domingo, 26 de marzo de 2023

Yo, un soñador pata rajada Por JESÚS SOSA CASTRO Como el joven pastor del que habla Hesíodo, yo también viví días amargos en mi infancia y en mi juventud. Por principio de cuentas nací en lo más profundo de la sierra madre del sur. Mi madre nunca atendió sus embarazos con médicos especialistas. El nacimiento de los muchos hermanos, estuvo a cargo de la señora Ocotlán, la única partera de la región que atendía los nacimientos de los niños indígenas. ¡En esas condiciones nacimos! Yo el mayor, compartí las penas, la pobreza y el arduo trabajo, que durante años acompañaron a mis padres. En mi niñez, viví en cuevas naturales, al través de las cuales, parecía que salían las lágrimas de la tierra. Nuestra cama era un petate de palma y las cobijas varios costales de yute. A los ocho años, según recuerdo, mi padre y yo nos íbamos de madrugada a sacar el zacate de la milpa para después transportarlo a la era Muchas veces terminábamos de madrugada. Mientras amanecía, nos recostábamos en los surcos y mirábamos el cielo lleno de estrellas. A mí me parecía admirable esa pulcritud azulada. Mi padre me hablaba de lo que significaba vivir en el campo, de respirar aire puro, de la estrella polar, de la influencia de la luna en el período de la siembra. Mi imaginación se desprendía de mi y empezaba un vuelo del que retornaba cuando al fin teníamos que regresar a otra rutina. Había que almorzar lo de siempre. Tortillas con salsa de chile guajillo, pepitas de calabaza y recurrentemente, frijoles. Después, la tarea era irnos al campo a trabajar En esta etapa de mi vida mi ejemplo fue mi padre. Con él aprendí a valorar el trabajo, la humildad, la colaboración entre campesinos y el significado de la dignidad y el amor por la vida. Sufrí y soñé. Mientras subía y bajaba del lomerío en busca de los bueyes con los que arábamos la tierra, construía un mundo imaginario en el cual mis anhelos sólo quedaban en los límites que me imponían la vida del campo. Pensaba en la lluvia, en la siembra y en la cosecha. Quería que lo sembrado fuera abundante para que mi padre pudiera vender alguna parte de sus productos y con ello comprarme unos huaraches para que mis pies no siguieran sangrando cuando tapaba la semilla en el surco Mis ojos y mis oídos no tuvieron la temprana oportunidad de conocer la complejidad de otros hechos que ocurrían en el mundo. Mis primeros años los pasé en la soledad de las montañas, durmiendo horas en el suelo mientras los bueyes de mi padre se comían el pasto del verano. En mis sueños construía un mundo imaginario mientras los pájaros me despertaban con sus cantos. La humedad de la noche terminaba y comenzaba el sol a imponer su calor. Se acababa el torrente de sueños, de versos y de cosas imaginarias que salían de mi ser sin sentido y sin rumbo. ¡Con los años todo cambió! La escuela rural de mi pueblo me abrió sus puertas y mi maestro llenó de saber los sueños que me habían proporcionado los arroyos y las luciérnagas. Las cuales, cubrían las noches, mis noches, de silencios y soledad Fue en estos momentos que empecé a entender “las reflexiones de Hesíodo, el niño poeta que, al ser víctima del olvido y del silencio, empezó a darse cuenta del valor de las palabras, de la reflexión y de la importancia de la vida. Sustanció el verbo, especialmente cuando era utilizado para transformar la conciencia y convertir al ser humano en el principal motor de los cambios sociales” A partir de esos momentos, yo hice de la palabra oral y escrita el principal instrumento de mi quehacer. Quería acabar con mis debilidades y darme la oportunidad de formarme en las filas de los que sueñan con un nuevo universo político. Ese que estamos construyendo para cambiar el país. Entendí que Wegner tenía razón al afirmar que “en ninguna mente caben el saber y la literatura completos. Pero con Borges, comprendí que, de los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. En cambio -dice - el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación” (*) En el recorrido fatigoso de mi vida, me di cuenta que tarde empecé a cultivar mis conocimientos de un mundo cada vez más complejo. Mis ojos envejecieron y la lectura empezó a perder fuerza en mis acciones que siempre ligué con los cambios de la sociedad. Hoy, a muchos años de distancia, quiero irme con la satisfacción de haber reconocido mi ignorancia sobre muchas cosas. Pero eso que viví y sufrí en otros tiempos, los he colocado en el frente de mis ojos, de mis expectativas y del tiempo que me quede. No estoy en la negación. Estoy dispuesto a reparar los daños que viví, a cambiar mi soledad y, por supuesto, a darle curso a mis sueños (*) Hesíodo fue un poeta de la antigua Grecia. Parte de su obra son las citas que hace Irene Vallejo en su libro El infinito en un junco

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