Dulce María Quevedo López
Por JESUS SOSA CASTRO
Debo decir que no soy un
profesional en el arte de escribir. Más bien, la manía de relatar lo que siento
y lo que veo, me nació después de leer lo que José María Pérez Gay dejara para
siempre en su espléndido libro El imperio perdido. “El valor de un hombre
-señaló- se mide no sólo por sus capacidades intelectuales sino también por la
tolerancia de los errores ajenos” Y yo, sabido de mis debilidades para escribir,
sólo doy cuenta de algunos de los decires de José María y me asumo, también,
como un seguidor de los sentimientos que le brotaban a José Emilio Pacheco, en
aquellos momentos de amor y de nostalgia: “El instante más pleno con una mujer
-afirmaba- pertenece a la realidad de
las imágenes, no al mundo material de las cosas” Es verdad que cada autor le da
un sentido determinado a su pensamiento. Quiero afirmar que el mío, va de tumbo
en tumbo hasta llegar a la frase que hace grandes a los escritores cuando
afirman que “La literatura, es la clarificación de la abrumadora experiencia
humana y el único lugar donde los vivos hablan con los muertos”
Siguiendo esta línea de
floraciones sentimentales, un día decidí salir del destierro cultural en el que
andaba y con un ato de libros en espera, abrí mi computadora que estaba a punto
de hacerse vieja sin que yo la hubiera tocado ni para bien ni para mal. Me
costó mucho trabajo aprender lo elemental. Pues yo provengo de aquella época
cuando la herramienta para escribir era una vieja máquina Remington que sus teclas
trazaban una elipse para llegar a su objetivo. Y así, fui descubriendo en la
computadora personas, decires y saberes que le han venido dando sustento y
fuerza a mis nuevos conocimientos y ensanchado mi visión de los seres humanos
que de otra manera, jamás hubiera sabido de ellos
De entonces a la fecha duermo
poco. Padezco de insomnio por culpa de esta herramienta. Soy adicto a esta
droga. Un día, de hace apenas unos meses, a eso de las tres de la mañana, me
encontré en mi página de facebook con un pensamiento fresco, profundo, que
ponía los puntos sobre las íes en varios problemas que hace tiempo me
preocupaban. La autora de estas coincidencias políticas y culturales era Dulce
María Quevedo López. Se veía que nuestros desvelos apuntaban en la misma
dirección y, sin más, me puse a buscar las raíces que me llevaran hacia ella.
La curiosidad, dicen, es la madre de todos los despropósitos. Fue así que
empecé a introducirme en su pensamiento, en sus ideas y en su personalidad. Lo
hice, porque me picaba la curiosidad de saber qué más me podía decir una mujer
que en sus escritos aparecía con una vena que agrietaba mis cimientos, antes
presuntamente sólidos e inconmovibles ¿Qué hay en ella -me pregunté- que a
estas horas de la madrugada me involucra en la escritura sobre cosas de las que
me había alejado hace muchos años y convertido en un vagabundo con libros pero
sin ensayar nada del arte de escribir?
¿Por qué Dulce María no caía en
la banalidad y en las opiniones ligeras con que un amplio sector de mujeres y
hombres navegan en la redes como si de esa conducta se pudiera presumir? Pues
bien, me dije. Te voy a seguir y a leer para entender el recorrido de tus
pensamientos. Y aquí me tienes, querida amiga: Leyéndote a todas horas. ¿Y
sabes qué? He encontrado juicios y opiniones maravillosos
e interesantes que, a contra pelo de lo que suponía, me están llevando a
descubrir una mística que no me imaginé que tenías. Lo más trascendente de todo esto, está en lo
que coloquialmente dicen los guerrerenses. “Entre más me picas la cresta”, más
me asombro de estar entrando a un terreno que era totalmente tuyo. Pero resulta que a fuerza de empeño y
devoción ya me lo estás metiendo en la mente como a quien le meten una ostia en
el pescuezo. Mi asombro crece cuando me doy cuenta que en mucho ya pienso como
tú. Mi moral, antes tan desparpajada e irreverente, también ya está cuajándose de lirismos tuyos. ¿Me estarás embrujando, mi
querida Dulce María? ¿O son los intentos de hacer de este aventurero escribidor
un elemento más para que ese ejército de mujeres y hombres del que hemos
hablado un día sí y otro también, salga en busca de los descarriados hijos del
pueblo para volverlos al redil y hacerlos que luchen, por lo menos, para que
cuanto antes se vaya Enrique Peña Nieto?
¿Estaré soñando o será la resaca de las copas de
mezcal que me trajo de Oaxaca mi amigo Mariano López Matus y que en esta noche
de insomnio me apuré bajándole un cuarto a la botella? ¿En qué ando metido Dulce
María? Ojalá me sigas alumbrando con tus ideas y me alejes de mis gulas y
tentaciones. Pues apenas se termina la resaca de la mezcalina y ya estoy pensando en las comilonas vegetarianas
de las que me has hablado en tus comentarios. Ayúdame a entender mis desvelos, amiga.
¿Qué es eso de estar escribiendo cosas a las tres de la mañana mientras los
sueños, los tuyos y los míos, se nos escurren hacia dentro? ¿Será que andamos
en el afán de entender lo que está ocurriendo alrededor de este mundo tan lleno
de oscuridad del que hemos estado hablando en forma recurrente?
Sea lo que sea Dulce María, en
estas horas de nostalgia y de insensatez te mando estas notas tan locas y
dispersas como yo. En ellas va escondido un costal de abrazos que te mando
antes de que cada cual por su lado se meta en sus convicciones para hacer el
cambio en este país o se dedique hacer poesía pensando en que “esta es la única
prueba concreta de la existencia del hombre” Gabriel García Márquez poeta y
prosista estaría feliz de saber que su poesía y su prosa eran poética y
prosaica como bien lo describe Gonzalo Celorio.
Disculpa que yo no reúna esos requisitos, pero a cambio, te mando muchos
abrazos, amiga. Me quedo con tu nombre y con la presunta seguridad de que si no
te hubiera encontrado, ya no te seguiría buscando
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