miércoles, 23 de marzo de 2016

El Cristo que yo conocí

Por JESUS SOSA CASTRO

Enclavada en la región más árida de la mixteca poblana existe una localidad llamada Tejalpa, lugar de las tejas. Esta aldea inhóspita, olvidada por sus propios pobladores que han emigrado a quien sabe dónde, precaria en todos los sentidos, me hizo recordar al Cristo que hace muchos años allí conocí. La historia del pueblo no tendría registro alguno en los anales de la región, si no fuera porque en ese lugar  está lo que hoy recuerdo con el mismo terror de siete décadas atrás. Su consecuencia social, vivir una cultura religiosa que raya en el miedo y en el fanatismo.
El lugar está dentro de un triángulo formado por la mixteca poblana, oaxaqueña y guerrerense. La naturaleza y los gobernantes dotaron a estos pobladores de una sobrada aridez, un sol abrazador, un analfabetismo contumaz, una incultura lamentable y una vasta pobreza. Un pueblo sufridor que se ha resistido al infortunio, y que por definición de sus pobladores, vive porque el “Señor de Tejalpa” los ha socorrido con sus milagros. Estos amerindios, tenían fama de ser los mejores artesanos de América desde la época precolombina. A pesar de que ya casi no viven de eso, sus viejas raíces y sus tradiciones le siguen asignando ese merecimiento. Sin embargo, su sello principal es su obstinación y su fervor por las creencias religiosas. En la guerra cristera esta región aportó varios miles de soldados, comandados por Olegario Cortés, un campesino cristero, que al grito de “Viva Cristo Rey”, dejó sembrados cientos de muertos y niños en la orfandad   
En medio de este paraíso de desamparo económico, social y cultural, tuvo su origen mi primera frustración religiosa. De chamaco, iba con mis padres a campo traviesa recorriendo montañas para ir a entregarle al “santo patrono” las limosnas,  los diezmos y las primicias. Fue en esas visitas donde viví los miedos que aún traigo metidos en el alma. Los íconos y la iglesia, parecían expresar lo que fue la Santa Inquisición.  Me llenaron de espanto la oscuridad, el rostro y el cuerpo sangrante de JESUS. ¿Para qué mostrar ese rostro de crueldad?  ¿Por qué en nombre de esta iglesia, se despojaba a mi padre, a los campesinos y a todos los demás, de una parte de su trabajo, para pagar un impuesto a la iglesia y no al Estado?
¿Por qué al paso de los años el catolicismo se sigue comportando así? ¿Es una iglesia mercenaria, ignorante, incitadora del espanto, el engaño y el terror, que utiliza esos mecanismos para tener cautivos a sus feligreses?   ¿Pueden las catedrales y las iglesias, sombrías, oscuras y con imágenes aterrorizadas y llenas de horror, atraer a los fieles a sus filas utilizando estas presiones que solo cuestionan las razones de su fe? ¿No sería mejor que la iglesia volviera a la austeridad y al concepto original de su doctrina, que colocaba en el centro de su causa, la bondad, la solidaridad y la justicia cristianas? ¿No era esto lo que querían y quieren el Obispo Don Sergio Méndez Arceo, Don Samuel Ruiz, el TATI de los indios de Chiapas y el Obispo emérito Don Raúl Vera?   
La iglesia debe darse cuenta de que los católicos de hoy ya no quieren que sus curas, obispos y cardenales conviertan las ideas religiosas en un espectáculo paranoico en el que sólo importan el dinero y la insustancialidad.   Ya basta –gritan- de tener al frente de la iglesia, a pastores mercenarios, soberbios y ladrones.
Ya no más Cristos que pasan de largo sin importarles lo que les sucede a sus hijos. Queremos, - reclaman - una iglesia que convierta su doctrina en una herramienta que acabe con la violencia, con la injusticia, con el AUTORITARISMO Y CON LA IMPUNIDAD. Hay que devolverle el rostro humano a las ideas de JESUS. Que su “Pasión, Muerte y Resurrección” sean el resurgimiento de una iglesia renovada y de un país nuevo. Que lleven a una era que permita el comienzo de una cultura de solidaridad con sus fieles, que luche por la paz, por la equidad y la Justicia. Volvamos la mirada al Cristo redentor, al luchador social. A ese hombre que quiso para sus hijos un mundo de paz y de equidad. Hay que ir en pos de una iglesia que practique la equidad y que llene a sus seguidores de una fe diferentes. El pueblo de México quiere un Jesús esperanzador, que esté de su lado, no bajo el control de los dueños de todo. Queremos un JESUS con rostro humano, vigoroso y luchador. Un Cristo que levante la cara, que acompañe a sus seguidores en sus reivindicaciones, y no un Cristo sufriente, dolido y vejado como el Cristo que yo conocí




  

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