Canek, hijo mío.
Carta enviada con motivo de muchas cosas
Tuvieron que pasar muchos
años para escribirte esta carta. Tu vida y la mía, han sabido de la tragedia y
del amor. En estos ires y venires del tiempo, lo material, nunca ha sido lo
nuestro. Hemos perdido y hemos ganado. A tu edad has convivido con la tragedia
y con la orfandad. Juntos lloramos y juntos fuimos al encuentro del
resarcimiento de nuestra felicidad a la que teníamos legítimo derecho. Hoy hijo
mío, veo que eres un hombre feliz. Con carácter y trabajador. Tienes a una
madre que te ama con toda la fuerza que brota de su ser. No tiene medida el
cariño que te profesa y la muestra de ello es que te defiende y te quiere como
sólo las madres aman a sus hijos. En esto no caben las suposiciones, estoy
seguro que eres más que afortunado. Eres el ser que sabe ser querido y más en
tratándose de tus padres. Siento y veo, además, que andas en busca de otra
mujer que te ame y te quiera a toda ley. Una mujer bella por dentro y por fuera
y exprese la sencillez, los sentimientos y el amor que familiarmente nutran sus
vidas. Por lo que a mí toca, qué te puedo decir: Eres el cuerpo de mi vida
espiritual. Mi pasión por el trabajo, la justicia y la bondad por los que más
te necesitan. Eres por todo esto, lo más importante para los que estamos cerca
de ti. Estoy convencido que si algo has aprendido de quienes te aman y te
quieren es darle valor al trabajo, a tu honestidad y a tu esfuerzo personal. Te
falta mucho por aprender. Te falta saber administrar el resultado de tu
trabajo, discriminar las cosas por las que vale la pena vivir y morir y, sobre
todo, te falta entender los tiempos para ser feliz con las personas que están
cerca de ti o que amas y quieres para siempre.
Jamás permitas que esos sentimientos que por años se desarrollaron en la
tristeza vuelvan a ti. Cuando esto ocurra, aunque ya no estemos los que te
amamos, siempre habrá alguien que esté cerca de tu persona, porque te lo
mereces y porque si algo te sobra en tu vida, es la lealtad de tus muchos
amigos.
El legado que nos ha dejado
la vida ha sido sólido. Desde pequeño te arropó el cariño de muchos y el amor
más profundo de tu padre. Por largos meses vivimos las noches más tristes y
difíciles que hay en nuestra memoria. No fueron pocas las lágrimas que resbalaron
por mi rostro porque no entendía la significación de nuestras soledades tan
tempranas y la esperanza apagada de una vida sin futuro.
No obstante, esta amarga
soledad se nos curó con el tiempo. La tragedia se esfumó con el paso de los
años y por esas grietas invisibles que marcan la vida, entró la esperanza y la
felicidad que nos trajo la mujer que ahora nos ama con la tierna presteza de
quien da amor y ternura para siempre. La vastedad con que hoy somos amados por
tu madre, resarce plenamente los cariños y los amores que el infortunio nos
quitó y que, por lo inexplicable de la vida, hoy tenemos ya, la pieza faltante de
ese ajedrez que en su tiempo había perdido la reina.
Hoy los dos tenemos una
gran mujer. A los dos nos ama y nos quiere. ¡¡Cuidémosla!! No hagamos nunca
algo que ponga distancia en el cariño y el amor que nos profesa. Y menos en el
amor de nosotros hacia ella.
Si comprendemos esto y
trabajamos para mantenerlo y desarrollarlo, no importa que yo o tu madre
tengamos que irnos algún día, mi recuerdo o el de ella estará contigo o con tu
compañera futura y nuestro amor seguirá siendo la brisa que refresque sus
sentimientos y su vida para siempre. Te ama
Tu padre
México, D.F., a 21 de
noviembre del 2023
JESÚS SOSA CASTRO
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