La otra cara del terror (Primera de
dos partes)
Por JESÚS SOSA CASTRO
En estos últimos días ha
salido a la luz pública la podredumbre y
la forma de cómo en las cárceles de la ciudad de México y del país, las
autoridades y las mafias que controla el crimen organizado, torturan, vejan y
explotan a los pobladores de esos centros penitenciarios. Todo esto no es
casual ni es una cosa que no se haya conocido a lo largo de los años. Lo que
pasa es que las políticas carcelarias de estos “funcionarios” hacen de la
explotación humana una forma de vida. Las autoridades y los delincuentes que
son la misma cosa, son los responsables de lo que pasa en el interior de los
penales. Por muchos años se hizo creer que las cárceles eran una especie de
escuelas donde los presos iban a reformarse, a cultivar un concepto de la vida
y de las relaciones sociales en las que para bien, todos los presos saldrían
con una medalla del buen comportamiento
Las historias vividas y
contadas por miles de presos y familiares son un monumento a la impunidad y a
la indiferencia social. Estar en la cárcel por cualquier delito es una tortuosa
manera de degradar espiritualmente a los presos y la vil demostración de cómo
el poder abusa de esa franja social tan alejada y carente de expectativas
económicas, sociales y culturales. Estas necesidades insatisfechas son las que llevan
a los presos a caer en el infierno que administra el crimen organizado. Todos
saben o suponen lo que significan estas detenciones. Pero lo que hay que
denunciar todos los días es cómo se comportan las autoridades y los criminales,
en esos espacios tan llenos de vileza y deshumanización debido a que el trato que
se recibe no lo merecen ni siquiera los animales
Hay, sin embargo, otro
tipo de terror que mucho se oculta. Como se recordará, poco después del 2 de
octubre de 1968 y del 10 de junio del
71, el 27 de septiembre de este mismo año, se produjo el secuestro del Director
de Aeropuertos y Servicios Auxiliares, Julio Herschfel Almada. Según se supo,
fue el Frente Urbano Zapatista, FUZ, liderado por Paquita Calvo, quien lo
secuestró. Con ese motivo el gobierno de Luis Echeverría Álvarez desató una cacería humana contra quienes nada tenían que
ver en el asunto. Uno de esos detenidos fui yo. Contaré algo brevemente. Un día
de noviembre de 1971 caminaba en mi auto por la calle de Misterios casi esquina
con Río Blanco en la GAM cuando fui interceptado por seis policías al mando de José Salomón Tanús,
alias el “árabe”
Desde la hora en que
fui detenido hasta las 9 de la noche me tuvieron en la parte sur del aeropuerto
de la ciudad de México, en uno de los galerones donde le daban servicio de mantenimiento a los aviones. De allí me
llevaron a los sótanos de la Dirección de Investigaciones para la Prevención de
la Delincuencia, DIPD, al mando de Miguel Nazar Haro. Con motivo del incremento
de los grupos guerrilleros en el país, Tanús y Nazar fueron acusados de desaparecer a 13 de 27
guerrilleros detenidos entre 1971 y 1975, según denuncia que obra en los archivos
de La Jornada. Cerca de las 23.30 del día que me llevaron a Tlascoaque, llegó
Salomón Tanús y sus gorilas y con exceso
de violencia me sacaron de la crujía. Fue el día de la primera tortura
Me amarraron las manos,
los pies y me pusieron una bolsa de plástico cubriéndome la cara. Me echaron al
piso de un auto y al cabo de una hora de camino llegamos a un lugar que después
descubrí que se trataba de la caballeriza de la policía montada del entonces Distrito
Federal. Me sacaron del auto, me desataron las amarras de los pies y me
aventaron, vendado de los ojos, hacia una pared de pastura para los caballos.
Me exigían que dijera dónde tenía secuestrado a Herschelf Almada. Al no dar
respuesta porque nada sabía, ordenó el jefe que se me fusilara de inmediato. Oí
la orden dada a los policías, apreté el cuerpo y me despedí mentalmente de mi
familia. Todo llegó hasta el preparen, apunten y…luego vino un largo silencio.
Pasado este momento comprendí que no me iban a matar, solo empezaban las
sesiones de tortura
Minutos después, vendado
de los ojos y con lazos en los codos, me metieron por un pasillo hasta un lugar
donde había una pileta de agua fría con estiércol de caballo. Cinco personas me
agarraron de pies, manos y cabeza y de espalda me zambulleron en esa agua helada
y con excremento de caballo. Lo que produce el ahogamiento mediante este
sistema es inenarrable. Perdí el conocimiento. Para reanimarme, porque me
estaba muriendo, me echaban agua fría en el cuerpo. Después de unos minutos,
volvimos a Tlascoaque. En el camino me dieron tequila y dulces. Se trataba, supongo, de que
pudiera recuperar un poco de calor en mi cuerpo que en ese momento era un
hilacho sin vida. Como un bulto me aventaron con los demás presos comunes. Un
joven “zorrero” extorsionado por los policías de la DIPD, apodado “El carrizo”
recogió las hojas rotas del periódico “Alarma” y los esparció en una parte del
piso de cemento para que yo pudiera descansar unas horas……
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