Los
encantos culturales de mi padre
Por JESÚS
SOSA CASTRO
Mi viejo siempre fue un hombre duro, intransigente, honesto.
En sus manos y en su rostro, los callos y sus arrugas expresaban la rudeza de
su trabajo, de sus tiempos y de sus hambres. Era un hombre estoico, firme,
dispuesto siempre a enfrentarse a cualquier circunstancia, a las dificultades
de la vida. Su inteligencia natural dejaba atrás su analfabetismo educativo,
apenas sabía leer y escribir. Por las noches, tirados en un petate de palma con
sus hijos amontonados, sin más nada que la oscuridad y las estrellas, solía contarnos
cosas que nos llenaban de emociones y asombro. Nos hablaba de las cabañuelas,
de las estaciones del año, del papel que jugaba la primavera, del comienzo de las
siembras y del levantamiento de las cosechas
Tenía una cultura y una gran capacidad para discernir sobre
cosas impensables. Parecía que sus enseñanzas nos las quería meter por los
ojos, por los oídos. Con el tiempo, yo, el más viejo de los trece hermanos hice
de sus palabras, de sus pensamientos, un encadenamiento de recuerdos que fui
desentrañando al paso de los años. Algo profundo sembró en mí mi padre, que, a
pesar de habernos dejado desde hace mucho tiempo, recurrentemente se mete en
mis sentidos por razones y causas que aún desconozco
Hace dos noches tuve el sueño de que llegaba a mi casa con
varias familias llenas de hijos. Lo recibimos tal como corresponde a la formación
cultural y al apoyo mutuo que él nos enseñó. Pero al paso de los días y las
semanas no había explicación alguna del por qué estaban ocupando nuestros
espacios un montón de personas que nos eran desconocidas. Fue entonces que me
atreví a preguntarle a mi padre cuáles eran las razones o las causas de la
presencia de esa multitud que empezaba a generarnos problemas
Me miró como apenado. Acercándose a mí y casi en secreto,
habló: “A todas estas personas les debo mucho, los he traído a tu casa para que
tú me ayudes a pagar esas deudas” ¡Empecé a sudar, casi me caigo de la cama! Ya
llevaban días y no se veía nada que indicara que pronto se irían de la casa. Papá
le dije: ¿Cuánto le debes a estas familias? Mucho, me respondió. Me empecé a
reír porque mi padre nunca tuvo deudas. No obstante, yo pensé que si se trataba
de dinero requería saber cuánto se le adeudaba a cada uno, para irlo deduciendo
de la alimentación y el hospedaje que estaban corriendo a mi cargo y, el resto,
darlo a mi padre para que él pudiera pagar lo que llamaba sus deudas
En este punto mi excitación se desbordó. Me desperté
sudoroso, intranquilo y preocupado. Sin embargo, en segundos me serené. Me
senté a la orilla de mi cama, me toqué las rodillas, el cuerpo y era yo,
despierto. La pesadilla había pasado. Lo que aún no me explico son los sueños
recurrentes con mi padre muerto. ¿Qué es lo que pasa? ¡No lo sé! Ya plenamente
despierto me di cuenta de que, solo había sido un terrible sueño
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