miércoles, 25 de diciembre de 2024

 

El frío y la muerte de los pájaros

Por JESÚS SOSA CASTRO

Ya en otras ocasiones me he referido a esta región donde la vida pende de un hilo. Los caciques, casi todos ellos priistas, han sido tradicionalmente los dueños de la región, de las tierras, de las aguas, de las iglesias, de los santos y de las personas. Desde que yo tuve uso de razón fui testigo inesperado de lo que en nombre de Dios todo le ocurría a la gente. La pobreza, la falta de lluvia, de trabajo y la muerte, siempre, se argumentaba, pasa por los designios de Dios. Era el castigo que enviaba a quienes no se plegaban a sus juicios y a sus oraciones. Con esa incultura sobre nuestro ser, hombres, mujeres, niños y jóvenes que vivíamos de lo que provee nuestra tierra, teníamos la obligación de que lo primero producido más la décima parte del producto total logrado, desde gallinas hasta maíz y ganado, tenía que ser entregado a las arcas de la iglesia, en calidad de diezmos y primicias

Estoy hablando de cuando yo era un chamaco sin ninguna perspectiva de vida y sin ningún sentimiento de felicidad en el alma. El mundo que me ataba a mi padre empezaba caminando por el monte, arreando bueyes para uncirlos al arado y roturar las entrañas de la tierra que nos daba de comer. Por la tarde, cuando el gorjeo de los pájaros se convertía en un murmullo, con el tiempo y las calamidades el frío y el hambre los desapareció. Todo lo que me animaba también dejó de ser mío. Las otras manifestaciones de la vida se fueron yendo por caminos hasta ahora explicables. Sólo quedaron la pobreza y cientos o miles de casas abandonadas por sus habitantes

Por cerca de quince años mis espaldas se cansaron de dormir en la tierra en camas de petate. Recuerdo aún que después de medianoche cuando el frío arreciaba, mi padre se levantaba y nos tapaba con los costales que horas antes habían servido para el traslado de los productos de la siembra. El tiempo pasó sobre mis huesos como si siempre hubiera sido época de invierno. Siempre tenía frío como si un castigo persiguiera los pasos de mi debilitados miembros. A varias décadas de estos recuerdos, los fríos de este invierno agobian el calor humano y, como si esto nada significara, decenas de personas y animales, se retuercen en sus camas de cemento en distintas calles de esta CDMX. Lamentable que el humanismo mexicano aún no encuentre las formas adecuadas para proteger y dar cobijo y comida a todos sus hijos. A estos seres hoy olvidados y excluidos por la sociedad y sus gobiernos, les deseo un poco de calor, de amor, de apoyo y de respeto. Y, sobre todo, mucha decisión y esfuerzo para seguir luchando para dejar de ser seres humanos que viven y mueren en el olvido y en el abandono por parte de la sociedad y sus gobiernos

  

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