miércoles, 4 de noviembre de 2015

Noviembre y la injusta presencia de la muerte

Por JESUS SOSA CASTRO

De pronto la lluvia golpeaba las láminas de mi espacio de trabajo y la luz, como ocurre un día sí y otro también, se escurrió por 40 minutos. Salí por una lámpara de petróleo, regalo de los mineros de la no hace mucho, Alemania Democrática. Con una luz mortecina, seguí con El libro de los Abrazos de Eduardo Galeano. Un libro que he convertido en el favorito de mis lecturas recurrentes. A la mano tenía Los años de peregrinación del chico sin color, de Haruki Murakami y Política y Delito, historia de tres secuestros, de mi amigo Pepe Woldenberg. Todos haciendo fila para meterse por mis ojos
Ese día, 2 de noviembre por la noche, hileras de mocosos pintados de muertos pasaban por mi calle pidiendo su calaverita.  Una manía que crece y que acaba con la vieja tradición del día de los muertos. Los que tenemos la costumbre de andar en el diario ajetreo político, estos días nos resultan soporíferos. Sólo rezos, cánticos, peregrinaciones y muerte. El martes por la mañana oía al babalucas que ocupa el lugar de Carmen Aristegui en MVS. Los otros noticieros están peor. Oirlo, es meterte en la cabeza un periodismo vacío y lleno de vacuidad. Millones de seguidores de Carmen extrañamos su virtuosa capacidad para hacer un periodismo profundo, libre, que latigaba a los ineptos y corruptos. Me gustaba oír aquellos detalles cultos y finos cuando hablaba de literatura y escritores. Recuerdo que cuando el 17 de abril del 2014 daba la noticia de la muerte de Gabriel García Márquez, sus oyentes casi veíamos a las mariposas amarillas llevando en vilo a Mauricio Babilonia hacia ese imaginario universo de Macondo
Me dolió entonces la pérdida del que hizo posible Cien años de soledad. Me han  dolido las muertes de Federico Campbell, de Juan Gelman, Luis Villoro, José Emilio Pacheco y Emmanuel Carballo, entre otros destacados intelectuales y poetas. Me duelen los miles de muertos que hemos perdido por el hambre y la barbarie gubernamental. Me espanta lo que estamos haciendo con la tierra, con el aire, con el agua, con las riquezas naturales. Me da terror ver cómo las iglesias siguen siendo el centro donde las plegarias milenarias de los pobres, no son oídas por ninguna. Me duele la impotencia de quienes como yo, llevamos años luchando contra la inequidad y la injusticia sin observar ningún cambio  a favor de la gente. Me encabrona que México tenga gobiernos entreguistas, mediocres y ladrones. Me desconsuela no tener ni el conocimiento ni la capacidad para ayudar a las protestas de la tierra que se revuelve en sus entrañas porque la estamos destruyendo. ¡Me irrita la placidez y  la indiferencia de los mexicanos ante este caudal de hechos que están acabando con el país y con el mundo!
Para huir de mis congojas y preocupaciones, seguí pegado a El libro de los abrazos. Buscaba otras cosas que me sacaran de mi desolación. Quería que me desbordaran las fantasías, la buena escritura y que entrara en mí, parte de ese hechizo, elocuente y bello, que recrea la imaginación y desarrolla el pensamiento. Contagiado por el contenido y la fascinante prosa de dos de mis autores favoritos, decidí, como aprendiz de estos menesteres, escribir algo que pudiera plasmar en mi artículo semanal. Me propuse irme por la fácil, como dice Murakami. Seguí con El libro de los abrazos que ya casi me sé de memoria y con agrado, transcribo a mis amigos y lectores; la brillantez, la actualidad y lo estremecedor de las verdades que en breves textos ha escrito Eduardo Galeano  
La pequeña muerte.- Nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo…nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor. Lo que pensándolo bien, nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele. Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta, perdiéndonos nos encuentra  y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace
Las tradiciones futuras.- Hay un único lugar donde el ayer y el hoy se encuentran, se reconocen y se abrazan, y ese lugar es el mañana. Suenan muy futuras ciertas voces del pasado, muy pasado. Las antiguas voces, pongamos por caso, que todavía nos dicen que somos hijos de la tierra, y que la madre no se vende ni se alquila. Mientras llueven pájaros muertos sobre la ciudad de México, y se convierten los ríos en cloacas, los mares en basureros, y las selvas en desiertos, esas voces porfiadamente vivas, nos anuncian otro mundo que no es este mundo envenenador del agua, el suelo, el aire y el alma
También nos anuncian otro mundo posible las voces antiguas que nos hablan de comunidad. La comunidad, el modo comunitario de producción y de vida,  es la más remota tradición de las Américas, la más americana de todas: pertenece a los primeros tiempos y a las primeras gentes, pero también pertenece a los tiempos que vienen y presiente un nuevo, Nuevo Mundo. Porque nada hay menos foráneo que el socialismo en estas tierras nuestras. Foráneo es, en cambio, el capitalismo, como la viruela, como la gripe, que vinieron de fuera…
El tiempo.- La otra noche, me cuenta Alejandra Adoum, la madre de Alina se estaba preparando para salir. Alina la miraba, mientras la madre, sentada ante el espejo, se pintaba los labios, se dibujaba las cejas y se empolvaba la cara. Después la madre se probó un vestido, y otro, y se puso un collar de coral negro y una peineta en el pelo, y toda ella irradiaba una luz limpia y perfumada. Alina no le quitaba los ojos de encima
_Cómo me gustaría tener tu edad_ dijo Alina_ En cambio yo,…. sonrió la madre _ yo daría cualquier cosa por tener cuatro años, como tú. Aquella noche, al regreso, la madre la encontró despierta. Alina se abrazó fuertemente a sus piernas _Me das mucha pena mamá  _ Dijo sollozando.
Alina entendió que el tiempo de su madre se estaba yendo sin remedio. No había retorno posible. ¡Estaba en el umbral del día de los muertos!



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