Lo que no emociona no moviliza
Por JESÚS SOSA CASTRO
Dicen los que saben que la crisis
que afecta al mundo es integral. Es una crisis financiera, laboral,
alimentaria, ecológica y energética. Afecta la organización social, el
funcionamiento de la economía y la manera de pensar. Para tantas desgarraduras,
en México no hay alternativa ni probada ni pensada. Se están socavando las
bases de nuestra civilización y en el horizonte no se perciben los cambios revolucionarios. Hay una dispersión
enorme de los sujetos que podrían transformar el país, los intelectuales no
dicen mayor cosa, mientras enormes franjas de la población son víctimas de un miedo
atroz para incorporarse a la lucha. Les pesa seguir descendiendo en la escala
social. Estas franjas viven esperanzadas en que pronto les llegue el momento del
disfrute que la burguesía les viene prometiendo desde tiempos inmemoriales.
Quieren asistir a ese banquete y es grande
su ilusión por alcanzar la gracia del poder para que las saque del hoyo en que las ha colocado
No obstante esta situación, la
gente no cree en los sujetos sustitutos. No cree en los partidos ni en los
políticos. El discurso que propalan ha probado una total ineficacia. Sus
proyectos políticos y programáticos no contienen cambios que emocionen y
entusiasmen a la sociedad. La mayoría de éstos no son proyectos de gobierno
sencillos y coherentes que hagan evidente el sentido y la profundidad de sus
propuestas. Hay una ausencia total de emoción en la política. La grisura de sus
planteamientos apenas es compatible con el hartazgo que desborda a la sociedad.
La atmósfera que ha generado la autollamada clase política ha tendido una capa
de contaminación de la que no escapan los ciudadanos. La incultura de los
funcionarios públicos, de los representantes populares y de la inmensa mayoría
de la gente, son el caldo de cultivo que hace difícil el despertar de la
conciencia crítica que tanto necesita la nación. ¡Todo esto conspira para
retrasar el cambio revolucionario que miles de mexicanos andamos construyendo!
Calculadamente, los señores del
poder promueven la desmemoria en el pueblo. Por cerca de ocho décadas se han
robado la historia. La revolución de 1910-17, considerada como la más avanzada en
México y el mundo, ha terminado siendo una caricatura que ha permitido la
estafa de los derechos sociales que habían conquistado los campesinos y los
obreros encabezados por los hermanos Flores Magón, Emiliano Zapata y Francisco Villa.
Ese pueblo nuestro, apenas da muestras de volverse a despertar. Millones de
mujeres y hombres de la ciudad y del campo dan visos de querer participar en la
lucha por el cambio revolucionario que saque al país del atraso y de la
postración en que lo han metido los mafiosos
Para lograr que todo esto avance,
es necesario que se produzcan cambios radicales en la dirección política del
único partido que puede darle sentido y profundidad a las luchas que vienen. En
Morena no sólo falta una renovación real en las formas de hacer política. Hace
falta elaborar un discurso para todos los sectores que más han resentido las
políticas depredadoras del capitalismo salvaje. Los de Morena estamos obligados
a ir más allá de la denuncia de la compra del voto, del comportamiento de los
medios de comunicación y de las necesidades para construir un partido fuerte.
Estoy convencido que sólo reconvirtiendo sus políticas podrá ganarse el derecho
de ser una fuerza potencialmente ganadora en las elecciones del 2018. Con una
dirección unipersonal y con un equipo que sólo repite lo que elabora Andrés
Manuel, no llegaremos lejos como partido
Requerimos una renovación en las
estructuras, en los liderazgos intermedios, en los comités territoriales. Los
vividores y saltimbanquis de la política ya no dan para más. Se han convertido
en una retranca y en una carga que paralizan las iniciativas y la creatividad
de la gente. Sus maneras de hacer política castran al partido en todas sus
acciones. Este tipo de liderazgos ya no responden a las necesidades de Morena.
Son dirigentes sin ideas, sin peso político real en los distintos niveles de la
organización partidista. Lo que los mantiene en esta organización, en su
mayoría, es su arrimo permanente a los jefes, llenarlos de
elogios sin ton ni son y pasar por alto las críticas que les hace la militancia
Los tiempos actuales y las
complejidades que vive la izquierda Morena, exigen salir de esa política
deshilvanada y zigzagueante que se da en muchas partes del país. Le corresponde
a un partido vivo construir una historia que junte las ideas, las desarrolle y
les dé contenido. Necesita darle a su política y a su proyecto de gobierno la
emoción de la que hoy está careciendo. La dirección de Morena no debe propiciar
el alejamiento y la exclusión de aquellos que hicieron posible su construcción.
Tiene que mirar hacia atrás y buscar la incorporación de todos los
desencantados y poner en juego su entusiasmo y su emoción cuando se les dijo que
Morena podía ser la esperanza de México
La gente busca un liderazgo que
aparte de ser competente y conocedor de la realidad nacional, sepa oír a la
militancia, a los ciudadanos y especialmente a sus críticos. Hay errores que
los dirigentes no quieren ver y que afectan la conducción del partido. El
intercambio de las ideas que se generan a partir de la crítica, es una
necesidad que debemos mantener viva. Tenemos que evitar que la distancia entre
los dirigentes y la masa de militantes, impida que nos reconozcamos como hilos
de un mismo tapiz y evitar que esto nos lleve a la pérdida de espacios y
tiempos que a todos afectan. La politica, decía Platón, es diálogo. Es lo que
da desarrollo al pensamiento, especialmente cuando se confrontan ideas y se
siguen principios. El monólogo que está abriéndose paso en las filas y en las estructuras
de Morena, sólo conducen a la inacción y a la anarquía. ¡Quijotes o Sanchos,
buscamos con quién hablar! Necesitamos que alguien nos oiga y nos vea. El
monólogo es un elemento del miedo. En cambio, el diálogo, la crítica y la
autocrítica son un virtuoso brindis por la democracia y la esperanza
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