miércoles, 28 de febrero de 2018


Por qué me hice ateo y luego comunista

Por JESÚS SOSA CASTRO

Era una noche de lluvia y la oscuridad se había hecho intensa en la cresta de la montaña del nudo mixteco. El rompimiento de mis padres con mis abuelos paternos los llevó a una situación de incertidumbre y a la búsqueda de una libertad que no habíamos conocido años atrás. La vieja organización familiar en la que los patriarcas  eran poseedores del control y mando de las nueras, yernos y nietos, puso en la mente de mi madre lo que Sísifo llamaba la otra alternativa: Luchar o morir. No concebía que fueran  los meros machuchones los que determinaran el sentido de su papel como madre y esposa. Mi padre por obligación, entregaba el gasto a su madre, mi abuela. Las madres  de la chiquillada que vivía en ese manicomio no tenían autoridad ni siquiera para corregir a sus hijos.  Ese privilegio era de los abuelos cuya autoridad la imponían haciendo uso de un látigo llamado eufemísticamente disciplina, en cuyas puntas se adherían bolas de cera de campeche
Mi madre emplazó a su esposo a romper con esa organización familiar. No tenía libertad ni independencia para atender la vida de su esposo o de sus hijos. Las consecuencias de esta separación fueron inmediatas. Mi padre fue despojado de todos sus derechos y de la tierra que ocupaba para sembrar. Dados estos hechos, como le ocurre a todos los que son desplazados por la “civilización” o por los tatas mandones, la pobreza nos fue llevando a las faldas de las  montañas. En ellas mi padre desmontó varias hectáreas que le rentaron y construyó un cuarto de 4x4 m2 en el que vivíamos siete personas y dos perros que  nos protegían de los animales salvajes
Un día de diciembre llegó de vacaciones mi Rutilio pasante de medicina de la UNAM y maestro de primaria y de secundaria, para pasarse unos días de vacaciones en el campo al lado de la naturaleza y de su hermana, mi madre. Comiendo todos alrededor del molendero donde se hacía la comida, preguntó en voz alta la razón por la cual yo ya no iba a la escuela. Mi padre le  dijo que ya no aprendía nada nuevo, que solo me utilizaba el maestro para entretener a sus otros alumnos, pues la escuela rural era unitaria. Solo está perdiendo el tiempo, mejor que aprenda a trabajar
Mi tío convenció a mi padre para que yo continuara los estudios en Acatlán de Osorio distante cerca de ochenta km de distancia. Me ofreció el apoyo de su familia para vivir y estudiar. Mi madre me arregló  alguna ropa y me fui a una ciudad cuya forma de vida social y cultural me era completamente ajena. Cruzaba las calles corriendo, no sabía para qué servían los semáforos. Un niño campesino criado en las montañas reaccionaba así  contra las normas citadinas porque en el campo no existía límite a ninguna libertad
Me inscribieron en el cuarto año cuando ya tenía catorce años de edad. A los tres meses me pasaron al quinto año. La familia de mi tío y él mismo, eran fieles seguidores de las prácticas religiosas. Se confesaban cada viernes de  fin de mes, comulgaban en la misa de los domingos y por las noches los rezos eran obligatorios. En mi calidad de arrimado tuve que entrarle a esas prácticas. La  doctrina los viernes por la tarde era obligatoria
Un día el cura nos dijo a los niños que para tal fecha se iba a producir una oscuridad en toda la tierra como castigo por no creer suficiente en la palabra de Dios. Todos los herejes serían castigados. Oído esto me fui a la terminal de autobuses  para irle a informar a mis padres de este  terrible acontecimiento. Pensé que para ellos éste sería más duro tomando en cuenta que vivían completamente alejados de las prédicas del Señor. El autobús me dejó a la orilla de la carretera cuando ya eran casi las nueve de la noche. A pié y en la obscuridad caminé cerca de  quince kilómetros hasta llegar al lugar donde mis padres se encontraban
Estuve a punto de rendirle cuentas anticipadas al Señor. Mi padre, con arma en la mano casi me dispara en la oscuridad creyendo que se trataba de algún delincuente. ¡Qué te pasa, me preguntó entre sorprendido y encabronado! “Vengo a decirles que se va a oscurecer por mucho tiempo como castigo a quienes no van seguido a la iglesia” Mi padre me llenó de improperios y me dijo emputecido. ¡Te me regresas ahora mismo. Nada más andas perdiendo el tiempo a lo baboso! Cabizbajo y desorientado tomé el camino de regreso. Al regresar a la doctrina el viernes siguiente el cura nos dijo. “Dios se dio cuenta de su arrepentimiento y por eso no se oscureció” Días después supimos que en sus tiendas se habían agotado todas las mercancías de uso doméstico, los candiles, las lámparas, el petróleo, los cerillos. Desde entonces empecé a odiar a los curas y a sus prédicas. Pocos años después, con el estudio me hice ateo y luego, comunista

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