La última
conversación con mi padre
Por JESÚS
SOSA CASTRO
La última vez que platicamos, padre, fue a la sombra del
encino en la casa de Oaxtepec. Te veías fuerte y lúcido. Tu cara mostraba un
lleno de experiencias, de esfuerzos y de satisfacciones. Las arrugas que la
surcaban iban y venían sinuosamente como habían sido los altibajos de tu vida. De
entonces a la fecha, pasaste a ocupar mis pensamientos de otra manera. Empecé haciendo
un inventario de lo que hizo todo ese ato de mujeres y hombres que te nacieron
como en almácigo. Y la verdad mi viejo, esa enorme valija de recuerdos ya no me
dio tiempo abrirla para hacerte saber su contenido. En ella venían muchas cosas
que ambos vivimos, pero ya no las hablamos porque te nos fuiste fuera de tiempo
Te platico: A tu lado viví la felicidad de los niños del
campo, la pobreza, la libertad y la soledad. Como lobos solitarios vivimos en
las cuevas de las montañas. También supe del miedo que nos rodeaba el saber que
bandas de “cristeros” andaban levantando por la fuerza a personas para engrosar
las filas del “ejército” de “Dios” Veía como por las noches tomabas tu viejo
sarape y te ibas al monte huyendo de la leva. En el día, nos íbamos a las
faldas del cerro a recoger el fruto del copal para vender la goma y comprar
algo de comer
Tiempos después me mandaste a la Escuela Rural donde aprendí
a leer y escribir. Todos los días recorría varios kilómetros para escuchar las
clases de mi maestro. Después me pusiste a trabajar como tu peón en el campo. Tuvo
que ser un familiar quien te convenció para que yo siguiera mis estudios. Logré
ser un profesional del magisterio y después de años ingresé al Partido Comunista
Mexicano. ¿Y sabes que aprehendí en esta organización? Descubrí las causas de
nuestras penas, saqué del alma la experiencia adquirida contigo y me incorporé
a los muchos que sufrían exclusión, explotación y pobreza para luchar en contra
de los privilegiados que nos ignoraban. Esto nunca te lo comenté. Y aunque esto
me llevó dos veces a la cárcel, reivindico tu ejemplo de luchar con los muchos
para un día derrotar a los pocos que nos explotaban en silencio
Después de que te fuiste, volví a la plática del encino.
Recordé que mucho de lo que mostraban tu rostro y tu alma, eran resultado de lo
intenso de tu vida, de esa que te dio el encanto de vivir las noches silenciosas,
de ver correr las aguas cristalinas, del caminar por los montes y de labrar la tierra para cosechar lo
que daría alimento a tus hijos. Juntos y todos, vivimos la tranquilidad de nuestra
historia infantil. Te acompañábamos en tus jornadas de trabajo, en tus momentos
de felicidad y de tristeza. Vivimos esa paz que nos daba la montaña. En los tiempos
de cosecha la jornada empezaba a las cinco de la mañana. Si terminábamos
temprano, esperábamos el amanecer acostados en los surcos viendo el ocultar de
la luna. Hoy te recuerdo porque siempre fuiste un ejemplo para mí. No sabes
cuanto gusto me hubiera dado hacerlo de tu conocimiento de manera personal. Hoy
quiero hacértelo saber al través de estas letras. Y es que, a decir verdad, sigues
siendo la luz que alumbra mi sinuoso camino. Gracias, padre
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