La Gata
Por JESÚS
SOSA CASTRO
En los largos años de mi vida han estado presentes mujeres y
hombres que me han inoculado conocimientos, experiencias y causas políticas que
me enorgullecen. Uno de ellos fue el Profr. Moisés Flores Guevara quien fuera
mi maestro en la escuela Rural federal “Bernardino García” ubicada en la parte
profunda de la mixteca poblana. De él aprendí lo básico. Leer, escribir, hacer
cuentas y un chingo de geografía y de historia del mundo. Pero mi padre, un
campesino que le hacía honor a su origen, consideró que con lo aprendido era
suficiente y me sacó de la escuela para acompañarlo como peón en las labores
del campo. Años después, un tío, maestro en la ciudad de México, fue el que me
rescató de esa honrosa actividad y me hizo terminé la primaria
Ya influenciado por el Profesor Rutilio Castro, mi padre
permitió que continuara mis estudios en la ciudad de México. A esta ciudad
llegué a finales de 1954 y las clases empezaban en febrero del año siguiente. Mientras
esperábamos el examen de admisión en la secundaria anexa a la Escuela Nacional
de Maestros, la ayuda a mi persona estuvo completamente a su cargo. Vivía con él
en el internado y comía las sobras en el comedor de la normal en mi calidad de
gaviota. Es decir, de arrimado. Al hacerse el examen de ingreso tuve la fortuna
de pasarlo. Me convertí en alumno de esa benemérita escuela y mi tío me gestionó
el derecho a tener internado y comedor. A los pocos días empezaron las clases. Adaptarme
a los hábitos y comportamientos que se vivían en la gran ciudad, me fue
sumamente difícil, al grado de que eso, dio pie a que mis limitaciones como un
hijo del campo, con un horizonte cultural limitado comparado con el citadino,
desarrolló en mí animadversión contra los estudiantes chilangos
En ese entonces no se hablaba de racismo y clasismo, pero
evidentemente, existían. A los que veníamos de provincia, los del DF nos
miraban con desprecio. Su vestir y su hablar, destilaban veneno contra quienes
traíamos huaraches, ropas de baja calidad y hablábamos con los acentos y modismos
de nuestros respectivos terruños. Lo que vemos hoy, sobre las “diferencias
sociales” es algo parecido a la humedad: Penetra ´por todas partes. Solo que, a
diferencia de mi época de estudiante, hoy la conciencia crítica del pueblo contra
las desviaciones de los señorones de la estupidez y la ignorancia, ya no deja
pasar lo que oculta la oligarquía y los aspiracionistas de pacotilla. Se les
está pudriendo la creencia de que pueden mirarnos desde arriba de sus hombros
La escuela cubre una función social muy importante. Los
libros no sólo educan y nos proveen de cultura. Los maestros de ese entonces y
muchos de la nueva época, cubrían y cubren un perfil en el que se contiene la
sabiduría y la sensibilidad para convertir su trabajo en un ejemplo a seguir
por muchos de sus alumnos. Eso pasó en los viejos anales de mi historia. En la
primaria y en la secundaria tuve dos maestros que imprimieron en mi ser la
lectura, el conocimiento universal, la crítica, la lucha por las demandas del
pueblo y una tenacidad a prueba de todo, para no rendir mis banderas ante mis
adversarios políticos. Es por esta razón que a muchos años de mi vida y
habiendo tenido el orgullo de ser alumno de dos distinguidos maestros, hoy,
quiero referirme con inmenso cariño y respeto a La GATA, mujer que fuera mi maestra
y quien dejó huella en el transcurrir de mi vida, aportándome, entre otras
muchas cosas, una sólida querencia por los libros
Si he de ser fiel a mis recuerdos, debo señalar que el hábito
por la lectura fue la obra maestra de esta profesora. Una mujer culta y que el
vulgo citadino, los jóvenes aspiracionistas a ser los nomplusultra de la
cultura clase mediera, nunca se referían a ella por su nombre. Para ellos, era simplemente,
La Gata. Hoy entiendo que le llamaban así porque en la conducta de esos
“estudiantes “anidaban el racismo y el clasismo, comportamientos que
seguramente habían mamado de sus padres o del ámbito social en el que se
movían. Los de provincia como yo, nunca le llamábamos por su apodo. En mi caso,
no solo había respeto. Cada clase suya me llenaba de saberes. Libro que
analizábamos era para mí un aporte al conocimiento universal, a la crítica y a comprender
que la libertad, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír
Con La Gata aprendí que los valores contenidos en el trabajo intelectual,
han sido y son, parte de los principios básicos de una civilización fundada en la
razón y en las causas sociales. Por eso yo, convencido de estas ideas, soy una
especie de guardián de mi propia libertad porque siempre digo lo que pienso. Y
lo que hoy creo que soy, como ciudadano y como luchador social, se lo debo a
dos de mis grandes maestros: Moisés Flores Guevara y a La Gata. Uno, formador
de campesinos libertarios y la segunda, impulsora de cuadros formados cultural
e intelectualmente, pero sobre todo, luchadores por la libertad y la justicia
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