domingo, 13 de noviembre de 2022

 

La Gata

Por JESÚS SOSA CASTRO

En los largos años de mi vida han estado presentes mujeres y hombres que me han inoculado conocimientos, experiencias y causas políticas que me enorgullecen. Uno de ellos fue el Profr. Moisés Flores Guevara quien fuera mi maestro en la escuela Rural federal “Bernardino García” ubicada en la parte profunda de la mixteca poblana. De él aprendí lo básico. Leer, escribir, hacer cuentas y un chingo de geografía y de historia del mundo. Pero mi padre, un campesino que le hacía honor a su origen, consideró que con lo aprendido era suficiente y me sacó de la escuela para acompañarlo como peón en las labores del campo. Años después, un tío, maestro en la ciudad de México, fue el que me rescató de esa honrosa actividad y me hizo terminé la primaria

Ya influenciado por el Profesor Rutilio Castro, mi padre permitió que continuara mis estudios en la ciudad de México. A esta ciudad llegué a finales de 1954 y las clases empezaban en febrero del año siguiente. Mientras esperábamos el examen de admisión en la secundaria anexa a la Escuela Nacional de Maestros, la ayuda a mi persona estuvo completamente a su cargo. Vivía con él en el internado y comía las sobras en el comedor de la normal en mi calidad de gaviota. Es decir, de arrimado. Al hacerse el examen de ingreso tuve la fortuna de pasarlo. Me convertí en alumno de esa benemérita escuela y mi tío me gestionó el derecho a tener internado y comedor. A los pocos días empezaron las clases. Adaptarme a los hábitos y comportamientos que se vivían en la gran ciudad, me fue sumamente difícil, al grado de que eso, dio pie a que mis limitaciones como un hijo del campo, con un horizonte cultural limitado comparado con el citadino, desarrolló en mí animadversión contra los estudiantes chilangos

En ese entonces no se hablaba de racismo y clasismo, pero evidentemente, existían. A los que veníamos de provincia, los del DF nos miraban con desprecio. Su vestir y su hablar, destilaban veneno contra quienes traíamos huaraches, ropas de baja calidad y hablábamos con los acentos y modismos de nuestros respectivos terruños. Lo que vemos hoy, sobre las “diferencias sociales” es algo parecido a la humedad: Penetra ´por todas partes. Solo que, a diferencia de mi época de estudiante, hoy la conciencia crítica del pueblo contra las desviaciones de los señorones de la estupidez y la ignorancia, ya no deja pasar lo que oculta la oligarquía y los aspiracionistas de pacotilla. Se les está pudriendo la creencia de que pueden mirarnos desde arriba de sus hombros

La escuela cubre una función social muy importante. Los libros no sólo educan y nos proveen de cultura. Los maestros de ese entonces y muchos de la nueva época, cubrían y cubren un perfil en el que se contiene la sabiduría y la sensibilidad para convertir su trabajo en un ejemplo a seguir por muchos de sus alumnos. Eso pasó en los viejos anales de mi historia. En la primaria y en la secundaria tuve dos maestros que imprimieron en mi ser la lectura, el conocimiento universal, la crítica, la lucha por las demandas del pueblo y una tenacidad a prueba de todo, para no rendir mis banderas ante mis adversarios políticos. Es por esta razón que a muchos años de mi vida y habiendo tenido el orgullo de ser alumno de dos distinguidos maestros, hoy, quiero referirme con inmenso cariño y respeto a La GATA, mujer que fuera mi maestra y quien dejó huella en el transcurrir de mi vida, aportándome, entre otras muchas cosas, una sólida querencia por los libros

Si he de ser fiel a mis recuerdos, debo señalar que el hábito por la lectura fue la obra maestra de esta profesora. Una mujer culta y que el vulgo citadino, los jóvenes aspiracionistas a ser los nomplusultra de la cultura clase mediera, nunca se referían a ella por su nombre. Para ellos, era simplemente, La Gata. Hoy entiendo que le llamaban así porque en la conducta de esos “estudiantes “anidaban el racismo y el clasismo, comportamientos que seguramente habían mamado de sus padres o del ámbito social en el que se movían. Los de provincia como yo, nunca le llamábamos por su apodo. En mi caso, no solo había respeto. Cada clase suya me llenaba de saberes. Libro que analizábamos era para mí un aporte al conocimiento universal, a la crítica y a comprender que la libertad, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír

Con La Gata aprendí que los valores contenidos en el trabajo intelectual, han sido y son, parte de los principios básicos de una civilización fundada en la razón y en las causas sociales. Por eso yo, convencido de estas ideas, soy una especie de guardián de mi propia libertad porque siempre digo lo que pienso. Y lo que hoy creo que soy, como ciudadano y como luchador social, se lo debo a dos de mis grandes maestros: Moisés Flores Guevara y a La Gata. Uno, formador de campesinos libertarios y la segunda, impulsora de cuadros formados cultural e intelectualmente, pero sobre todo, luchadores por la libertad y la justicia

  

 

 

 

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