jueves, 11 de mayo de 2023
Otro reconocimiento póstumo a mi madre Por JESÚS SOSA CASTRO Siempre he querido explicarme el por qué en mis recuerdos no siempre aparece la imagen de mi madre, cuando su nombre y su vida, dieron a mi niñez sobrados ejemplos de ternura, de amor y arropamiento ante la pobreza y la soledad que vivíamos en la montaña. Recuerdo que, diligente como todas las mujeres, desde muy temprano se levantaba para moler en el metate de piedra el nixtamal para hacer las picaditas aderezadas con manteca y picante. Había que almorzar para irnos, mi padre y yo, a las labores del campo. Fue una heroína y virtuosa mujer campesina. Afrontó con valor y suficiencia las dificultades que se viven sin lo elemental. Luz, agua y recursos económicos. Solo pobreza y trabajo Durante quince años viví y sentí el amor y el cariño de mi progenitora porque estuve con ella. Después de ese tiempo, me alejé para terminar mi educación primaria lejos de la familia. Al terminar esta parte de mis estudios, me vine a la ciudad de México para hacer la secundaria y la Normal. Me hice maestro y me fui a trabajar a Tijuana. En este trayecto me sumé a la política, luché por la justicia y me apegué más a la cultura. Estas y otras cosas, me llevaron a entender y a salir del fanatismo religioso que en mi familia y en mi región, implantaron a sangre y fuego los remanentes del movimiento cristero. Dejé atrás las ataduras que traía entre pecho y espalda y me ligué a las luchas sociales encabezadas por Valentín Campa, Arnoldo Martínez Verdugo, Othón Salazar, Ramón Danzós Palomino, Gerardo Unzueta y otros destacados miembros del Partido Comunista Mexicano ¿Y qué pasó con mi madre? ¿Por qué en esos tiempos del pasado lejano, su imagen y su ser casi se me habían borrado de mis ojos y de mis sentimientos? Ha sido en mi adultez, en mi etapa final de mi vida cuando su nombre, sus recuerdos y sus acciones se han convertido en algo que no puedo separar de mi cotidianidad. ¿Cuáles fueron las causas que infringieron una falta tan grande respecto de ella que se sacrificó tanto para dárselo en acciones y en ejemplos a uno de sus vástagos? Ahora me explico la relación madre e hijo como un concepto en disputa entre mi pasado y mi presente Distintas corrientes de pensamiento han descrito esta relación como una parte fundamental del patriarcado. La misión y el quehacer de la mujer se les ve como la base de su opresión, o bien, como la alternativa para su emancipación social. Otros afirman que el feminismo, más que una estructura teórica, es un posicionamiento político y que toda conceptualización de la maternidad, implica un cambio respecto del papel que juegan las madres como sujetos políticos para liberarse del dominio masculino. Es en este sentido que yo me pregunto: ¿De qué manera interactúan la maternidad con las luchas por la libertad, la equidad de género y la política? Creo que esta complejidad no la percibí ni mucho menos fue materia de estudio en las tres primeras décadas de mi vida. Me ganó la acción por la justicia, la democracia y la libertad. Fueron ejemplo todos aquellos que, como yo, quisimos romper el cordón umbilical con la familia, con la madre, para intentar volar con las alas que nos dieron los dirigentes comunistas que arriesgaban hasta su vida por lograr un mundo donde reinara la paz y la justicia. Después de varias décadas en las que traía perdidos los recuerdos y las actitudes de mi madre, hoy tomo el pretexto del DIEZ DE MAYO para recuperar su nombre y sus ejemplos, ligándolos a las sabias palabras de Simone de Beauvoir. “La maternidad, no constituye una actividad, es una función natural que nada ni nadie puede regatearle a las mujeres. Esta, no encuentra en su naturaleza una altiva afirmación de su existencia, en todo caso, sufre pasivamente su hermoso destino biológico para adherirlo a las luchas por su emancipación” (*) Estos variados conceptos sobre las razones de la vida, fue lo que yo no entendí en los primeros tiempos de mi existencia. Me hubiera gustado haber vivido más tiempo al lado de mi madre para abrazarla, besarla y mesar sus cabellos con mis manos. ¡No lo hice por distintas circunstancias! Solo alcancé a decirle que la amaba, que la quise siempre, que nunca valoré como debía, su inmenso cariño que apreciaba al través de sus ojos y de sus acciones. El último día de su vida, lo vivimos mi padre y yo en la ambulancia que la devolvía a su montaña. Su calor y su sangre se nos congelo a la altura de Río Frío. Allí cerró sus ojos, calmadamente. Ambos registramos el dolor de su muerte. Nos miramos sin decirnos nada. Sólo recordábamos las largas noches de oscuridad y de silencio. Queríamos que sus ojos, ahora cerrados para siempre, pudieran seguir brillando al través de la luz de las luciérnagas y las estrellas. Queríamos seguir observando esas luces que vieron sus ojos, recostados, como antes, en el áspero lecho de un petate (*) El segundo sexo, Simone de Beauvoir, Editorial Gallimard
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