Un
capítulo más de mi vida política
Por JESÚS
SOSA CASTRO
Mi regreso a la ciudad de México después de haber trabajado
casi un año en Tijuana, BC, se dio en un momento de importantes convulsiones
sociales. Los maestros, los ferrocarrileros, los médicos y los estudiantes
libraban importantes batallas en contra del charrismo sindical, prestaciones
económicas y contra la represión gubernamental. En medio de esa situación fui
adscrito a la escuela Batallón de San Blas cerca de lo que entonces era el
palacio negro de Lecumberri. Mi activismo sindical pronto fue identificado con
las luchas de izquierda y la represión empezó a desplegarse en contra de los
que el régimen consideraba sus enemigos políticos. Todo el año 1962 y la mitad
del 63, muchos fuimos víctimas de la persecución por parte de los charros
sindicales y el gobierno
Un día, salí de mi casa rumbo a mi trabajo en la escuela
arriba citada. Eran las 7.15 de la mañana. A la altura del Colegio Mier y
Pesado, ubicado en la calle de Río Blanco y Misterios de la Col. Tepeyac
Insurgentes, fui interceptado por dos vehículos policiacos. De uno de ellos
bajaron dos tipos uno de los cuales se apropió del volante y el otro me ató de
manos, me hizo pasar al asiento de atrás y puso sus pies sobre mi cuerpo para
que nadie de mis vecinos se diera cuenta del actuar del gobierno y sus esbirros.
Al cabo de una hora aproximadamente, me bajaron de mi auto y me recluyeron en
un jacalón que tiempo después me enteré de que se trataba del hangar que está
en la parte sur del aeropuerto de la ciudad de México. Era un lugar donde le
daban mantenimiento a los aviones
Allí me tuvieron cerca de 24 horas, sin alimentos y sin
dejarme dormir. Las preguntas eran recurrentes sobre mis actividades políticas,
sobre quién subsidiaba los movimientos de masas. Después de ese tiempo me
llevaron al campo militar No. Uno. Me sacaron del hangar encapuchado y atado de
pies y manos. Por las noches y en ese lugar, comenzaron los interrogatorios y las
torturas. Me ponían frente a una lámpara de alto voltaje mientras los que me interrogaba
permanecían en la oscuridad. Todo giraba en torno a quién nos daba dinero para
estar agitando el país, quiénes eran los dirigentes, en donde se escondían Othón
Salazar y Demetrio Vallejo, qué tanto dinero recibíamos de la Unión Soviética,
donde se reunían los dirigentes del Partido Comunista Mexicano, las casas de
seguridad en las que se escondían los alborotadores, entre otras interrogantes
Quince días después me trasladaron a los sótanos de Tlaxcoaque.
Allí las torturas crecieron, intentaron ahogarme varias veces en una pileta de agua
que había en la caballeriza de la policía montada del DF, simularon acto de fusilamiento,
golpes en el estómago, choque eléctricos. El torturador se llamaba Miguel Nazar
Haro, un troglodita. En esa celda y en ese tiempo conocí a un joven delincuente
común llamado Efraín Alcaraz Montes de Oca, alias el “carrizo. Después de casi
un mes de detención y torturas, me liberaron por “falta de pruebas” Mi relación
con este joven nació el día que me tiraron, inconsciente, en la celda donde él
se encontraba. Esta es otra historia
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