Los
pintosos. Dos campesinos que traigo en mi corazón
Por
JESÚS SOSA CASTRO
Nuca
he negado mi origen campesino. Muchos de mis escritos dan cuenta debida de mis
andares por los lomeríos y las partes planas de una tierra agreste que me vio
nacer y me alimentó espiritualmente durante mis primeros 12 años. Durante ese
tiempo disfruté la soledad, los silencios del campo, las pozas de agua zarca
que se deslizaba virginalmente de las partes altas de los cerros y montañas que
rodeaban mi existencia juvenil
Era obvio que no conocía otros mundos. Para mi la
lluvia, las noches, las luciérnagas, las estrellas y los silencios nocturnos,
eran lo más bello que pasaba por mis ojos tirado en un petate de palma. Observaba
el enorme espacio sideral que cubría la oscuridad de las noches. En esos
tiempos lejanos, éramos tres familias que formaban nuestra colonia. Mis padres,
mis abuelos y mis tíos, se ocupaban del trabajo difícil y poco valorado de los
quehaceres del campo
Los niños de entones jugábamos en no se qué. La mayoría
de las veces íbamos a las pozas para chapotear y quitarnos los sudores que en
la semana se acumulaba en nuestros cuerpos por el trabajo. Pero un día de tantos
en los que disfrutábamos de él y de la soledad que nos daba la montaña, corrió
el rumor de que kilómetros arriba se iba a producir una carrera de autos.
Nuestra colonia se conmovió. ¿Cómo una carrera de autos en plena montaña donde
apenas había senderos donde pasaban las personas y los burros que transportaban
los productos del campo?
Los muchachos de entonces les pedimos permiso a
nuestros padres para ir a tan cantado evento de carreras de autos. El permiso se
hizo efectivo y enrumbamos camino hacia el lugar donde se decía se producirían las
carreras. En ese lugar vivían varias familias de apellido Barreras. En esta comuna
vivían dos jóvenes a los que llamaban “los pintosos” Su vitiligo no les
producía ningún tipo de complejo. Eran, en cambio, dos jóvenes campesinos con
una brillante capacidad para inventar cosas. Con lo que les dotaba el campo,
inventaron dos autos de madera con llantas, frenos y volante del mismo
producto. Los subieron a la parte alta de la montaña, y después de construir una
carretera artesanal, se montaban en sus “autos” y emprendían su viaje en una
carrera descomunal cuesta abajo
Con el tiempo, ese espectáculo se hizo famoso por todas
partes de la montaña. Cada ocho días se juntaban los adultos y la muchachada
para presenciar la carrera de autos que organizaban “los pintosos”. Hoy los
recuerdo con mucho cariño, porque sin querer, dieron consistencia y felicidad a
la soledad y a los silencios que me producían las montañas donde, para bien, he
registrado para mí y para mis amigos los encantos y las dolencias de todo lo
que yo viví
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