El frío y
la muerte de los pájaros
Por JESÚS
SOSA CASTRO
Ya en otras ocasiones me he referido a esta región donde la
vida pende de un hilo. Los caciques, casi todos ellos priistas, han sido
tradicionalmente los dueños de la región, de las tierras, de las aguas, de las
iglesias, de los santos y de las personas. Desde que yo tuve uso de razón fui
testigo inesperado de lo que en nombre de Dios todo le ocurría a la gente. La
pobreza, la falta de lluvia, de trabajo y la muerte, siempre, se argumentaba,
pasa por los designios de Dios. Era el castigo que enviaba a quienes no se
plegaban a sus juicios y a sus oraciones. Con esa incultura sobre nuestro ser,
hombres, mujeres, niños y jóvenes que vivíamos de lo que provee nuestra tierra,
teníamos la obligación de que lo primero producido más la décima parte del
producto total logrado, desde gallinas hasta maíz y ganado, tenía que ser
entregado a las arcas de la iglesia, en calidad de diezmos y primicias
Estoy hablando de cuando yo era un chamaco sin ninguna
perspectiva de vida y sin ningún sentimiento de felicidad en el alma. El mundo
que me ataba a mi padre empezaba caminando por el monte, arreando bueyes para
uncirlos al arado y roturar las entrañas de la tierra que nos daba de comer. Por
la tarde, cuando el gorjeo de los pájaros se convertía en un murmullo, con el
tiempo y las calamidades el frío y el hambre los desapareció. Todo lo que me
animaba también dejó de ser mío. Las otras manifestaciones de la vida se fueron
yendo por caminos hasta ahora explicables. Sólo quedaron la pobreza y cientos o
miles de casas abandonadas por sus habitantes
Por cerca de quince años mis espaldas se cansaron de dormir
en la tierra en camas de petate. Recuerdo aún que después de medianoche cuando
el frío arreciaba, mi padre se levantaba y nos tapaba con los costales que
horas antes habían servido para el traslado de los productos de la siembra. El
tiempo pasó sobre mis huesos como si siempre hubiera sido época de invierno.
Siempre tenía frío como si un castigo persiguiera los pasos de mi debilitados miembros.
A varias décadas de estos recuerdos, los fríos de este invierno agobian el
calor humano y, como si esto nada significara, decenas de personas y animales,
se retuercen en sus camas de cemento en distintas calles de esta CDMX. Lamentable
que el humanismo mexicano aún no encuentre las formas adecuadas para proteger y
dar cobijo y comida a todos sus hijos. A estos seres hoy olvidados y excluidos
por la sociedad y sus gobiernos, les deseo un poco de calor, de amor, de apoyo
y de respeto. Y, sobre todo, mucha decisión y esfuerzo para seguir luchando para
dejar de ser seres humanos que viven y mueren en el olvido y en el abandono por
parte de la sociedad y sus gobiernos
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