El llanto de las máscaras
Por JESÚS SOSA CASTRO
En el cruce de Reforma y Avenida Juárez, una niña se
subió a la parte delantera de mi auto para limpiar el parabrisas. Me incomodó,
pues el carro había sido lavado y los cristales estaban limpios. Al ponerse el
siga no pude avanzar porque la niña seguía arriba del cofre, limpie y limpie
los cristales. Entre enojado y presionado por los autos de atrás, pude
observarla y vi que, en su cara pintada de payaso, escurrían dos gruesas
lágrimas. Le pregunté por qué ese llanto y me contestó que su madre había
muerto en la madrugada y ella estaba juntando dinero para enterrarla. De
momento pensé que su dicho era parte de los pretextos que usan los miles de personas
que viven del trabajo en la calle, pero ¿y las lágrimas? Estas no eran
fingidas, brotaban de manera real, se veía que la niña sufría, que en su alma
ya no había espacio para acoger su angustia, su soledad y su dolor
Después de atender mi cita programada, regresé caminando
hacia donde la niña me había encogido el corazón. Seguía dale y dale limpiando
parabrisas. Algunos automovilistas le daban una miseria. Esperé unos minutos y
aproveché que con el siga ella volviera al camellón donde tenía sus materiales
de trabajo. Una botella de agua con jabón y algo que parecía una jerga. Niña,
¿cómo te llamas? ¡Le pregunté a bocajarro! Sofía, me dijo, y se retorció como
si le hubiera dado vergüenza compartir su nombre con un desconocido
Hace un rato que pasé te vi llorando y me dijiste que
había muerto tu madre hoy en la madrugada. Si es así ¿por qué no estás con
ella? Se quedó mi hermanito Juan, yo me vine a trabajar para comprarle unas
flores y mañana enterrarla, me dijo, moqueando. ¡Me quedé callado, perdí el
habla! Se me encogió el corazón ante tamaña desgracia y ante la pena de que la 4t
no haya llegado aún a ese importante sector de nuestra sociedad. Miré a mi
alrededor con el deseo de encontrar alguien más que se compadeciera de esta
criatura. ¡Pero no! Nadie la miraba si no era para protestar porque Sofía y
otros, y otros, como ella, desde lejos les aventaban el agua a los parabrisas estuvieran
sucios o no
Me quedé sentado un buen rato en la banqueta, sin
saber qué hacer. Nunca como en ese día observé con tanta nitidez el surgimiento
de este grave fenómeno social. Pues según algunos estudios, en el país hay diez
millones de niños, jóvenes y ancianos trabajando y viviendo de la calle. La
inmensa mayoría ha perdido su identidad, ha sido expulsada de su familia, y de
su entorno cultural. Son personas golpeados, expulsados o abandonados por sus familiares
y/o por el sistema
Tengo claro que estas personas merecen vivir de otra
manera. Limpiando vidrios de autos, haciendo malabares, vendiendo chicles y
derramando lágrimas, es una indignidad para cualquier ser humano. Ver en las
calles niños drogados en brazos de mujeres alquiladas por padrotes, vendedores
ambulantes que están obligados a entregar cuentas a explotadores profesionales,
jóvenes que han abandonado la escuela por falta de recursos, no puede
convertirse en un modo de vida para estos millones de personas. Si no tomamos conciencia
y actuamos ya, para atender este problema, el mundo de calamidades que nos están
imponiendo las reminiscencias del capitalismo salvaje, estos problemas no se resolverán.
¡Solo haciendo cuanto antes lo necesario, podremos evitar que las máscaras que
viven y sufren en la calle sigan llorando!
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