viernes, 22 de marzo de 2024

 

Crítica, a la crítica

Por JESÚS SOSA CASTRO

En su libro Neo porfirismo, hoy como ayer, Andrés Manuel López Obrador hace un señalamiento incontrovertible sobre el papel que la prensa jugó en esa época de la vida nacional. En ese período, dice, había “dos clases de prensa, la vendida y la que estaba en venta” Hoy, a casi ciento diez años de distancia, y con excepción de uno o dos medios, todo está controlado, vendido o en venta. Si los “escritores inteligentes de antaño” buscaban ser incluidos como diputados o estar en las nóminas del poder, hoy lo que queda de doña porfiria ha comprado a cuatro partidos completos, subsidia a hornadas de líderes agachones y tiene en su cuna a un buen número de esos intelectuales que pomposamente llaman “intelectuales orgánicos”

Las reminiscencias del conservadurismo neoporfirista, intenta mantener sus viejos mecanismos de control al través de “la disciplina y la fidelidad” partidista que Gramsci descubrió como la escoria del sistema. En esos partidos cohabita un ejército de borregos agachones que sólo levantan la cola para aprobar cuanto les ordena su pastor. El papel de esas organizaciones políticas es triste y lamentable. Ni siquiera se paran a observar las necesidades y exigencias de la gente. Lo que les importan son sus intereses, sus raterías y sus privilegios

Mientras esto ocurre en los centros de poder de la oligarquía y sus acólitos, la izquierda no ha podido construir una fuerza revolucionaria, eficiente, organizada, con un nivel de cultura política, armada ideológicamente para derrotar al conservadurismo. No ha conmovido a los grupos sociales urbanos ni a los campesinos. No ha entendido que viviendo alejada de las luchas sociales y sólo haciendo teoría marginal está condenada a ser excluida del torrente imparable que viene cambiando la vida del país. Eso entendía Maquiavelo y eso hicieron los jacobinos en la Revolución francesa de 1789. Muchos, castrados ideológica y políticamente, se han dedicado a repetir frases, comentarios y resentimientos en las redes sociales dejando de lado su otrora capacidad intelectual para contribuir en la formación política del pueblo. ¿Cómo queremos, entonces, que nosotros, los dueños de la LUZ, nos convirtamos en los referentes obligados para el nacimiento de una nueva República?

La Inteligencia que milita en Morena está obligada a profundizar su trabajo. No se trata sólo de dar el debate ideológico contra los adversarios de la unidad y la democracia. Se trata de abrir expectativas de participación y de triunfo entre las masas, de implantar en su conciencia el necesario cambio en la vida del país. Desterrar los dobles lenguajes y las desconfianzas mutuas. La participación de los excomunistas al lado del pueblo debe disputar los espacios a los que tenemos derecho de acuerdo con el Artículo 39 de la Constitución. Tenemos que acabar con el carácter mistificador de que, si las cosas se hacen sin nosotros, no llevan a ninguna parte. La participación política de las fuerzas democráticas y revolucionarias no debe conducir al rechazo de tener representación en la vida parlamentaria del estado burgués, sino aprovechar estas intermediaciones para cambiar el país y hacer de nuestro quehacer partidista el instrumento que revolucione las conciencias. Nuestro deber es hacer un ejercicio democrático que sea el ejemplo y la diferencia con respecto a los otros partidos. En Morena se debe desarrollar una capacidad intelectual y moral que permita a cualquiera de sus miembros dar la cara con grandeza en cualquier circunstancia.  Porque el problema de toda organización política, según Gramsci, no está en sus diferencias internas sino en comprender cómo puede el pueblo y su partido, hasta ahora dominados, volverse clase dirigente y ejercitar el poder político, económico y social. ¡Esto es lo que hay que discutir y no andar gastando la pólvora en infiernitos!

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