El ser humano es más grande que la
guerra (*)
Por JESÚS SOSA CASTRO
Svetlana Alexiévich
dice que durante la segunda guerra mundial participaron más o menos un millón
de mujeres en el Ejército Rojo. Acompaña esta cifra con una frase de Osip Mandelshtam, poeta y literato polaco
que estremece a cualquiera: “Veinte millones de personas caídas en la URSS, en
balde abrieron una senda en el vacío”…. ¿Cómo se puede entender esta afirmación?
¿Cuáles son los elementos que la autora usa como referentes? ¿Por qué esta inconcebible
capacidad del ser humano para matar?
Este escritor de origen
polaco muere en un campo de trabajos forzados en Siberia durante el estalinismo.
Un hecho que confirma la regla. Por su lado, la poesía y la obra literaria de Svetlana
y de Osip, se han convertido, en un canto a la liberación de su patria y en dar
a conocer al mundo el papel heroico de un millón de mujeres que lucharon y
murieron por echar de su enorme territorio al fascismo alemán. Su obra puede calificarse como una poesía “cívica”
porque es una poesía contra el poder, contra el olvido y a favor del amor a la
libertad
Hace varios años,
cuando estaba en pleno auge la guerra fría entre “oriente y occidente” leí varios
libros que hablaban del heroísmo del pueblo soviético y de su ejército. Poca
literatura había que hiciera un juicio crítico de lo que el estalinismo
significó para muchos cuadros militares, intelectuales y críticos. La lectura
del Pabellón de cancerosos y el Archipiélago Gulag de Alexandr Soltenitsyn, me
bastaron para pensar que el occidente, con los EU a la cabeza, quería destruir
el prestigio internacional que la URSS había alcanzado al derrotar a las
fuerzas armadas de Hitler. Me pareció entonces que sólo era una campaña
anticomunista y que poca verdad encerraban los señalamientos que se hacían por
parte de los críticos de oficio
Pero en el mes de
octubre del 2015 la Fundación Nobel, dio a conocer que a la escritora y
periodista Svetlana Alexievich se le otorgaba el Premio de Literatura. La
prensa y los periodistas pronorteamericanos y al servicio de las mafias
criollas, desataron una horrenda campaña diciendo que la autora exhibía sin
piedad lo que Lenin y Stalin, habían edificado en ese país contra las
libertades y la democracia de la gente. Quise conocer por mí mismo tales
afirmaciones de la prensa pro yanqui y me fui a comprar el libro, La guerra no
tiene rostro de mujer, libro en el cual, se decía, estaba escrito todo lo que
por años “se había ocultado a la humanidad” y por el cual le habían dado el
premio nobel a la escritora bielorrusa
Pues bien, aquí un
breve testimonio de todo lo que este libro dejó en mis adentros emocionales. El
relato me llegó. Abres sus páginas y no dejas de leerlas. Con ellas vives la
pasión, la valentía y la muerte de miles y miles de jovencitas que se fueron a
la guerra por defender a su patria. Es una historia que rescata el papel
militar, guerrero por definición, de las mujeres jóvenes que ofrendaron todo,
su juventud y su valor. El honor, la ternura, la valentía y el arrojo de las participantes
en esta brutal guerra, solo eran superadas por el indeclinable deseo de echar
del país a los invasores hitlerianos. Lo que vivieron, lo que sufrieron, sus
sentimientos, sus amores perdidos y el olvido del Estado por ser mujeres y
además jóvenes, está en el centro del relato y de esta historia sin fin
Es verdad que es un
libro crítico contra los excesos estalinistas, contra las burocracias que se
enquistaron en la dirección del Estado cambiando el sentido del marxismo
leninismo. No es, en cambio, lo que la prensa y los gacetilleros hablaban y
hablan del libro. Es un hermoso recogimiento de una verdad que por años, el
machismo preponderante en casi todas las culturas, ocultó. El heroísmo insumiso
de esa generación de muchachas hizo posible escribir otra parte de esa
historia, que por fin, conocemos
¿Qué hace la gente bajo
la tierra? preguntó un niño a la escritora. La respuesta no la pudo desentrañar.
Lo que el niño preguntaba requería libros y libros de explicaciones. No era
fácil entender por qué un almácigo de vidas que están en plena floración, tiene
que ser destrozado por la metralla de enemigos que nunca les has visto su
rostro. Tal vez la respuesta estaba en
el sufrimiento de otras jovencitas
“Antes pensaba -decía
una jovencita- que el sufrimiento liberaba, que, tras superar las penas, el
individuo ya solo se pertenece a sí mismo. Que su propia memoria le protege.
Pero estoy descubriendo que no, no es una regla general. A menudo este saber
existe como un ente oculto, como una especie de reserva intangible y secreta, como
las pepitas de oro en una mina. Hay que separar minuciosamente el lastre y
rebuscar bien entre los sedimentos del ajetreo diario para finalmente hacerlo
brillar” y hacer que nos regale su preciada luz. Entonces -me pregunto- ¿Qué
somos en realidad, de qué estamos hechos? ¿De qué material? ¿Cuál es su
resistencia? ¡Eso es lo que queremos entender! Por esto yo ando en busca de la
respuesta. Lo que preguntó el niño tampoco lo sé. ¡Lo que sí sé es que lo más
espantoso de la guerra, es la muerte!
(*) Expresión
contenida en el libro de Svetlana Alexievich, premio Nobel de Literatura 2015,
La guerra no tiene rostro de mujer
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