domingo, 15 de junio de 2025

 

La última conversación con mi padre

Por JESÚS SOSA CASTRO

La última vez que platicamos, padre, fue a la sombra del encino en la casa de Oaxtepec. Te veías fuerte y lúcido. Tu cara mostraba un lleno de experiencias, de esfuerzos y de satisfacciones. Las arrugas que la surcaban iban y venían sinuosamente como habían sido los altibajos de tu vida. De entonces a la fecha, pasaste a ocupar mis pensamientos de otra manera. Empecé haciendo un inventario de lo que hizo todo ese ato de mujeres y hombres que te nacieron como en almácigo. Y la verdad mi viejo, esa enorme valija de recuerdos ya no me dio tiempo abrirla para hacerte saber su contenido. En ella venían muchas cosas que ambos vivimos, pero ya no las hablamos porque te nos fuiste fuera de tiempo

Te platico: A tu lado viví la felicidad de los niños del campo, la pobreza, la libertad y la soledad. Como lobos solitarios vivimos en las cuevas de las montañas. También supe del miedo que nos rodeaba el saber que bandas de “cristeros” andaban levantando por la fuerza a personas para engrosar las filas del “ejército” de “Dios” Veía como por las noches tomabas tu viejo sarape y te ibas al monte huyendo de la leva. En el día, nos íbamos a las faldas del cerro a recoger el fruto del copal para vender la goma y comprar algo de comer

Tiempos después me mandaste a la Escuela Rural donde aprendí a leer y escribir. Todos los días recorría varios kilómetros para escuchar las clases de mi maestro. Después me pusiste a trabajar como tu peón en el campo. Tuvo que ser un familiar quien te convenció para que yo siguiera mis estudios. Logré ser un profesional del magisterio y después de años ingresé al Partido Comunista Mexicano. ¿Y sabes que aprehendí en esta organización? Descubrí las causas de nuestras penas, saqué del alma la experiencia adquirida contigo y me incorporé a los muchos que sufrían exclusión, explotación y pobreza para luchar en contra de los privilegiados que nos ignoraban. Esto nunca te lo comenté. Y aunque esto me llevó dos veces a la cárcel, reivindico tu ejemplo de luchar con los muchos para un día derrotar a los pocos que nos explotaban en silencio

Después de que te fuiste, volví a la plática del encino. Recordé que mucho de lo que mostraban tu rostro y tu alma, eran resultado de lo intenso de tu vida, de esa que te dio el encanto de vivir las noches silenciosas, de ver correr las aguas cristalinas, del caminar por los  montes y de labrar la tierra para cosechar lo que daría alimento a tus hijos. Juntos y todos, vivimos la tranquilidad de nuestra historia infantil. Te acompañábamos en tus jornadas de trabajo, en tus momentos de felicidad y de tristeza. Vivimos esa paz que nos daba la montaña. En los tiempos de cosecha la jornada empezaba a las cinco de la mañana. Si terminábamos temprano, esperábamos el amanecer acostados en los surcos viendo el ocultar de la luna. Hoy te recuerdo porque siempre fuiste un ejemplo para mí. No sabes cuanto gusto me hubiera dado hacerlo de tu conocimiento de manera personal. Hoy quiero hacértelo saber al través de estas letras. Y es que, a decir verdad, sigues siendo la luz que alumbra mi sinuoso camino. Gracias, padre

 

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