¿Mercenarios
de la fe o promotores de la felicidad celestial?
Por JESÚS
SOSA CASTRO
Desde hace tiempo, por calles y colonias he visto pasar brigadas
de mujeres y hombres con la intención de hacerles llegar a los vecinos, la “verdad
sobre el ministerio y la vida de JESÚS” Después de muchos intentos de forzar mi
atención sobre sus prédicas, decidí poner ante ellos mi opinión sobre las
distintas iglesias y corrientes religiosas. Les hice saber que, de niño, fui
aprehendido por los principios católicos que mis padres profesaban desde que
nacieron. Que serví como monaguillo en la iglesia de mi localidad y que después
de haber egresado de la Escuela Nacional de Maestros, intenté con mi primer
sueldo, comprarles los hábitos a los santos de mi pueblo
También les hice saber que, con el tiempo y mi cultura, me
había alejado de todo tipo de creencias religiosas. Que después de 2023 años de
que sacrificaron a JESÚS, no comprendía las razones por las cuales media
humanidad ha sido víctima de atropellos provenientes de las iglesias. Tanques
de guerra bendecidos por papas y cardenales, y que en nombre de ellas y de la
avaricia del hombre, habían muerto millones de personas creyendo en la justicia
divina. En México, -le dije- con el pretexto de la fe, el clero y la cristiada ajusticiaron
a miles de personas. Desde la Independencia para acá, los sacerdotes que
lucharon con la gente para liberarnos del imperio español, fueron asesinados y
vilipendiados por los detentadores del poder económico y religioso. Todo lo
hicieron para imponer sus creencias y acabar con los que creían en otros cultos
y tradiciones. La Santa Inquisición quemó vivos a quienes, según ella, eran
unos sacrílegos
A pesar de estos razonamientos, la señora Rosa Elena Ortiz,
volvía recurrentemente a las citas de su “biblia” titulada
“JESÚS, el camino, la verdad y la vida” Quería convencerme de las bondades de las tesis que
propagan Los testigos de Jehová. Me
impresionaron su persistencia y el manejo pronto de citas sobre el tema al
través de su celular. De estos brigadistas los militantes de Morena deberíamos
aprehender para trabajar en colectivo, ya que eso desapareció por las
decisiones de la burocracia. Trabajar con el pueblo, permitiría enriquecer
nuestro pensamiento y hacer de nuestra libertad el derecho a creer o no en alguna
religión. La libertad, la equidad y la justicia, son los pasos necesarios para
no seguir siendo esclavos de la ignorancia y de la coacción
Después de una narrativa interesante, le pregunté a la señora.
¿Cree seriamente en lo que dice y en lo que está leyendo? Por qué ¿si como
afirma, todos somos hijos de JESÚS, nacidos y creados a su imagen y semejanza, como
es que permite que millones de sus hijos seamos víctimas de la pobreza, las
injusticias, las guerras, las epidemias, entre otras muchas desventuras, como
el quemar vivos a mujeres y hombres en nombre de la Santa Inquisición? ¿Cómo
explicar que, a estas alturas, después de dos milenios y contando, nuestra vida
siga pendiendo de políticos corruptos, de caciques, de curas, pastores y de religiones,
que se han adueñado de las tierras, las aguas, las iglesias, los santos y las
personas? Desde que yo tuve uso de razón, le dije, fui testigo de lo que en
nombre de Dios todo le ocurría a la gente. La pobreza, la falta de lluvia, de
trabajo, las epidemias y la muerte, se argumentaba, que todo lo que nos pasaba,
era por los designios del SEÑOR. Era el castigo que enviaba a quienes no se
plegaban a sus juicios y a sus oraciones
Con esta incultura sobre nuestro ser, hombres, mujeres, niños
y jóvenes que vivíamos de lo que provee nuestra tierra, teníamos la obligación
de que lo producido, desde gallinas hasta maíz y ganado, tenía que ser
entregado a las arcas de la iglesia, en calidad de diezmos y primicias para
mantener a pastores y curas, en lugar de que el disfrute de esos bienes quedara
en manos de quienes los producían con su trabajo. Estoy hablando de cuando yo
era un chamaco sin ninguna perspectiva de vida y sin ningún sentimiento de
felicidad en mi alma. El mundo que me ataba a mi padre empezaba caminando por
el monte, arreando bueyes para huncirlos al arado, a ese hermoso vejestorio que,
asido a mis manos callosas a tan temprana edad, roturaban las virginales
entrañas de la tierra que nos daba de comer
Tarde entendí la injusticia que se cometía contra millones de
hijos de Dios al cercenar los derechos y la dignidad de los pobres. Por cerca
de quince años mis espaldas se cansaron de dormir en la tierra en camas de
petate. Cuando el frío arreciaba, mi padre se levantaba y nos tapaba con los
costales que horas antes habían servido para el traslado de los productos de la
siembra. El tiempo pasó sobre mis huesos como si hubiera sido época de
invierno. Tenía frío como si un castigo persiguiera los pasos de mi niñez empobrecida.
Tiempo después me llenó de contento encontrarme con miles y miles de mexicanos que
protestaban contra las injusticias del sistema y de los aparatos de control,
entre ellos, las iglesias y sus prodigios. Desde entonces, puse en juego mis conocimientos
y mis razones para defender todas mis libertades. Hice uso de esa que me concede,
desde hace décadas, el derecho de ya no creer ni en las iglesias, ni en los milagros
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