martes, 9 de julio de 2024

Los encantos culturales de mi padre

Por JESÚS SOSA CASTRO

Mi viejo siempre fue un hombre duro, intransigente, honesto. En sus manos y en su rostro, los callos y sus arrugas expresaban la rudeza de su trabajo, de sus tiempos y de sus hambres. Era un hombre estoico, firme, dispuesto siempre a enfrentarse a cualquier circunstancia, a las dificultades de la vida. Su inteligencia natural dejaba atrás su analfabetismo educativo, apenas sabía leer y escribir. Por las noches, tirados en un petate de palma con sus hijos amontonados, sin más nada que la oscuridad y las estrellas, solía contarnos cosas que nos llenaban de emociones y asombro. Nos hablaba de las cabañuelas, de las estaciones del año, del papel que jugaba la primavera, del comienzo de las siembras y del levantamiento de las cosechas

Tenía una cultura y una gran capacidad para discernir sobre cosas impensables. Parecía que sus enseñanzas nos las quería meter por los ojos, por los oídos. Con el tiempo, yo, el más viejo de los trece hermanos hice de sus palabras, de sus pensamientos, un encadenamiento de recuerdos que fui desentrañando al paso de los años. Algo profundo sembró en mí mi padre, que, a pesar de habernos dejado desde hace mucho tiempo, recurrentemente se mete en mis sentidos por razones y causas que aún desconozco

Hace dos noches tuve el sueño de que llegaba a mi casa con varias familias llenas de hijos. Lo recibimos tal como corresponde a la formación cultural y al apoyo mutuo que él nos enseñó. Pero al paso de los días y las semanas no había explicación alguna del por qué estaban ocupando nuestros espacios un montón de personas que nos eran desconocidas. Fue entonces que me atreví a preguntarle a mi padre cuáles eran las razones o las causas de la presencia de esa multitud que empezaba a generarnos problemas

Me miró como apenado. Acercándose a mí y casi en secreto, habló: “A todas estas personas les debo mucho, los he traído a tu casa para que tú me ayudes a pagar esas deudas” ¡Empecé a sudar, casi me caigo de la cama! Ya llevaban días y no se veía nada que indicara que pronto se irían de la casa. Papá le dije: ¿Cuánto le debes a estas familias? Mucho, me respondió. Me empecé a reír porque mi padre nunca tuvo deudas. No obstante, yo pensé que si se trataba de dinero requería saber cuánto se le adeudaba a cada uno, para irlo deduciendo de la alimentación y el hospedaje que estaban corriendo a mi cargo y, el resto, darlo a mi padre para que él pudiera pagar lo que llamaba sus deudas

En este punto mi excitación se desbordó. Me desperté sudoroso, intranquilo y preocupado. Sin embargo, en segundos me serené. Me senté a la orilla de mi cama, me toqué las rodillas, el cuerpo y era yo, despierto. La pesadilla había pasado. Lo que aún no me explico son los sueños recurrentes con mi padre muerto. ¿Qué es lo que pasa? ¡No lo sé! Ya plenamente despierto me di cuenta de que, solo había sido un terrible sueño

   

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