miércoles, 19 de agosto de 2015

Algunas reflexiones sobre el poder y la democracia
Por JESÚS SOSA CASTRO
En su discurso ante la Convención Nacional del 7 de febrero de 1794, Maximilien Robespierre dijo que “la democracia es un Estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son obra suya, puede obrar por sí mismo, si esto no fuera posible, deberá hacerlo al través de sus delegados, … porque la democracia, es el movimiento dirigido a arrebatar el poder a quienes lo acaparan, para repartirlo entre el pueblo que es el llamado a ejercerlo por sí mismo o por sus delegados”(1)
Doscientos veinticuatro años después, la lucha por la democracia en las sociedades modernas sigue siendo una demanda inaplazable. No hay partido político de izquierda o más o menos progresista, que no hable de la necesidad de democratizar la vida de sus respectivas sociedades, aunque en su actuar cotidiano, esos partidos se hayan asumido como parte de las derechas autoritarias, antidemocráticas y siempre, detentadoras del poder. Esto, entiéndase o no, conduce a que en la mayor parte de las revoluciones actuales esté planteándose la necesidad de socializar el poder, sin lo cual, no puede hablarse de democracia
Este es un problema complejo y hay que trabajarlo sistemáticamente y a fondo. No solo porque la democracia tiene que ver con el poder y el poder que hasta ahora conocemos, lo que menos le interesa es la democracia. Los que acaparan este binomio, al lado de sus intelectuales y sus burocracias políticas, argumentan e insisten en que la democracia es, cuando mucho, un proceso de selección entre élites para ejercer el control de la administración. Para ellos basta que pueda elegirse a representantes y a funcionarios entre los partidos del sistema para que se regodeen hablando de la democratización de su vida nacional
El Dr Armando Martínez Verdugo ha hecho importantes aportaciones sobre la dicotomía que a Robespierre hace más de dos siglos le preocupaban. En el capítulo tres de su libro, acepta que teóricos de gran relevancia no han resuelto a profundidad la imbricación humana entre la democracia y el poder. Aventura, sin embargo, la tesis de que en los filósofos alemanes del siglo XIX se encuentran las claves para entender lo que este concepto significa. A partir de esas claves, Martínez Verdugo afirma que “el poder es una relación social humana que finca sus raíces en la condición fundamental, exclusiva y específica, que ningún otro ser vivo, realiza” “La forma de cómo este ser humano aplica su poder, es ejerciendo una relación social de dominio, control y mando sobre los demás” (2) Por medio de estos mecanismos hace que el poder se maneje al arbitrio de las facultades propias y ajenas, trastocando el atributo esencial de los seres humanos. Estos seres poderosos son los que ponen a los otros en orden, les ponen el orden en el que deben vivir y les determinan su situación vital conveniente
Ahora bien. Robespierre señala que “la democracia es un Estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son obra suya puede obrar por sí mismo, pero si esto no fuera posible deberá hacerlo al través de sus delegados” Los poderes imperiales y las oligarquías, cualquiera que sea su origen o su nacionalidad, son los que tienen el poder y no lo van a soltar así sea por mandato del pueblo o de sus delegados. Tampoco lo van a entregar por el influjo que significa la presión política. Entregarán el poder cuando la mayoría del pueblo los confronte y los derrote. Mientras la lucha por el poder y la democracia se limite al ejercicio del voto y de la razón histórica, los poderosos seguirán montados en él haciendo de las suyas. Para que haya democracia no basta con tener acceso a los procesos electivos o de ejercer el derecho a la libre opinión, aunque esto represente un gran avance, lo que hay que hacer es disponer todas las fuerzas del pueblo para disputarle el poder a los imperios, a las oligarquías y a las clases explotadoras 
Para que haya democracia, es necesario que los más tengan el poder y que desaparezcan los privilegios de los menos” Porque cuando los privilegios se democratizan, estos se convierten en los derechos que son la base de la libertad. Por eso aquellos que atacan los derechos civiles y los derechos sociales, atacan la democracia. Ese discurso consuetudinario y radical que consiste en defender la democracia contra viento y marea, solo tiene significación si se empatan los dichos con los hechos y si se liga esta lucha con la necesidad de tomar el poder. Muchos se la pasan gritando su radicalismo por conquistar la democracia sin conectar su lucha con la transformación radical de la sociedad humana. La radicalidad de los que luchamos por la democracia sólo la podemos medir haciendo que los principios sean consecuencia de la radicalidad de los resultados. Y todo esto, valga la simplicidad, solo se consigue conquistando el poder. No hay otra salida, por lo menos, así lo percibo



(1).- Disputar la democracia, Política para tiempos de crisis. Pablo Iglesias Editorial Akal
(2).- El poder, Una aproximación teórica a su fundamento constituyente, Armando Martínez Verdugo,  Editorial Instituto Electoral del Estado de México, IEEM


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