sábado, 10 de febrero de 2024

 

Morir pegado a la cuña

Por JESÚS SOSA CASTRO

 El 25 de diciembre pasado cumplí ochenta y cinco años de vida. ¡Un titipuchal! En este largo tramo, muchos momentos me marcaron. De pequeño disfrutaba ver las estrellas acostado en petates de palma; araba la tierra e iba sembrando atrás del arado con mis pies agrietados por el lodo y el maltrato; viví en una cueva en las faldas de una montaña por no contar con un techo; fui alumno de un maestro rural, sabio, que a la fecha recuerdo con una enorme devoción; atestigüe los atropellos, violaciones y muerte contra hombres y mujeres que el cristero Leodegario Cortés, cometía en nombre de su religión

A pesar de estas limitaciones o hechos, fui un niño campesino feliz. De adulto primero y de viejo después, he regresado frecuentemente a los tiempos en que siendo estudiante me apantallaban los niños fifís, aquellos que llegaban con zapatos, mientras yo andaba con huaraches. Siendo aún estudiante apoyé a los maestros encabezados por Othón Salazar. En sus actos públicos los “sabios” de entonces me criticaban porque no hablaba con propiedad. Fui despojado de mi triunfo como secretario general de la Sociedad de alumnos por los charros de la Nacional de Maestros

Al correr de los años he ganado en experiencia y en edad. Sin embargo, concluyo que fue en el vientre de este monstruo, donde me hice hombre en la mejor acepción de la palabra. En el DF nací a la vida política y cultural. Mi mayor orgullo siempre estuvo ligado a un número indeterminado de luchadores por la libertad y la justicia. Fui dirigente con Othón Salazar del Movimiento Revolucionario del Magisterio. En Baja California donde trabajé unos meses, conocí al ejemplar comunista Blas Manrique y participé en la fundación en ese Estado, del Movimiento de Liberación Nacional que promovía el Gral. Lázaro Cárdenas del Río.

Si algunos contribuyeron a mi formación política tengo que mencionar a Arnoldo Martínez Verdugo, Gerardo Unzueta Lorenzana, Eduardo Montes Manzano, Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Blas Manrique y otros brillantes camaradas. En contra del oscurantismo que se vivía, logramos la legalización del Partido Comunista Mexicano. Allí anduvimos miles y miles de mujeres y hombres poniendo por delante la mística revolucionaria, sin miedo a las amenazas de la represión o la cárcel

Los comunistas de entonces escribíamos, debatíamos, organizábamos a los obreros y exigíamos justicia y libertad. Algunos de los “revolucionarios” de hoy, sólo les cautivan las mieles del poder, pero nunca repartieron un volante o hablaron con los obreros a la salida de las fábricas. En esos años, sin recursos, sin derechos y perseguidos, la ciudad de México se cimbró con la presencia multitudinaria del pueblo, especialmente cuando logramos la legalidad del PCM y tuvimos como candidatos a la presidencia de la República a Valentín Campa y a Arnoldo Martínez Verdugo

En estos últimos años, mi largo andar ha sido llenado de hechos grandiosos. Estoy participando en la construcción de un nuevo país con todo lo que esto significa. Más de treinta millones de electores votamos por un nuevo proyecto de Nación. Hoy ambicionamos hacer una nueva historia con el triunfo de la Dra. Claudia Sheinbaum para que los niños, los jóvenes, los ancianos y el pueblo trabajador, ocupen el lugar central de este esfuerzo inaudito

Los que murieron, se hicieron viejos o defeccionaron de la lucha revolucionaria, no tuvieron tiempo de darle seguimiento a la historia. Algunos de los que quedamos, seguimos empeñados en profundizar el proyecto de la 4t. Mi sueño es seguir viendo a México gobernado por el pueblo. Si eso ocurre, como ocurrirá, Moriré pegado a la cuña, a ese aditamento tan importante que apretaba el timón y hacía posible el cultivo de la tierra. Si esto es lo único que pueda ver, me iré con mi equipaje a cuestas, satisfecho de haber hecho algo por la transformación del país y por mi gente

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