martes, 17 de junio de 2025

 

Un capítulo más de mi vida política

Por JESÚS SOSA CASTRO

Mi regreso a la ciudad de México después de haber trabajado casi un año en Tijuana, BC, se dio en un momento de importantes convulsiones sociales. Los maestros, los ferrocarrileros, los médicos y los estudiantes libraban importantes batallas en contra del charrismo sindical, prestaciones económicas y contra la represión gubernamental. En medio de esa situación fui adscrito a la escuela Batallón de San Blas cerca de lo que entonces era el palacio negro de Lecumberri. Mi activismo sindical pronto fue identificado con las luchas de izquierda y la represión empezó a desplegarse en contra de los que el régimen consideraba sus enemigos políticos. Todo el año 1962 y la mitad del 63, muchos fuimos víctimas de la persecución por parte de los charros sindicales y el gobierno

Un día, salí de mi casa rumbo a mi trabajo en la escuela arriba citada. Eran las 7.15 de la mañana. A la altura del Colegio Mier y Pesado, ubicado en la calle de Río Blanco y Misterios de la Col. Tepeyac Insurgentes, fui interceptado por dos vehículos policiacos. De uno de ellos bajaron dos tipos uno de los cuales se apropió del volante y el otro me ató de manos, me hizo pasar al asiento de atrás y puso sus pies sobre mi cuerpo para que nadie de mis vecinos se diera cuenta del actuar del gobierno y sus esbirros. Al cabo de una hora aproximadamente, me bajaron de mi auto y me recluyeron en un jacalón que tiempo después me enteré de que se trataba del hangar que está en la parte sur del aeropuerto de la ciudad de México. Era un lugar donde le daban mantenimiento a los aviones

Allí me tuvieron cerca de 24 horas, sin alimentos y sin dejarme dormir. Las preguntas eran recurrentes sobre mis actividades políticas, sobre quién subsidiaba los movimientos de masas. Después de ese tiempo me llevaron al campo militar No. Uno. Me sacaron del hangar encapuchado y atado de pies y manos. Por las noches y en ese lugar, comenzaron los interrogatorios y las torturas. Me ponían frente a una lámpara de alto voltaje mientras los que me interrogaba permanecían en la oscuridad. Todo giraba en torno a quién nos daba dinero para estar agitando el país, quiénes eran los dirigentes, en donde se escondían Othón Salazar y Demetrio Vallejo, qué tanto dinero recibíamos de la Unión Soviética, donde se reunían los dirigentes del Partido Comunista Mexicano, las casas de seguridad en las que se escondían los alborotadores, entre otras interrogantes

Quince días después me trasladaron a los sótanos de Tlaxcoaque. Allí las torturas crecieron, intentaron ahogarme varias veces en una pileta de agua que había en la caballeriza de la policía montada del DF, simularon acto de fusilamiento, golpes en el estómago, choque eléctricos. El torturador se llamaba Miguel Nazar Haro, un troglodita. En esa celda y en ese tiempo conocí a un joven delincuente común llamado Efraín Alcaraz Montes de Oca, alias el “carrizo. Después de casi un mes de detención y torturas, me liberaron por “falta de pruebas” Mi relación con este joven nació el día que me tiraron, inconsciente, en la celda donde él se encontraba. Esta es otra historia

 

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