viernes, 8 de diciembre de 2023

 

El llanto de las máscaras

Por JESÚS SOSA CASTRO

En el cruce de Reforma y Avenida Juárez, una niña se subió a la parte delantera de mi auto para limpiar el parabrisas. Me incomodó, pues el carro había sido lavado y los cristales estaban limpios. Al ponerse el siga no pude avanzar porque la niña seguía arriba del cofre, limpie y limpie los cristales. Entre enojado y presionado por los autos de atrás, pude observarla y vi que, en su cara pintada de payaso, escurrían dos gruesas lágrimas. Le pregunté por qué ese llanto y me contestó que su madre había muerto en la madrugada y ella estaba juntando dinero para enterrarla. De momento pensé que su dicho era parte de los pretextos que usan los miles de personas que viven del trabajo en la calle, pero ¿y las lágrimas? Estas no eran fingidas, brotaban de manera real, se veía que la niña sufría, que en su alma ya no había espacio para acoger su angustia, su soledad y su dolor

Después de atender mi cita programada, regresé caminando hacia donde la niña me había encogido el corazón. Seguía dale y dale limpiando parabrisas. Algunos automovilistas le daban una miseria. Esperé unos minutos y aproveché que con el siga ella volviera al camellón donde tenía sus materiales de trabajo. Una botella de agua con jabón y algo que parecía una jerga. Niña, ¿cómo te llamas? ¡Le pregunté a bocajarro! Sofía, me dijo, y se retorció como si le hubiera dado vergüenza compartir su nombre con un desconocido

Hace un rato que pasé te vi llorando y me dijiste que había muerto tu madre hoy en la madrugada. Si es así ¿por qué no estás con ella? Se quedó mi hermanito Juan, yo me vine a trabajar para comprarle unas flores y mañana enterrarla, me dijo, moqueando. ¡Me quedé callado, perdí el habla! Se me encogió el corazón ante tamaña desgracia y ante la pena de que la 4t no haya llegado aún a ese importante sector de nuestra sociedad. Miré a mi alrededor con el deseo de encontrar alguien más que se compadeciera de esta criatura. ¡Pero no! Nadie la miraba si no era para protestar porque Sofía y otros, y otros, como ella, desde lejos les aventaban el agua a los parabrisas estuvieran sucios o no

Me quedé sentado un buen rato en la banqueta, sin saber qué hacer. Nunca como en ese día observé con tanta nitidez el surgimiento de este grave fenómeno social. Pues según algunos estudios, en el país hay diez millones de niños, jóvenes y ancianos trabajando y viviendo de la calle. La inmensa mayoría ha perdido su identidad, ha sido expulsada de su familia, y de su entorno cultural. Son personas golpeados, expulsados o abandonados por sus familiares y/o por el sistema

Tengo claro que estas personas merecen vivir de otra manera. Limpiando vidrios de autos, haciendo malabares, vendiendo chicles y derramando lágrimas, es una indignidad para cualquier ser humano. Ver en las calles niños drogados en brazos de mujeres alquiladas por padrotes, vendedores ambulantes que están obligados a entregar cuentas a explotadores profesionales, jóvenes que han abandonado la escuela por falta de recursos, no puede convertirse en un modo de vida para estos millones de personas. Si no tomamos conciencia y actuamos ya, para atender este problema, el mundo de calamidades que nos están imponiendo las reminiscencias del capitalismo salvaje, estos problemas no se resolverán. ¡Solo haciendo cuanto antes lo necesario, podremos evitar que las máscaras que viven y sufren en la calle sigan llorando! 

 

 

 

 

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