jueves, 6 de julio de 2023

 

¿Mercenarios de la fe o promotores de la felicidad celestial?

Por JESÚS SOSA CASTRO

Desde hace tiempo, por calles y colonias he visto pasar brigadas de mujeres y hombres con la intención de hacerles llegar a los vecinos, la “verdad sobre el ministerio y la vida de JESÚS” Después de muchos intentos de forzar mi atención sobre sus prédicas, decidí poner ante ellos mi opinión sobre las distintas iglesias y corrientes religiosas. Les hice saber que, de niño, fui aprehendido por los principios católicos que mis padres profesaban desde que nacieron. Que serví como monaguillo en la iglesia de mi localidad y que después de haber egresado de la Escuela Nacional de Maestros, intenté con mi primer sueldo, comprarles los hábitos a los santos de mi pueblo

También les hice saber que, con el tiempo y mi cultura, me había alejado de todo tipo de creencias religiosas. Que después de 2023 años de que sacrificaron a JESÚS, no comprendía las razones por las cuales media humanidad ha sido víctima de atropellos provenientes de las iglesias. Tanques de guerra bendecidos por papas y cardenales, y que en nombre de ellas y de la avaricia del hombre, habían muerto millones de personas creyendo en la justicia divina. En México, -le dije- con el pretexto de la fe, el clero y la cristiada ajusticiaron a miles de personas. Desde la Independencia para acá, los sacerdotes que lucharon con la gente para liberarnos del imperio español, fueron asesinados y vilipendiados por los detentadores del poder económico y religioso. Todo lo hicieron para imponer sus creencias y acabar con los que creían en otros cultos y tradiciones. La Santa Inquisición quemó vivos a quienes, según ella, eran unos sacrílegos

A pesar de estos razonamientos, la señora Rosa Elena Ortiz, volvía recurrentemente a las citas de su “biblia” titulada “JESÚS, el camino, la verdad y la vida” Quería convencerme de las bondades de las tesis que propagan Los testigos de Jehová.  Me impresionaron su persistencia y el manejo pronto de citas sobre el tema al través de su celular. De estos brigadistas los militantes de Morena deberíamos aprehender para trabajar en colectivo, ya que eso desapareció por las decisiones de la burocracia. Trabajar con el pueblo, permitiría enriquecer nuestro pensamiento y hacer de nuestra libertad el derecho a creer o no en alguna religión. La libertad, la equidad y la justicia, son los pasos necesarios para no seguir siendo esclavos de la ignorancia y de la coacción

Después de una narrativa interesante, le pregunté a la señora. ¿Cree seriamente en lo que dice y en lo que está leyendo? Por qué ¿si como afirma, todos somos hijos de JESÚS, nacidos y creados a su imagen y semejanza, como es que permite que millones de sus hijos seamos víctimas de la pobreza, las injusticias, las guerras, las epidemias, entre otras muchas desventuras, como el quemar vivos a mujeres y hombres en nombre de la Santa Inquisición? ¿Cómo explicar que, a estas alturas, después de dos milenios y contando, nuestra vida siga pendiendo de políticos corruptos, de caciques, de curas, pastores y de religiones, que se han adueñado de las tierras, las aguas, las iglesias, los santos y las personas? Desde que yo tuve uso de razón, le dije, fui testigo de lo que en nombre de Dios todo le ocurría a la gente. La pobreza, la falta de lluvia, de trabajo, las epidemias y la muerte, se argumentaba, que todo lo que nos pasaba, era por los designios del SEÑOR. Era el castigo que enviaba a quienes no se plegaban a sus juicios y a sus oraciones

Con esta incultura sobre nuestro ser, hombres, mujeres, niños y jóvenes que vivíamos de lo que provee nuestra tierra, teníamos la obligación de que lo producido, desde gallinas hasta maíz y ganado, tenía que ser entregado a las arcas de la iglesia, en calidad de diezmos y primicias para mantener a pastores y curas, en lugar de que el disfrute de esos bienes quedara en manos de quienes los producían con su trabajo. Estoy hablando de cuando yo era un chamaco sin ninguna perspectiva de vida y sin ningún sentimiento de felicidad en mi alma. El mundo que me ataba a mi padre empezaba caminando por el monte, arreando bueyes para huncirlos al arado, a ese hermoso vejestorio que, asido a mis manos callosas a tan temprana edad, roturaban las virginales entrañas de la tierra que nos daba de comer

Tarde entendí la injusticia que se cometía contra millones de hijos de Dios al cercenar los derechos y la dignidad de los pobres. Por cerca de quince años mis espaldas se cansaron de dormir en la tierra en camas de petate. Cuando el frío arreciaba, mi padre se levantaba y nos tapaba con los costales que horas antes habían servido para el traslado de los productos de la siembra. El tiempo pasó sobre mis huesos como si hubiera sido época de invierno. Tenía frío como si un castigo persiguiera los pasos de mi niñez empobrecida. Tiempo después me llenó de contento encontrarme con miles y miles de mexicanos que protestaban contra las injusticias del sistema y de los aparatos de control, entre ellos, las iglesias y sus prodigios. Desde entonces, puse en juego mis conocimientos y mis razones para defender todas mis libertades. Hice uso de esa que me concede, desde hace décadas, el derecho de ya no creer ni en las iglesias, ni en los milagros

 

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