lunes, 17 de julio de 2023

 

Y cuando llegue el día del último viaje….

Por JESÚS SOSA CASTRO

Hace no pocos años, recorrí varios lugares del sureste mexicano. Tenía interés en ver parte de lo que fue la cultura maya, asentada 2 500 años a.C. Quería disfrutar del legado que nos dejó ya que, según datos de la historia, la región cultural de Mesoamérica abarcó nuestra península hasta llegar a las costas del Océano Pacífico. En ese viaje, varias cosas llamaron mi atención, aunque hay que decir, que no pude ver lo que la selva y los años tenían escondido en sus entrañas. Hoy, mi interés ha crecido justo cuando el gobierno del pueblo está sacando de sus sepulcros la cultura y la ciencia que anidaba en el alma y el corazón de ese territorio. Por estas razones quiero cerrar mi círculo vital SUBIÉNDOME AL TREN. Abrazar con orgullo su arquitectura, sus obras y su arte. Ver los descubrimientos arqueológicos y las labores insignia que están transformando el Sur Sureste de México

Pasados muchos años de esa visita, se me está agrandando el deseo por ver lo que están haciendo el gobierno de López Obrador y miles de mujeres y hombres. Otros gobernantes, por circunstancias explicables, pero especialmente por incultos y ladrones, jamás trabajaron para redescubrir tanta cultura y conocimientos científicos que los mayas aportaron a México y a la humanidad. Recuerdo que, en ese recorrido, el guía nos llevó a varios cenotes, cavernas y ríos subterráneos, donde los mayas guardaron para la posteridad, reliquias importantes como vasijas, ofrendas, candelabros, grabados y expresiones dedicados a sus sucesores y a sus muertos

Allí vi de manera directa parte del significado que los mesoamericanos le daban a la vida. Los mayas quisieron dejar testimonios no sólo de sus obras arquitectónicas, de sus conocimientos y aportes a la ciencia. Dejaron en esos lugares, casi secretos, los valores y el sentido de las relaciones humanas que cobijaban su cultura y sus sentimientos. Entendí por qué sus muertos y mis muertos, formaron y forman parte tan profunda del comportamiento humano. Comprendí que solo el hombre, hablando genéricamente, es capaz de hacer obras grandiosas y construir genialidades para explicarse su transmutación. Fue entonces que sentí un tropiezo cultural. Pues los señores del poder, nos habían provisto de una aculturización tal, que solo por controles deleznables y por ignorancia, habíamos dejado de percibir la grandiosidad de los aportes culturales y científicos acreditados a los pueblos originarios

Con el tiempo, también comprendí el porqué de las ofrendas y los recuerdos hacia los muertos de muchas partes del mundo. Vinieron a mi mente las fechas celebradas para no olvidar a quienes se nos adelantaron. El pueblo mío, al que yo pertenezco, es asombrosamente devoto de esta florida y venerable conmemoración. No es solo el color de sus ofrendas, el olor del copal y los sabores que degustaban quienes físicamente vivían entre nosotros. ¡NO! Son un conjunto de sentimientos, emociones y simbolismos que siguen adheridos al corazón y a la vida de aquellos que nos quedamos sin ellos. Esta es la causa por la cual hoy quiero recoger todo eso, sumándole las añoranzas que, en la montaña, adornaban el entorno donde vivían mis padres campesinos

De esos tiempos, lo que no puedo olvidar fue cuando en una caja de cartón, mi madre me puso dos mudas de ropa llenas de remiendos. Se preparaba mi viaje a un mundo que no era mi mundo. Dejaba atrás mi arraigo a la tierra, a mis padres y a un puño de hermanos que desconocían la ruta que mi salida iba a significar para los arroyos y las montañas que nos vieron nacer. A eso de las 8 de la mañana de un día x de junio de 1953, mi padre tomó en sus manos la caja y emprendimos el camino hacia el punto donde tenía que tomar el camión que me llevaría a una pequeña ciudad perdida en el profundo sur de la mixteca poblana. Dejaba atrás la escuela rural que me enseñó a leer y a escribir para incursionar en otro lugar donde, se me dijo, podría estar mi futuro

La familia de mi madre me acogió como un integrante más de la misma. La 1ª enseñanza a la que fui sometido, fue aprender a rezar todas las noches antes de dormir. Luego me inscribieron en la “doctrina “que el sacerdote nos daba a la muchachada las tardes de los viernes. Sus prédicas siempre olían a fanatismo, no se sostenían científicamente, pero nuestra ignorancia no alcanzaba a explicarnos el fondo de ese adiestramiento

Fue esto lo que hizo que un día, el niño campesino que seguía siendo, fuera víctima de su ignorancia y de sus creencias religiosas para regresar presuroso a la montaña donde estaban mis progenitores. Papá, vengo a decirles que para el próximo viernes no va a salir el sol. ¡Va a ser un castigo de Dios porque sus hijos no creen en él! Quise decirle que eso fue lo que nos predicaba el cura en los días de doctrina. Pero mi padre no me dio tiempo. Serio y enojado me dijo: ¡Lamentable que andes creyendo en esos predicamentos! ¡Estás perdiendo el tiempo a lo pendejo! ¡Te me regresas de inmediato a estudiar! Por eso, cuando ahora empieza el conteo regresivo de mi vida y mis creencias han desaparecido, recojo las fuertes y sabias palabras de mi padre, para unirlas a las inscritas en una de las tumbas mayas que encontré en mi recorrido por el Sureste. Las hice mías entonces y lo siguen siendo ahora. Las traigo prendidas como un clavo ardiente en mi corazón. Hoy las hago públicas para que, “cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontrarán a bordo, ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”

(“) Parte de la poesía del revolucionario español Antonio Machado

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