Y cuando
llegue el día del último viaje….
Por JESÚS
SOSA CASTRO
Hace no pocos años, recorrí
varios lugares del sureste mexicano. Tenía interés en ver parte de lo que fue
la cultura maya, asentada 2 500 años a.C. Quería disfrutar del legado que nos
dejó ya que, según datos de la historia, la región cultural de Mesoamérica
abarcó nuestra península hasta llegar a las costas del Océano Pacífico. En ese
viaje, varias cosas llamaron mi atención, aunque hay que decir, que no pude ver
lo que la selva y los años tenían escondido en sus entrañas. Hoy, mi interés ha
crecido justo cuando el gobierno del pueblo está sacando de sus sepulcros la
cultura y la ciencia que anidaba en el alma y el corazón de ese territorio. Por
estas razones quiero cerrar mi círculo vital SUBIÉNDOME AL TREN. Abrazar con
orgullo su arquitectura, sus obras y su arte. Ver los descubrimientos arqueológicos
y las labores insignia que están transformando el Sur Sureste de México
Pasados muchos años de esa
visita, se me está agrandando el deseo por ver lo que están haciendo el
gobierno de López Obrador y miles de mujeres y hombres. Otros gobernantes, por
circunstancias explicables, pero especialmente por incultos y ladrones, jamás trabajaron
para redescubrir tanta cultura y conocimientos científicos que los mayas aportaron
a México y a la humanidad. Recuerdo que, en ese recorrido, el guía nos llevó a
varios cenotes, cavernas y ríos subterráneos, donde los mayas guardaron para la
posteridad, reliquias importantes como vasijas, ofrendas, candelabros, grabados
y expresiones dedicados a sus sucesores y a sus muertos
Allí vi de manera directa parte
del significado que los mesoamericanos le daban a la vida. Los mayas quisieron
dejar testimonios no sólo de sus obras arquitectónicas, de sus conocimientos y
aportes a la ciencia. Dejaron en esos lugares, casi secretos, los valores y el
sentido de las relaciones humanas que cobijaban su cultura y sus sentimientos. Entendí
por qué sus muertos y mis muertos, formaron y forman parte tan profunda del
comportamiento humano. Comprendí que solo el hombre, hablando genéricamente, es
capaz de hacer obras grandiosas y construir genialidades para explicarse su transmutación.
Fue entonces que sentí un tropiezo cultural. Pues los señores del poder, nos habían
provisto de una aculturización tal, que solo por controles deleznables y por
ignorancia, habíamos dejado de percibir la grandiosidad de los aportes
culturales y científicos acreditados a los pueblos originarios
Con el tiempo, también comprendí
el porqué de las ofrendas y los recuerdos hacia los muertos de muchas partes
del mundo. Vinieron a mi mente las fechas celebradas para no olvidar a quienes
se nos adelantaron. El pueblo mío, al que yo pertenezco, es asombrosamente
devoto de esta florida y venerable conmemoración. No es solo el color de sus
ofrendas, el olor del copal y los sabores que degustaban quienes físicamente vivían
entre nosotros. ¡NO! Son un conjunto de sentimientos, emociones y simbolismos
que siguen adheridos al corazón y a la vida de aquellos que nos quedamos sin
ellos. Esta es la causa por la cual hoy quiero recoger todo eso, sumándole las añoranzas
que, en la montaña, adornaban el entorno donde vivían mis padres campesinos
De esos tiempos, lo que no
puedo olvidar fue cuando en una caja de cartón, mi madre me puso dos mudas de
ropa llenas de remiendos. Se preparaba mi viaje a un mundo que no era mi mundo.
Dejaba atrás mi arraigo a la tierra, a mis padres y a un puño de hermanos que
desconocían la ruta que mi salida iba a significar para los arroyos y las
montañas que nos vieron nacer. A eso de las 8 de la mañana de un día x de junio
de 1953, mi padre tomó en sus manos la caja y emprendimos el camino hacia el
punto donde tenía que tomar el camión que me llevaría a una pequeña ciudad
perdida en el profundo sur de la mixteca poblana. Dejaba atrás la escuela rural
que me enseñó a leer y a escribir para incursionar en otro lugar donde, se me
dijo, podría estar mi futuro
La familia de mi madre me
acogió como un integrante más de la misma. La 1ª enseñanza a la que fui
sometido, fue aprender a rezar todas las noches antes de dormir. Luego me
inscribieron en la “doctrina “que el sacerdote nos daba a la muchachada las
tardes de los viernes. Sus prédicas siempre olían a fanatismo, no se sostenían
científicamente, pero nuestra ignorancia no alcanzaba a explicarnos el fondo de
ese adiestramiento
Fue esto lo que hizo que un
día, el niño campesino que seguía siendo, fuera víctima de su ignorancia y de
sus creencias religiosas para regresar presuroso a la montaña donde estaban mis
progenitores. Papá, vengo
a decirles que para el próximo viernes no va a salir el sol. ¡Va a ser un
castigo de Dios porque sus hijos no creen en él! Quise decirle que eso
fue lo que nos predicaba el cura en los días de doctrina. Pero mi padre no me
dio tiempo. Serio y enojado me dijo: ¡Lamentable que andes creyendo en esos
predicamentos! ¡Estás perdiendo el tiempo a lo pendejo! ¡Te me regresas de
inmediato a estudiar! Por eso, cuando ahora empieza el conteo regresivo de
mi vida y mis creencias han desaparecido, recojo las fuertes y sabias palabras de
mi padre, para unirlas a las inscritas en una de las tumbas mayas que encontré
en mi recorrido por el Sureste. Las hice mías entonces y lo siguen siendo ahora.
Las traigo prendidas como un clavo ardiente en mi corazón. Hoy las hago
públicas para que, “cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir
la nave que nunca ha de tornar, me encontrarán a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”
(“) Parte de la poesía del revolucionario
español Antonio Machado
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