se extingue
paulatinamente la vida política para dar paso al pragmatismo burocrático que no
quiere o no sabe explicarnos, a todos, el fenómeno que representó el primero de
julio? ¿Cómo no preocuparse cuando el trato que se les da a los activistas es
inexplicable y poco menos que ofensivo cuando no se les toma en cuenta más que
para el trabajo? ¿Cómo conectar la aspiración de lograr la victoria final
cuando no hay el intento de construir un partido ligado al pueblo y a sus
causas más importantes?
¡En este evento no hubo nada
nuevo bajo el sol! Se desaprovechó el momento para hacer un análisis profundo,
crítico y autocrítico en el que se recogiera la experiencia de los que operaron
a ras del suelo para llevar el triunfo hasta la Presidencia de la República. Fue
un Congreso de la burocracia para consolidar el poder de los burócratas. Sólo
cuando se habló de modificar los Estatutos, para centralizar aún más las
decisiones de las cúpulas, hubo la voz valiente de Carmen Gómez, consejera de
Querétaro que los levantadedos de inmediato la plancharon. Los delegados fueron
incapaces de romper el cerco del silencio y de la continuidad. ¡Por ahora no
hay motivo alguno para que la militancia se sienta contenta! Está ganando la nomenclatura.
¿Hacia dónde apuntar nuestras lanzas para que el triunfo electoral se convierta
en la victoria final?
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