La otra
parte de mi sangre
Por JESÚS
SOSA CASTRO
Permítaseme ampliar un poco la historia de las últimas horas
que vivió mi madre y de cómo fueron dándose las cosas en la vida de mi familia.
Una vez que los médicos del hospital 20 de noviembre me informaron de su
gravedad, de inmediato entré en contacto con mi padre para decidir lo
procedente. Al visitarla al pie de su cama de hospital, casi en susurros, me
dijo que quería regresar a su casa. No quería morir lejos del resto de sus
hijos. Enterado mi progenitor de este requerimiento, decidió venirse a México
para llevárnosla trescientos veinte kilómetros tierra adentro, de la mixteca
poblana. En una ambulancia nos encaminamos por la vieja carretera México-Oaxaca
y en Río frío, mi madre falleció
Pasaron cinco años en los que mi padre vivió las de Caín. No
solo se enfrentaba a la pobreza y a la ausencia de su compañera, sino que ahora,
aparte de seguir trabajando, tenía que atender al resto de su prole que era
bastante crecida. Su hija, la mayor de las mujeres, era su única ayuda en los
quehaceres de la casa. En un puente de día de muertos fui a visitarlo. En su
rostro había soledad y desánimo, sus ojos siempre alertas, hoy estaban apagados
y hundidos en no se sabe qué pensamientos. Una madrugada, camino al monte donde
pastaban los bueyes con los que araba la tierra, me preguntó si yo estaría de
acuerdo en que rehiciera su vida al lado de otra mujer. Le dije que no solo
tenía derecho, sino que era justo y necesario
De esa relación nacieron cuatro hermanos más. Dos mujeres y
dos hombres. Entre todos hicimos el trece cabalístico. Los cuatro crecieron en
medio de un ciclo que se repetía. No se alejaron del campo, se dedicaron al
cultivo de la tierra y al cuidado de sus semovientes. Pero la mala suerte los
perseguía, pues entre otros sucedidos, el poco ganado que tenía murió a
consecuencia de la fiebre aftosa. Otra vez se quedaron con el mínimo de todo y
mis hermanos volvieron al trabajo y a la pobreza. Parecía que mi padre estaba
condenado a ser perseguido por la mala ventura
Sus cuatro retoños crecieron y los padres miraban en sus
hijos un futuro sin perspectivas. No podían vivir de lo que hasta esos momentos
les proporcionaba la tierra. Querían para ellos educación, cultura, una vida
más decorosa y como familia, acercarse a la “civilización” Hablamos de la
necesidad de que se vinieran al entonces Distrito Federal para conquistar esos derechos.
Hubo resistencias, especialmente de mi padre, porque eso implicaba abandonar su
tierra, su casa y sus pocos animales de corral. Significaba cambiar una forma
de vida y pasar por una experiencia que nada tenía que ver con el campo, con la
tranquilidad. Llegarían a una ciudad en la que desaparecía el tequio, la
comunidad y el contacto con la naturaleza
¡Por fin se vinieron a la capital! En los primeros meses mi
padre se levantaba a las cinco de la mañana, se sentía aprisionado en un
ambiente que no era el suyo. Las costumbres de los campesinos no cuadraban con
las rutinas de la ciudad. Le conseguimos un trabajo en la UNAM, allí laboró varios
años, se ligó al movimiento cultural y a las actividades sindicales. Cursó una nueva
experiencia, disfrutó su trabajo, encontró nuevos amigos y a su vida le
introdujo un aliciente más que se llevó hasta la tumba
Antes de morir, Alejandro, el hijo mayor de su segunda
esposa, ya era el pivote principal de esa parte de la familia. Mi padre sembró
en él, como en todos, el amor al trabajo y a la honestidad. De niño también fue
su peón. Sus pies dejaron huella en esos surcos roturados por un arado y una
yunta de bueyes. De joven se fue de bracero a los EU, vivió las vejaciones de
la migra. Tiempo después regresó a su país. Hoy es él quien está cerca de su madre
y de sus hermanos. La relación que une a los trece es normal, nos reconocemos
como una familia y punto. En este puente, Alejandro y yo hablamos de nuestros
muertos, de la vida y del trabajo. Confirmamos nuestros lazos. Pusimos más
soldadura a nuestra existencia porque él como yo, sabemos lo que esta
significa. Dijimos que nuestra hermandad no tiene regreso, que somos parte de
la misma sangre
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