Milagros
no hay, pero quien pueda, que construya su propia catedral
Por
JESÚS SOSA CASTRO
En varios de mis textos he dado cuenta de mis
principios religiosos, de mi servicio como monaguillo en las misas de mi
pueblo, del adoctrinamiento feudal y fanático al que nos sometía el cura de
Acatlán de Osorio, de la promesa de comprarle las ropas a los santos de mi
pueblo, Jesús, María y José. Pero el tiempo, la educación, la cultura y la política
me fueron llevando paulatinamente a otro tipo de entendimientos, creencias,
análisis y posicionamientos en los que mis querencias y costumbres religiosos
fueron cediendo espacio a un pensamiento crítico sobre el papel de las
iglesias, de sus pastores y curas respecto del acoso frustrante para que los
fieles escogieran entre irse al cielo o al infierno
Con toda esta carga ideologizante transcurrieron
muchos años de mi vida. Esos tiempos los viví y los disfruté porque me hicieron
creer que en ellos estaban los puntos centrales de mi felicidad terrenal y la
salvación de mi alma. Sin pensarlo, mis creencias se perdieron con el paso del
tiempo. Por mis ojos entraron los libros, las lecturas, la educación, la
cultura y las enseñanzas que proporciona la experiencia y la vida. Sin darme
cuenta fui presa de otras formas de pensar. Ganaron terrenos las interrogantes que,
hasta hoy, siguen inquietando mi vida y mis razonamientos existenciales
Ya en el terreno profesional, di entrada a los libros,
a las lecturas. Quería encontrar los fundamentos que por décadas habían dado
contenido a mis creencias religiosas. En ese trayecto me fui encontrando textos
que cuestionaban lo que yo había hecho mío durante mi largo caminar. Quien más
me influyó fue el pensamiento crítico que, sobre estas cuestiones, dejó el gran
escritor argentino Jorge Luis Borges. El Aleph, es una exploración de la idea
de la infinitud y de la eternidad. Me cautivó su afirmación de que, de todos
los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Es una
extensión de la memoria y la imaginación
Fue entonces cuando creció en mí, otro modo de comprender
la vida. Empecé a hacer mías sus críticas hacia las religiones. Reflexionó
sobre la lingüística y sobre el significado de las palabras. Escribió que enamorarse,
es crear una religión que tiene un dios falible, señaló que todas las criaturas
son inmortales porque ignoran la muerte. Pero el hombre es finito, sabe lo terrible de
ser un mortal. Cuando se refirió a la Virgen de Guadalupe, parecía que escribía
para exhibir las creencias de los mexicanos: “gracias por los planes que tienes
para mí. Son para mi bien y tu poder entre la gente es enorme. Con tu poderoso
brazo redimiste a tu pueblo y lo rescataste de su angustia. Realiza milagros en
mi vida Señora para mostrar tu poder y tu gloria. Aumenta mi fe para confiar en
ti. Que todo mi espíritu, alma y cuerpo se mantengan sin culpa hasta el final”
Todo esto me trajo mayor confusión. Sigo queriendo
entender lo que sobre la vida y la muerte se ha escrito. Sobre todo esto me
pregunto: ¿No será que la falta de educación, de cultura, nos han llevado a
falsas esperas de que alguien o algo nos resuelva nuestros problemas? ¿No es en
busca de esto que andan los millones de peregrinos que atascan calles y plazas
cargando sobre sus espaldas imágenes milagrosas que jamás los sacarán de su
pobreza y de sus angustias? Quizá haya muchos que no compartan mis opiniones,
pero yo mismo empiezo a creer que quien espera que todo se lo resuelvan, ya sea
el gobierno, los milagros, o el Dios omnipotente, sin poner de sí su esfuerzo,
su trabajo y su acción para lograrlo, es porque en el fondo, siempre estará
atado a cargar sobre sus hombros su propia catedral y sus explicables formaciones
religiosas
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