Algunos trozos de mis lecturas
Por JESUS SOSA CASTRO
El domingo quise descansar y me ocupé
haciendo adobes. Así se dice en la jerga popular. A las doce del día me fui al
Monumento a la Revolución donde se concentra la irritación y la protesta contra
el frauden electoral. El acto reunió a MORENA, PRD, PT, MC y un buen número de
ciudadanos sin partido. Además de la protesta y de la presentación de pruebas
contra la compra del voto por la mafia de Atracomulto, hubo música, teatro, y
un amplio mercado de libros y chácharas, todas referidas contra Peña Nieto.
Crece exponencialmente la inconformidad por el intento de compra de la
Presidencia por parte de estos cuatreros de la política. Yo, me fui a la carpa
de MORENA CULTURA, en la cual, un tianguis de libros llamaba a la lectura. Todos
al alcance de la gente. La lectura, al servicio del pueblo, pues. Me fui
cargado de libros de Taibo II, Leñero y Miguel Bonasso
Por la tarde noche, releí El
libro de los abrazos de Eduardo Galeano y casi termino 1Q84, libro tres de
Haruki Murakami. En ambos, se desbordan verdades, fantasías, seducción por la
escritura y un hechizo elocuente por recrear y desarrollar la imaginación. Contagiado
por el contenido y lo fascinante del manejo de las letras de dos de mis autores
favoritos, decidí, como primerizo en estos menesteres, escribir algo que
pudiera plasmar en mi artículo para SDP. ¡Grande el propósito y poco el espacio
para decir algo importante! Pues casi nada se puede decir en una cuartilla y
media. Decidí irme por la fácil, como dice Haruki. Tomé El libro de los Abrazos
que ya casi me sé de memoria y con agrado, les transcribo a mis amigos y
lectores; la brillantez, la actualidad y lo estremecedor de las verdades que en
breves textos ha escrito Eduardo Galeano. De Haruki Murakami escribiré algo, en
otra ocasión.
La pequeña muerte.- Nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo
de su viaje, a lo más alto de su vuelo…nos arranca gemidos y quejidos, voces de
dolor, aunque sea jubiloso dolor. Lo que pensándolo bien, nada tiene de raro, porque
nacer es una alegría que duele. Pequeña muerte, llaman en Francia a la
culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta, perdiéndonos nos
encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña
muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace
Las tradiciones futuras.- Hay un único lugar donde el ayer y el hoy se encuentran, se reconocen y se abrazan, y ese lugar es el mañana. Suenan muy futuras ciertas
voces del pasado, muy pasado. Las antiguas voces, pongamos por caso, que
todavía nos dicen que somos hijos de la tierra, y que la madre no se vende ni
se alquila. Mientras llueven pájaros muertos sobre la ciudad de México, y se
convierten los ríos en cloacas, los mares en basureros, y las selvas en
desiertos, esas voces porfiadamente vivas, nos anuncian otro mundo que no es
este mundo envenenador del agua, el suelo, el aire y el alma
También nos anuncian otro mundo
posible las voces antiguas que nos hablan de comunidad. La comunidad, el modo
comunitario de producción y de vida, es
la más remota tradición de las Américas, la más americana de todas: pertenece a
los primeros tiempos y a las primeras gentes, pero también pertenece a los
tiempos que vienen y presiente un nuevo, Nuevo Mundo. Porque nada hay menos
foráneo que el socialismo en estas tierras nuestras. Foráneo es, en cambio, el
capitalismo, como la viruela, como la gripe, que vinieron de fuera.
El reino de las cucarachas.- Cuando yo visité a Cedric Belfrage en
Cuernavaca, ya la ciudad de los Ángeles contenía dieciséis millones de
persomòviles, gente con ruedas en lugar de piernas, así que no se parecía mucho
a la ciudad que él había conocido cuando llegó a Hollywood en la época del cine
mudo, y ni siquiera se parecía a la ciudad que Cedric todavía amaba cuando el
Senador McCarthy lo expulsó durante la cacería de brujas
Desde la expulsión, Cedric vive
en Cuernavaca. Algunos amigos, sobrevivientes de los viejos tiempos, aparecen
de vez en cuando en su casa amplia y luminosa, y también aparece, de vez en
cuando, una misteriosa mariposa blanca que bebe tequila.
Yo venía de los Ángeles y había estado
en el barrio donde Cedric vivía, pero él no me preguntó por los Ángeles. Los Ángeles
no le interesaba, o él hacía que no le interesaba. En cambio, me preguntó por
mis días en Canadá, y nos pusimos a hablar de la lluvia ácida. Los gases venenosos
de las fábricas, devueltos a la tierra desde las nubes, ya habían exterminado
catorce mil lagos en Canadà. Ya no había vida ninguna, ni plantas, ni peces, en
esos catorce mil lagos. Yo había visto una pequeña parte de esa catástrofe.
El viejo Cedric me miró con sus
grandes ojos transparentes y simuló arrodillarse ante quienes van a reinar
sobre la tierra: Los seres humanos hemos abdicado el planeta -proclamó- en
favor de las cucarachas
Entonces arrimó la botella y llenó
los vasos: ¡Un traguito, mientras se pueda! Exclamó. Palabras del SEÑOR,
Eduardo Galeano
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